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Él sí sabe cómo cobrar deudas

Desde las entrañas del mundo financiero, el banquero Bill Rhodes explica cómo en los 80 se aplicó la medicina amarga de austeridad en México, y qué debe aprender Europa de esta lección.
lun 26 septiembre 2011 11:34 AM
Bill Rhodes, de Citibank, representó en los 80 a todos los bancos acreedores cuando en México se aplicó el Plan Brady y AL se ahogaba en deudas. (Foto: César Vera)
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En septiembre de 1982, Bill Rhodes viajó a la Ciudad de México, llegó  hasta la Secretaría de Hacienda y preguntó dónde estaba el secretario, Jesús Silva Herzog. Nadie supo o quiso darle una respuesta. Rhodes, quien era ejecutivo de Citibank y presidente del comité de bancos acreedores de México, llevaba una semana buscando a Silva Herzog, con quien negociaba una reestructuración de la deuda externa, que el gobierno de López Portillo había dejado de pagar unos meses. Finalmente, se alojó en el hotel Camino Real y decidió esperar. Dos días después, mientras comía en el restaurante del hotel, recibió una llamada: "Estoy vivo", le dijo Chucho Silva, que se había sometido a una operación urgente de apendicitis. "Y todavía soy secretario. Pero debí hacer todo en secreto para no asustar a los mercados". Meses después, el Fondo Monetario Internacional (FMI), los bancos y México firmaron un acuerdo de refinanciación de deuda.

Esta historia la cuenta Rhodes en su nuevo libro, Banker to the World (‘Banquero para el mundo'), un mezcla de autobiografía ejecutiva y lecciones de liderazgo aprendidas en más de medio siglo trabajando para Citibank.

En los años 80 y 90, Rhodes se hizo especialista en crisis financieras internacionales: estuvo en Nicaragua en 1980, en México en 1982, en Argentina en 1991, en Corea del Sur en 1998 y en Turquía en 2001. En casi todas estas crisis, Rhodes llegaba de la mano del FMI y pedía a los gobiernos, a cambio de prestar nuevo dinero o refinanciar deudas viejas, que ajustaran sus presupuestos o vendieran empresas estatales.

A Rhodes sólo lo llamaban cuando había que apagar incendios, y quizá por eso su imagen entre la prensa y los políticos latinoamericanos ha sido a menudo controvertida o criticada. Rhodes apenas menciona estas cuestiones en su libro, y tampoco tiene muchas ganas de conversar sobre ellas cuando recibe a Expansión en su oficina de Manhattan, 20 pisos encima de la avenida Lexington, donde todavía trabaja part-time para Citigroup y tiene una oficina de consultoría que lleva su nombre.

Mucho más entusiasmo le genera a Rhodes hablar de la situación en Europa, cuyos líderes podrían aplicar en estos meses muchas de las lecciones aprendidas en los años 80 y 90 en América Latina. Pero se rehúsan a hacerlo, según el banquero, a pesar de que muchos de estos países se pasaron dos décadas diciéndole a México, Brasil y Argentina, entre muchos otros, cómo debían manejar sus economías. Un día después del paso del huracán Irene por Nueva York, Rhodes comenta su experiencia:

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Habla poco de Europa en su libro, pero igual cree que algunas de las lecciones podrían ser útiles. ¿Cuáles?

