La habilidad para generar una respuesta emocional es la clave de éxito de todo líder. Moisés logró la atención de su pueblo haciéndole temer a un Dios encolerizado. Winston Churchill apeló al orgullo inglés para levantar el espíritu en los primeros y oscuros días de la Segunda Guerra Mundial.
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Martin Luther King Jr. sirvió de ejemplo de afecto a millones a través de su propio liderazgo no violento en la causa de los derechos civiles de los afroamericanos. También los líderes de negocios deben inspirar emociones para persuadir a su gente a dar lo mejor. Pero, ¿importa el origen de la emoción?
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Hoy el sentido común sostiene que el control y el comando están muertos, que se debe dar poder a los empleados para actuar por sí mismos.
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Las nuevas tendencias de conducción enarbolan la máxima de que los empleados son miembros del equipo, no subordinados. Aún más, son “parte de la familia”.
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El lenguaje del amor con frases como “yo amo a mi gente”, se ha transformado en el idioma gerencial aceptado y preferido, “un nuevo estilo usado exclusivamente por los ejecutivos jefes”, como Lucy Kellaway escribió recientemente en el Financial Times.
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Los últimos libros lo confirman al resaltar la efectividad de los líderes calmos y los jefes modestos.
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Sin embargo, es difícil escapar de la sensación de que el miedo es aún una realidad en el mundo laboral.
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No sólo el miedo a los despidos, que dependen más de factores económicos.
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El tema es el viejo temor al jefe, esa sensación de que nuestro rendimiento se verá juzgado con base en estándares más elevados y que al no alcanzar un nivel de rendimiento alto, no seremos tolerados por mucho tiempo en la firma.
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¿Es éste temor necesario, y aun saludable, en un mundo tan ultracompetitivo como el actual?
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Niccolo Maquiavelo se ocupó de estas preguntas siglos atrás mientras escribía El Príncipe, aconsejando que “Es mejor ser temido que amado.”
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Decidí que era momento de volver a esos preceptos y le pedí a tres expertos que re pensaran tal noción, pero en el contexto del management y liderazgo moderno.
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Y obtuve tres respuestas distintas, aunque con un tema común a todas: la gente quiere reglas claras, honestidad y confianza mutua.
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Cuando los empleados sienten que son justamente tratados, sus sentimientos de temor o de amor resultan secundarios dentro de un panorama general, tanto en un campo de batalla como en un cubículo de trabajo.
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Pero cuando sienten que las decisiones son arbitrarias, finalmente no responderán a ninguna emoción.
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De MIT Sloan 2004
Distribuido por Tribune
Media Services International.
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