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Odilón y su compadre

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Una cosa es decidir abandonar la vida contemplativa, como ha hecho el Gordo al deshacerse de su mercería, y otra saber qué hacer con la vida activa, cosa que el Gordo no atina a definir.

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Una cosa es formular tesis al estilo de Karl Marx: “Los filósofos han contemplado demasiado tiempo el mundo, ahora es preciso transformarlo” (novena tesis sobre Feuerbach) y otra, hacer recetarios revolucionarios al estilo de Lenin: “¿Qué hacer?”.

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En la fatigosa búsqueda de una respuesta, el Gordo se ha topado con un conjunto de singulares personajes que se le proponen como ejemplo de vida activa y provechosa. Mediante los buenos oficios de la Pilarica, el Gordo conoció, por ejemplo, a Odilón Sánchez Luna, peculiar sujeto que conjunta a un tiempo la ignorancia con la audacia, así como a otro personaje que ha conquistado lo que se suele llamar “el éxito” a través de la adulación, la mentira sibilina y un devoto culto a la mediocridad. Por supuesto, el signo distintivo del “éxito” de estos singulares personajes (Odilón y su compadre) es el dinero.

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Estos sujetos son un gran ejemplo de lo que algunos sociólogos llaman la movilidad social: salieron prácticamente del asfalto, medraron con denuedo y hoy chapotean en el fango moral con un montón de dinero y poder. Odilón, quien ostenta un vientre avasallador y suele protegerse con unos gruesos lentes oscuros aunque se encuentre bajo techo, es un político consumado, entendida la política como el mercadeo de favores y amenazas (según el caso) en una infatigable búsqueda de posiciones que acrecienten el monto de las ganancias personales. La “grilla”, pues. Su compadre, Pancho Vela (el Fritangas), ha hecho de la -naquedad (categoría kantiana de lo naco) su principal ventaja competitiva en el despiadado mundo de los negocios. Una virtud hay que reconocerle: la -naquedad es el camino más llano para conquistar los mercados masivos, basta con nivelar “hacia abajo” todas las aspiraciones humanas. -El Fritangas sostiene que su mejor maestro en este camino “a la excelencia” ha sido un señor que vocifera prédicas sobre “el ser estridente”. La -Pilarica, tonta pero cargada de buenas intenciones, le ha propuesto al Gordo estos “modelos” de vida activa y próspera como demostración de que no todo en la vida del éxito se reduce a los pesados -yuppies.

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Los consejos que desinteresadamente le han brindado al -Gordo estos sujetos son memorables:

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—Mira, mi buen—le ha dicho Odilón—, tu problema es que estudiaste en una escuela de paga, eso te llena la cabeza de trabas y escrúpulos que te inhabilitan para el éxito. Despójate de esas limitaciones, olvídate de los libros y aprende como yo, en la universidad de la vida. Por su parte, -el Fritangas, en un arrebato de generosidad ha accedido a darle al Gordo una pista de su éxito:

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—En esta vida sólo hay un número ganador, el 111, ¿sabes qué quiere decir?, que primero es uno, después uno y al final uno, ¿no te parece genial?

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¿Cuál es en realidad el bagaje de estos sujetos? En el caso de Odilón toda su energía intelectual (ciertamente escasa) se concentra en detectar quién es quién en el mundo del poder. A veces se equivoca, desde luego, pero tiene un aceptable récord de aciertos. Armado con su -Who is who, Odilón adula, presiona, se hace presente en momentos clave para ofrecer un auxilio indispensable (que a su tiempo cobrará), guarda silencio en territorios desconocidos, calcula sus movimientos, desliza un comentario despectivo como al pasar para referirse a sus adversarios, destroza reputaciones a la sombra...

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Con una metodología similar, el Fritangas transfigura y dosifica la información pertinente para presentar ante quien tiene el poder la versión que más conviene a sus intereses. Sofista consumado, es capaz de hacer aparecer una tragedia como una aleccionadora experiencia y de convertir un incipiente avance en un estrepitoso fracaso, según convenga.

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El Gordo, ante estos ejemplos, está aterrorizado. Le asombra que la -Pilarica, crea que estos personajes sean una invitación a la vida activa. Lo que -el Gordo no sabe (y yo prefiero no decírselo para evitarle un mayor “choque cultural”) es que este tipo de personajes suelen hacer mancuerna pragmática con algunos -yuppies de “buena familia”. Esa relación saprofítica (un saprofito es un organismo vegetal que se desarrolla sobre las sustancias podridas) no se sabe si arroja un saldo igualmente beneficioso para ambas partes o es, más bien, desventajosa para los -yuppies. Además, ¿quién representa aquí a las “sustancias podridas”?

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No sé si el Gordo, pese a todo, persistirá en su empeño de abandonar la vida contemplativa, pero yo estoy pensando seriamente en hacerle una oferta por su mercería.

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