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Urge una reforma fiscal que incentive la

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

El rumbo económico se recarga cada vez con más fuerza sobre la iniciativa privada. Desde el sexenio pasado, las privatizaciones en sectores de la actividad productiva y financiera han sido un ingrediente básico en la política económica bajo la premisa de que, en esta etapa de las relaciones mundiales, a los Estados sólo les corresponde mantener el control de “áreas estratégicas”.

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Pero más allá de esta concepción básica, poco se ha avanzado en la definición de qué es lo que busca la política económica heredada de la anterior administración, además de la permanente lucha antiinflacionaria. ¿Qué se requiere, en última instancia, para que el sector privado cumpla con la encomienda del crecimiento económico? Si las dos líneas de respuesta fuesen certidumbre en el rumbo del país y viabilidad para los actuales y los nuevos negocios, la pregunta es, de todos modos, ¿cuándo existirán estas condiciones?

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No será posible generarlas si no se establece, ya, una política fiscal integral, promotora del ahorro y la inversión. ¿Por qué no alentar la creación de nuevos puestos de trabajo mediante estímulos fiscales cuando, finalmente, son más redituables los impuestos al consumo y sobre la renta que los gravámenes a la producción? Por lo demás, la auténtica ampliación de la base tributaria compensaría, muy pronto, lo que se dejaría de percibir con incentivos a la inversión productiva.

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Una reforma fiscal de fondo motivaría, además, la descentralización del aparato productivo, atendiendo a añejos reclamos de equilibrio económico regional, por la vía de una saludable competencia entre las entidades federativas por atraer actividad y crear empleos en sus jurisdicciones. Esto haría innecesarias las manos extendidas en dirección a las oficinas de los indiferentes administradores del presupuesto federal.

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Las heridas que abrió la crisis en la planta productiva, aún sin cicatrizar, están en espera de un verdadero tratamiento, porque el suyo es un daño que no se resuelve con sólo ordenar los mercados financieros —suponiendo que ese orden realmente exista—. El Programa de Política Industrial y Comercio Exterior, por muchos calificado como esotérico por el hecho de que no incluye un verdadero plan de aterrizaje, revolotea aún por todos los estrados, oficiales o no, sin mostrar claramente para qué sirve (o servirá).

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La concreción de una reforma fiscal incentivadora de la inversión sería un buen termómetro para medir si la administración zedillista asume su papel de promotor o se queda en las medias tintas.

- - Los Editores

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