Sí, más de una. La primera es que cada país es distinto. Argentina es muy distinto de México y Grecia es muy distinto de Portugal. Éste es un punto que los europeos no querían ver al principio. Después de que Grecia anunció sus problemas de deuda, en diciembre de 2009, hablé con (el primer ministro Georgios) Papandreu en Davos, en el Foro Económico Mundial. Traté de convencerlo de aprender las lecciones que hemos sufrido durante los 80 en América Latina y en los 90 en Asia. Pero ellos pensaban que Grecia, como miembro de la Unión Europea, era muy distinta de estos países. También traté de convencer a la gente en Bruselas que manejan la Unión Europea y a la gente del Banco Central Europeo que había lecciones que se podían recordar, aprender y usar sobre lo que había ocurrido en América Latina. Otra similitud entre Grecia y México es que en Grecia, como ocurrió en México en 1982, los problemas empezaron con el soberano pero luego se extendieron a los bancos. En eso es muy similar.
Otro punto que menciono en mi libro es el contagio. El contagio es algo que todo el mundo ha olvidado después de los casos de América Latina y Asia. Yo he tratado de convencer a los europeos de que Grecia no iba a ser un caso aislado, y no ha sido un caso aislado, lamentablemente. Ellos no han querido aprender o recordar las lecciones de años anteriores.
Esto, por supuesto, genera frustración en México, en Brasil y en toda América Latina. Porque los europeos, conjuntamente con los americanos (o ‘yanquis' o ‘gringos', como usted prefiera) siempre querían dar consejos a los países de América Latina sobre cómo manejar sus economías y ahora lamentablemente no quieren aprender de eso. Es fácil ser profesor, pero es muy difícil ser estudiante, aprender de las lecciones. Yo traté de convencer a los europeos de que debían, por la cuestión del contagio, manejar con urgencia la situación de Grecia. Si no, la zona euro iba a tener problemas, y lamentablemente eso es lo que ha ocurrido.

Pero Grecia todavía no estalla. ¿Todavía está a tiempo de aprender de América Latina?

Todavía hay tiempo de elaborar un plan para Grecia, pero en cualquier caso lo importante es que sea un plan del país, como hizo Turquía en 2001 o Brasil con Fernando Henrique Cardoso, a principios de los 90, cuando era ministro de Hacienda, o Kim Dae-Jung cuando llegó a la presidencia de Corea del Sur en 1998. Porque si no es un plan nacional, la gente no va a sentir el mismo compromiso para respaldarlo. Todos estos planes, además, tienen que mostrarles a los habitantes del país que habrá crecimiento al final del plan de austeridad. Si uno sólo tiene un plan de austeridad, no va a conseguir el respaldo de la gente. Ésa es una de las razones por las cuales fue un éxito el Plan Brady, que empezó con México en 1989. En México, los mexicanos vieron que a partir del Plan Brady podía comenzar un periodo de crecimiento sostenido. En cambio, ahora en Grecia, la mayoría de los griegos piensan que el plan del gobierno es solamente un plan de austeridad. Y se preguntan cuándo y cómo llegará el crecimiento.
El liderazgo también es crucial. En el país y también por parte del FMI, en este caso de la UE y de los políticos. Sobre todo de los políticos. Si los políticos están todo el tiempo atacándose unos a otros, nada va a pasar. Tiene que haber un jefe de Estado que crea en el plan, un gabinete de ministros que crea en el plan y que convenza al pueblo de que todo el esfuerzo será positivo para el país.

¿Su idea de un plan para Grecia requiere sí o sí una reestructuración de deuda con quita (haircut) de capital?

Sí. Yo dije desde el principio que ellos tenían que hablar con el sector privado (los bancos y los acreedores), porque el sector privado normalmente tiene la mayoría de la deuda de un país. Pero lo que ha pasado aquí es que la compra de bonos griegos por el Banco Central Europeo (BCE) está transformando la deuda privada en deuda pública. Pero eso nunca es una buena idea. No funciona. ¿Por qué deberían los Estados europeos hacer un bailout, como decíamos en los 80, de Grecia?

De todas maneras, siempre costó mucho convencer a los países de que reestructuraran sus deudas. Hoy, Grecia todavía cree que puede pasar la tormenta sin reestructurar.

Lo que es distinto en el caso de Europa es que ellos no pueden devaluar su moneda. Pero existen otras maneras de hacerlo, y una devaluación hasta cierto punto ayuda, pero no quieres seguir devaluando, devaluando y devaluando, porque eso también tiene sus problemas.

