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Pubs: historia, tradición y vicio

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Durante el siglo XII, Londres fue testigo de dos importantes plagas: el fuego y la bebida. La primera, ha sido virtualmente erradicada en nuestros días; pero la segunda representa una de las "constantes existenciales", tanto de los ingleses como de la enorme cantidad de turistas que puluan por la cosmopolita y agitada capital británica.

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La historia indica que prácticamente desde el siglo XII hasta entrado el XVI, los niños londinenses bebían cerveza en grandes cantidades para prevenir la tifoidea; que en la Royal Navy cada marino consumía diariamente un galón de dicha bebida; y que las esposas de los trabajadores londinenses combinaban malta, levadura, agua y azúcar en sus hogares, para reconfortar a sus agotados maridos. Además, hasta el siglo XVIII, en todos los barrios de Londres se vendían bebidas fermentadas de frutas y cereales.

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Así, no es de extrañar que, hoy en día, en esta metrópolis tengan asiento más de 8,000 particularísimos (e ingleses, hasta el extremo) bares, donde se puede comer un snack y beber todo tipo de cervezas, vinos y licores.

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Beber en solitario. Mundialmente conocidos como pubs, estos bares-restaurantes pueden ir desde el más sencillo, parco y hasta rudimentario local, hasta lugares en los que la decoración, la atmósfera y la tradición se combinan con el lujo, y que asombran y deleitan a sus ávidos clientes.

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Bajo diferentes circunstancias y propósitos, casi todos los días de la semana los clientes se dan para departir, durante un par de horas, con los amigos o consigo mismos, pues la cifra de bebedores solitarios es, por cierto, muy alta.

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En Londres, nunca faltan quienes sostienen que la soledad es el principal elemento responsable de este legendario y notorio hábito. Otros, señalan que, al contrario de lo que pasa con otros pueblos, los británicos han inhibido y reprimido el natural proceso de "socialización" que normalmente se manifiesta en las calles en los lugares de trabajo y hasta en los eventos sociales, pero que ésta tendencia se vuelca súbita y frenéticamente en cualquier pub, donde además se mantiene el vital anonimato de los actos.

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No faltan tampoco aquellos que, con refrescante y transparente sinceridad, no pretextan ni argumentan nada más allá del placer que implica poder beber y botanear a sus anchas con amigos, amigas, aparte de la siempre latente oportunidad de conocer a nuevas personas. Por último, están quienes sostienen que el alcoholismo que tanto aqueja a los londinenses -así como a las habitantes de otras importantes ciudades de Inglaterra- es propiciado, en gran medida, por las volubles, extremas e impredecibles inclemencias atmosféricas.

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Todos tienen una parte de la verdad y tanto hombres como mujeres (y, desde 1993, por decreto del gobierno inglés, también los niños) encuentran un lugar de distracción y en los atestados, divertidos y generalmente ruidosos pubs.

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Pero una cosa es cierta; cada uno de estos locales, con sus muy particulares características (decorado, ubicación, tradición, variedad, servicio), guardan y preservan una vasta colección de personajes, quienes van desde lo más convencional, hasta lo exótico y extravagante. Estos son, sin lugar a dudas, el principal atractivo de los pubs londinenses.

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Fauna variada. Puede encontrarse con los más recalcitrantes punks, que con su estrafalario atuendo (navajas, ellos cadenas, estoperoles, cabello cortado a la mohicano y pintado de colores) ya no impresionan ni a su propia sombra. Casi de manera apartada, en la más recóndita de las mesas o en uno de los extremos de la barra, consumen sus bebidas favoritas al compás de melodías rocanroleras, con volúmenes insoportables por momentos.

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Continuamente rondan por estos lugares los yuppies, jóvenes ejecutivos que salen de sus trabajos, con paraguas y portafolios al brazo, arropados en sus finas gabardinas. Pero después de algunos largos tarros (pints, en la jerga local) de cerveza, acaban con las corbatas en la espalda y la camisa de fuera, platicando con peculiar ironía inglesa de prácticamente cualquier frivolidad: conquistas amorosas, decepciones, resultados deportivos, proyectos multimillonarios, etcétera.

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No puede faltar la vampiresa, mujer fatal llena de promesas no cumplidas, que emociona a todos los donjuanes. Ellos, cansados, optan por retirarse como pueden y se encaminan a la estación del underground (el tren metropolitano, también llamado tube) más cercana. Ellas, por su parte, aburridas también de su inútil juego, se retiran a sus pequeños departamentos, retozan brevemente con su mascota favorita (por lo regular, gatos) y se tienden sobre la cama, durmiéndose con las medias y uno de sus zapatos de tacón puestos.

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Los ancianos también son personajes que, cotidianamente, se dejan ver por estos lares. Pueden contarle las más fantásticas historias sobre la vapuleada familia real británica, sobre los estragos de la recesión económica o sobre las ideas románticas e idealistas de la Comunidad Europea.

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No es nada difícil encontrarse con una pareja de gays. Con sus cortes a rape, arracadas, jeans negros, camisetas blancas de algodón y zapatos de goma, siempre parecieran estar controlándose. Luego, abandonan el pub, con generosas cantidades de bebida encima, y se pierden en cualquier punto de la ciudad, bajo el huracán de sus conflictivas existencias.

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Los clientes más comunes son hombres y mujeres divorciados (muchos, más de dos veces), quienes bajo los efectos del duelo de la separación, de la soledad y de la incertidumbre cotidiana, resucitan, con monólogos exasperantes, a Hamlet, frente a los agotados vasos y colillas.

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El fanático de los deportes (cricket, rugby, carreras de caballos y polo) puede permanecer horas frente a un televisor, haciendo predicciones, apuestas y comentarios, bebiendo y lanzando gritos de júbilo, decepción o exhibicionismo.

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Y, claro, también hay que mencionar a la masa de turistas, venidos de todas partes, que tratan de adaptarse lo mejor que pueden a las cambiantes y variadas atmósferas de estos pubs londinenses, a pesar de sus particulares costumbres y creencias.

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Pero lo que también es muy cierto es que cada uno de esos personajes (que bien podrían formar parte de una novela de Lovecraft o Bradbury) ni le tomarán en cuenta ni le harán pasar un rato desagradable. Lo cual no se debe, precisamente, a su inocencia o bondad, sino a que ya conocen bien el comportamiento y la autoridad de la policía inglesa.

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Bebo, luego existo. En fin, toda una variedad de lugares, estilos, atmósferas, servicios y evidentemente de clientes, quienes a lo largo del día o en horas específicas (y prácticamente durante todo el año) se pierden en arrebatos dionisiacos, Así, propician nuevos encuentros, llenos de esa frágil esperanza que, con sus luces, distrae a la soledad, o simplemente celebran el radiante y efímero instante.

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Con sus ángeles y demonios redimidos,los pubs son parte fundamental del cotidiano devenir londinense. Y como bien dijera, en cierta ocasión, un caballero inglés (tarro de cerveza lagger en mano y mirada perdida), parodiando a René Descartes: "My dear friend.- I drink, there fore I exist".

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