Otra bicefalia del empresario

El autor es miembro del Consejo de la Comisión de Derechos Humanos del DF, Presidente Fundador del

Dijimos recientemente que el director de empresa se encuentra sometido a dos movimientos al parecer contrapuestos: expansión globalizadora de sus mercados y contracción especialista de sus servicios o productos.

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Hemos de añadir que ahora se halla también ante la necesidad de contar con dos cabezas distintas y simultáneas. Ya anticipó Peter Drucker hace 20 años que la administración del futuro no iba a referirse a los materiales, a las personas (hasta donde éstas son susceptibles de administrarse) ni a los capitales, sino a los conocimientos; y nos advirtió de los cambios que ello provocaría en el manejo de las empresas.

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Por su parte, George Gilder nos ha hecho conscientes de un suceso contemporáneo: los materiales pierden progresivamente valor mientras que los conocimientos progresivamente se revalorizan. Digámoslo metafóricamente: el -hardware es ahora menos valioso que el software.

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Pero, ¿de qué conocimientos estamos hablando? Para el caso del director, estos conocimientos no se identifican con la acumulación de los saberes propios de los especialistas. Diríamos que es al revés: el director de una empresa no necesita, para ser buen director, conocer lo que saben todos los especialistas a su cargo. El -management implica por esencia la acción de síntesis entre las diversas especialidades: la ingeniería de producción, la economía del mercado, la jurisprudencia del abogado corporativo, la psicología del director de personal, las reglas contables del contralor, los sistemas financieros del tesorero...

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No requiere saber más en tales campos que quienes están responsabilizados de ellos. Necesita en cambio de un conocimiento distinto, de una perspectiva diversa: la capacidad de interrelacionar todos esos elementos heterogéneos que concurren en la organización; factores disímbolos que gozan cada uno de legítima autonomía; profesiones y oficios con códigos técnicos y operativos dotados de tal coherencia interna que los hace irreductibles a los códigos de otras operaciones con los que, no obstante, deben relacionarse íntimamente. Esta aptitud de armonía o ensamble se llama interdisciplinariedad. Por eso yerran quienes pretenden perfeccionar la acción directiva por medios tecnológicos, a los que se añaden postizamente prótesis de cultura, lo cual acaece en casi todas las escuelas de negocios, administración e ingeniería. La interdisciplinariedad es fundamentalmente humanista.

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Pero la interdisciplinariedad de la que hoy hablamos reviste una característica nueva, debido a la importancia que reivindican para sí los aspectos culturales, éticos y antropológicos en las empresas.

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Zagal Arreguín asegura que el meollo de lo posmoderno es la síntesis entre la vertiente humana y la vertiente tecnocrática; la reconciliación entre el mundo vital (cotidiano, personal y sencillo) y la complejidad de la tecnoestructura. He aquí la bicefalia directiva a la que nos referimos.

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El director de empresa necesita ahora no ya la exactitud del ingeniero ni la habilidad del político, sino ambas simultáneamente. A los obtusos problemas predominantemente técnicos se añaden hoy los culturales, morales, sociológicos.

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Conocemos a muchos matemáticos rigurosos y exactos, pero no siempre simpáticos; conocemos también a muchos políticos simpáticos pero rara vez rigurosos y exactos. Y esto es lo nuevo: ambos aspectos —la tecnología y la cultura— reclaman hoy en la empresa su primacía con paridad de rango. Si siempre fue necesaria su síntesis, hoy no se trata de una mera necesidad, sino de una perentoria exigencia: fracasará toda empresa que no cuente con directores capaces de entenderse con los hombres tanto como manejarse con los números.

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Hoy se requiere compaginar el racionalismo objetivo de la técnica y la flexibilidad personal que impera en los ámbitos culturales (Daniel Bell). Y todos sabemos lo difícil que es encontrar estas personalidades bicéfalas. Bicéfalas, no monstruosas.