Además, con el tamaño y la interconexión de los sistemas financieros europeos, una devaluación sería inimanejable.

Exactamente. Pero hay otro problema en Grecia, que es que la mayoría de la gente realmente no paga impuestos. Para eso hay que simplificar el pago de impuestos, porque la gente debe entender qué paga y por qué debe pagar. Por eso, si los griegos siguen sin querer pagar más impuestos y sin abrir un programa de privatizaciones, no podrán salir adelante sólo con un programa de austeridad. Necesita también ingresos.

Mucha gente dice que los bancos alemanes y franceses son un obstáculo para un acuerdo en Grecia.

Bueno, veremos qué pasa. Lo que ellos quieren hacer ahora es pasar la habilidad de comprar bonos en el mercado abierto del BCE al Fondo de Estabilidad, pero para hacerlo necesitan la aprobación de los 17 parlamentos de la unión monetaria, y eso no es una tarea fácil. Mientras tanto, el BCE sigue comprando deuda y no sólo de Irlanda, Grecia y Portugal. Hoy está comprando bonos de España e Italia, que son las economías más grandes del grupo después de Francia y Alemania. En España, aparentemente, el gobierno de Rodríguez Zapatero y la ministra Elena Salgado están tomando las medidas necesarias, y los dos partidos principales se han puesto de acuerdo para reformar la Constitución y prohibir los déficits. Pero todavía falta, por ejemplo, la reestructuración y la recapitalización de las ‘cajas'. Hay mucho que hacer, pero lo importante no es sólo anunciar medidas sino publicar un calendario de implementación. Volvemos a lo que decía al principio: el tiempo siempre juega en tu contra, siempre es tu enemigo. Ahora los mercados desconfían de la capacidad de los países de la zona euro para implementar sus anuncios.

Lo mismo que ocurría hace 10 o 20 años en América Latina.

Así es. Sé que hay mucha frustración en América Latina, en todos los países, que tuvieron que sufrir y aprender y corregir y a llegar a sus posiciones de hoy día después de sus problemas de los 80. Siempre escuchando los consejos de los europeos y los estadounidenses. Y ahora se niegan a aplicarlos.

¿Cuáles serían exactamente esas lecciones?

No perder tiempo, negociar rápido con el sector privado, tener un liderazgo fuerte y recordar que cada país es distinto, no aplicar la misma fórmula para todos los países, porque a veces el problema es el Estado y a veces son los bancos, pero al final uno impacta sobre el otro.

En su libro, usted escribe que en las negociaciones en 1982 para el paquete de rescate para México, se le pedía al gobierno de López Portillo un "paquete de medidas de austeridad". ¿Por qué eran necesarias esas medidas?

Eso fue una decisión de los gobiernos de los países acreedores y del FMI. Lo que había ocurrido en América Latina era que había llegado mucho dinero que habían depositado los países petroleros en los bancos de países de Occidente. Se reciclaron esos depósitos en préstamos, que fueron tomados por los gobiernos de América Latina y fueron usados para aumentar sus déficits. Algunos gobiernos utilizaron ese dinero para invertir en educación o infraestructura, otros lo usaron para cosas menos positivas. Cuando llegó la inflación a Estados Unidos, a principios de los 80, y la Reserva Federal subió las tasas, que habían llegado a más de 20%, hubo un gran problema en los países de América Latina con el pago de intereses sobre esos préstamos. Cuando llegó el momento de negociar, entonces (Rhodes era el presidente del comité de bancos acreedores, que representaba a más de 500 bancos de todo el mundo), los países del Grupo de los Siete y el FMI decidieron que lo más importante era terminar con los déficits y que para cortarlos había que implementar medidas de austeridad. Y eso fue aceptado por los países latinoamericanos. En esa época, la idea de los bancos era reestructurar la deuda externa con la esperanza de que los países llegaran al crecimiento de equis tiempo, pero terminó aumentando la deuda externa de los países. El problema fue que sin cortar los déficits y sin una reducción de la deuda externa, fue muy difícil obtener crecimiento sostenible en aquellos años. Así fue como llegamos, después de varias reestructuraciones, al Plan Brady, que implementé personalmente en muchos países.

