En 1901, Schumpeter, el gran economista alemán, definió la innovación simplemente como “una nueva combinación de medios de producción”. Sin embargo, a esa definición agregó el comentario de que la innovación era “el fenómeno fundamental del desarrollo económico”.
Desde entonces, ésta ha adquirido una enorme importancia. Diversos estudios empíricos han comprobado que el cambio tecnológico, asociado con diversas formas de innovación es, de lejos, la principal causa del aumento del PIB. También se ha confirmado la estrecha asociación entre la disponibilidad de crédito y la expansión de las nuevas formas de producir. Algo que no previó Schumpeter fue la creciente asociación que ha ocurrido entre las empresas deseosas de innovar y la actividad de los científicos que generan invenciones que, después, las compañías convierten en innovaciones.
Hoy en día se reconoce que la mayor capacidad para generar innovación suele asociarse con una mayor competitividad de las empresas o de la economía nacional, frente a lo logrado por otras firmas o por otros países. La mayor competitividad amplía los mercados que atiende una compañía. Así, ésta puede aprovechar mayores economías de escala y de aglomeración, reforzando su competitividad y entrando en un círculo virtuoso.
Desde luego, este círculo virtuoso se convierte en uno empobrecedor para los países que no logran generar estas ventajas, debido a que no les queda otra opción que competir con la venta de sus recursos naturales y con los bajos salarios de sus trabajadores. Opciones que, tarde o temprano, deberán modificarse.
¿Qué pasa en México en materia de innovación? En nuestro país sí hay innovación. Sólo que –a diferencia de lo que sucede en los países que han hecho un esfuerzo por generar una capacidad para innovar–, ésta tiene como fuente principal la maquinaria importada, el aprendizaje de diversas técnicas también provenientes del extranjero. Por tanto, se trata de innovación en México, pero no en el mundo.
La actitud tradicional de muchos empresarios mexicanos frente a la innovación se resume en: ‘Más vale comprar lo hecho, que inventarlo’. Entonces, se trata de adquirir tecnología no propietaria, que no dará muchas ventajas para exportar. Más aún, cuando la tecnología se compra afuera se suele aceptar el compromiso de no exportar los productos fabricados con ayuda de ella. Hoy, no tener capacidad de realizar desarrollos tecnológicos propios afecta la competitividad del país frente a la industria extranjera, reduce su capacidad de exportar y disminuye las posibilidades de crecimiento económico del país. Esto último no era tan importante cuando la sustitución de importaciones estaba vigente, pues se creía que con el desarrollo del mercado interno, tarde o temprano, se desarrollaría la misma capacidad técnica.
¿Cuál es, al respecto, la situación de la economía mexicana actual? Si nos atenemos al muy escaso número de patentes obtenidas por mexicanos, ya sea en el país o en el extranjero, la conclusión sería que la generación de tecnología propietaria es muy poca. Esto está asociado con lo reducido del gasto que hace el país en actividades de investigación y desarrollo (IyD). Como sabemos, el total de este gasto en México no excede de 0.4% del PIB, cuando en la mayoría de los países con un nivel de desarrollo similar se gasta arriba de 0.5% y está ascendiendo. México, recientemente, redujo el volumen de este gasto.
Sin embargo, es probable que el sistema fabril mexicano genere innovación en algunos procesos que no patenta y, por tanto, no los reporta como parte del gasto en IyD. También existe el caso de las empresas mexicanas muy grandes, que cuando requieren innovación contratan a laboratorios extranjeros para desarrollar ciertas ideas. Las innovaciones así logradas por lo general no se patentan, así que no es fácil saber, con exactitud, la magnitud del gasto en innovación que hace México.
A este respecto, vale la pena darse una vuelta por universidades como Stanford y ver los agradecimientos de la institución a ciertas donaciones hechas por empresas mexicanas para la construcción de laboratorios.
Sin embargo, es probable que la innovación no reportada no sea muy importante. Si lo fuera se sabría más al respecto. Por lo tanto, lo más seguro es que aceptemos que la economía mexicana, en particular sus empresas, no hacen grandes esfuerzos por generar tecnología propietaria. Como resultado, México se sigue quedando atrás, aun respecto de otros países latinoamericanos como Chile o Argentina, con los que antes mantenía una paridad en esta materia.
Desde luego, aparte de la actitud empresarial de no invertir en la generación de innovación propietaria, se encuentra la actitud poco sensible del gobierno federal, que recientemente aceptó considerar la ampliación de los subsidios que otorga a la generación de innovación.
¿Qué hacer para aumentar la innovación en México? La opinión de los científicos es que para lograr más innovación propietaria primero habría que otorgarle más apoyo a la actividad científica.
Es cierto que en México este tipo de actividad está subfinanciada por el gobierno y, por tanto, hay que apoyar el aumento de esos fondos. Sin embargo, la innovación no surge de la ciencia. En el mejor de los casos, lo que de ahí surge son las invenciones, que no necesariamente se convertirán en innovaciones.
La innovación la hacen las empresas. Éstas pueden ser propiedad de los científicos, cuya meta es generar productos y ganar utilidades más que realizar desarrollos. Quizás aquí es donde se encuentra la principal falla del sistema de innovación del país. En México hay muy poca experiencia para generar innovaciones exitosas.
En este punto es importante saber copiar lo que hacen bien en el extranjero. Hay que subsidiar la generación de tecnología propietaria en las empresas, con fondos de origen público que serían utilizados para obtener servicios técnicos en las universidades.
El programa Avance del Conacyt tiene un propósito afín a lo anterior. Apenas empezó a funcionar, al parecer con buen éxito, pero es pequeño.
Por otra parte, la industria de capital de riesgo sigue detenida. Las nuevas regulaciones al respecto, emitidas por la Secretaría de Hacienda, fueron pertinentes, pero su uso no se ha generalizado. En esto habría que copiar los sistemas legales, financieros y de entrenamiento que operan en Estados Unidos.
El punto más general radica en apoyar a las empresas para que desarrollen tecnologías propietarias. Esto traería como resultado que las compañías tendrían más motivos para invertir en la generación de innovación pero también apoyarían –con más recursos– al sistema científico y que éste colabore con su saber en la tarea de innovar. Se abrirían así, de manera muy amplia, las perspectivas del trabajo científico en México, y además generarían mayor innovación. Así es como ocurre en el resto del mundo ¿Por qué no habría de ser en México?
El autor es profesor investigador de la división de Economía del CIDE.