La gran diferencia entre el Plan Brady y los intentos anteriores es que el Plan Brady, por primera vez, incluía una reducción de la deuda y una pérdida para los bancos acreedores.

Exacto. Lo ideal es regresar al crecimiento sostenible sin que los bancos tengan que sufrir un haircut (reducción en el capital de la deuda). Pero si no hay crecimiento, entonces los bancos tienen que estar dispuestos a sufrir un haircut. Ésa es la situación que estamos viviendo ahora en Grecia y también con la banca en el caso de Irlanda. La esperanza es que en Italia y España no sea necesario, pero ellos tienen que tomar las medidas para evitarlo. El problema es cuando no hay equilibrio entre las medidas de austeridad y las medidas para generar crecimiento. Ése es el problema que están enfrentando Italia, España y también Estados Unidos, donde tenemos que reducir el déficit. Hemos tenido dos guerras y hemos gastado bastante. No voy a entrar a decir si las guerras fueron buena o mala idea...

Pero fueron caras.

Eso es un hecho. Y lo único que se puede hacer con un hecho es aprender. Es muy necesario reducir el déficit en Estados Unidos, pero también es necesario generar crecimiento. Pero eso no es fácil, porque ahora el crecimiento de EU es bastante bajo y al final eso afectará muchas partes del mundo. Hoy en día, los mercados emergentes no dependen tanto como antes de Estados Unidos, pero EU todavía depende mucho de Europa. Hemos visto en los últimos 10 años que hay un nuevo jugador en el mercado, que es China. Yo he ido a China entre tres y cinco veces cada año desde 1993. Y he visto grandes cambios. Pero ahora ya no es como en 2008, cuando China fue uno de los factores que permitió sacar al mundo de la recesión. Ellos ahora tienen sus problemas, especialmente la inflación.
Estados Unidos ya no es el motor principal de la economía mundial, pero sigue siendo importante. Los países de América Latina, por su parte, están en una situación mucho más favorable, porque han hecho una serie de reformas desde los años 80 y 90, con sus instituciones, sus presupuestos y sus sistemas financieros. Los sistemas financieros de América Latina son mucho más sólidos que hace un par de décadas. Ejemplo: uno de los bancos más grandes del mundo es el Itaú-Unibanco, una institución bancaria brasileña. Y los bancos más grandes del mundo actualmente son los chinos. Los más grandes ya no son los estadounidenses ni los europeos ni los japoneses: son los chinos.

En 2005 usted comenzó a alertar sobre las debilidades del sistema financiero mundial. Decía que estaba construido sobre "préstamos poco sólidos". ¿No cree que podía decirse lo mismo de los préstamos a América Latina de fines de los 70 y principios de los 80?

Cuando hay un problema así, el culpable nunca es un lado o el otro, sino los dos. Porque nadie forzaba a estos países a tomar estos préstamos. Yo creo que la esperanza, en aquel momento, era que los países de América Latina usaran el dinero de los petrodólares para educación, infraestructura y cosas así, pero lamentablemente mucha de la plata llegó a financiar déficits. Ésa es otra lección importante. Cuando un país toma un préstamo, debe usarlo para algo positivo.

¿Por qué cree que han tenido tanta mala prensa los bancos que prestaron dinero u organizaron las emisiones de deuda de los países de América Latina?

div> Yo creo que América Latina tuvo que vivir un periodo demasiado largo de austeridad, y eso no es nada fácil. Yo digo en el libro que algunos de los planes de aquellos gobiernos y el Fondo Monetario Internacional pusieron demasiado énfasis en la austeridad y no suficiente énfasis en el crecimiento. Eso es muy importante.

¿Es optimista o pesimista sobre la resolución de la crisis europea?

Los europeos primero deben reconocer que han perdido mucho tiempo y que han provocado un problema grande donde había un problema pequeño. Después tienen que movilizarse para aprobar, cuanto antes, la posibilidad de que el Fondo de Estabilidad pueda comprar bonos y quitar esa responsabilidad del Banco Central Europeo, porque realmente ése no es su trabajo. El trabajo del BCE es la estabilidad de precios. Además, cuando eso sea aprobado, el Fondo de Estabilidad necesitará dar una garantía al posible acuerdo de Grecia con la banca privada y reestructurar a los bancos que lo necesiten. Pero lo más importante es alcanzar un acuerdo fiscal.
Tener una unión monetaria no es suficiente. La idea original, con Maastricht y el Pacto para la Estabilidad y el Crecimiento, era que los países no iban a tener déficits de más del 3%. Ésa era la idea básica de la zona euro. Pero los primeros países que violaron esta regla fueron Francia y Alemania, las dos naciones más grandes. ¿Qué ejemplo es éste para los demás? La Unión Europea debe arreglar esto de alguna manera. Sin un arreglo fiscal, que limite los déficits, la unión monetaria no será suficiente.

¿Qué escenario ve para dentro de un año? ¿Default con reestructuración? ¿Abandonará alguien el euro?

Creo que ninguno de estos países quiere abandonar el euro, pero todo es posible. Mire, hay gente que está empezando a decir que si Grecia o algún otro país no puede vivir con las limitaciones necesarias para vivir en la unión monetaria, entonces podría abandonarlo.  

LA CRISIS DE DEUDA DE LOS 80 CONTADA DESDE ADENTRO


El libro de Bill Rhodes está escrito desde el corazón mismo del establishment financiero internacional. Ya su título (‘Banquero para el mundo’) y las recomendaciones en portada –de dos pesos pesado como Henry Kissinger y Paul Volcker– muestran que Rhodes es uno de esos personajes que lo ha visto todo, sabe todo y conoce a todo el mundo. Para quienes en las últimas décadas han querido ver teorías conspirativas alrededor de la relación de México y América Latina con los países ricos y el FMI, Rhodes es una figura ineludible, porque aparece en todas las fotos: en cada crisis, ahí estaba él con su maletín bajando la escalerilla del avión privado de Citibank. Lo mejor del libro son entonces estas historias y escenas de primera mano de momentos clave de la economía reciente de México y América Latina. Rhodes menciona nombres y viajes relámpago –del Caribe a Nueva York y del DF a Corea del Sur– y llamadas telefónicas urgentes, que son narradas con diálogos vivaces y creíbles. Algunas de estas escenas tienen, por momentos, la atmósfera de una película de espías de los años 80.

Las “lecciones de liderazgo” que obtiene Rhodes a partir de estos episodios (el libro está estructurado como una serie de lecciones, casi como un libro de management), son, en cambio, un poco más previsibles y menos sugerentes. Más interesante es aprender la versión de los hechos de los bancos de Wall Street sobre su participación en América Latina en los años de la crisis de la deuda. Rhodes era el más influyente de los banqueros estadounidenses en contacto con los gobiernos latinoamericanos y, por lo tanto, quien debía pasar los mensajes sobre qué medidas eran necesarias para poder acceder a dinero nuevo. Este rol, que ha tenido decenas de críticos en casi todos los países, Rhodes lo asume con naturalidad. Si México o Brasil o Argentina se endeudaron por encima de sus posibilidades, y usaron el dinero para financiar déficits en lugar de invertir en educación e infraestructura, ésa es una responsabilidad de los países, sugiere el libro. Y tiene algo de razón. Pero es sólo una versión de la historia.

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