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La otra migración

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mié 27 diciembre 2006 12:00 AM

Llano de la Rana, en la región de la Montaña de Guerrero, es un puñado de chozas de adobe, instaladas sobre la inclinada ladera de un cerro en el municipio de Metlatónoc.

Flacos senderos serpentean de casa en casa. No hay televisión ni radio. Un adolescente ciego se desplaza con gran habilidad por la pendiente. Ha pasado toda su vida allí. Un pequeño niño con síndrome de Down corre desnudo entre las casuchas.

Éste es el corazón oscuro de la pobreza mexicana; la sociedad en su expresión más disfuncional. La pequeña escuela del caserío está abandonada. Un día el maestro se fue y ya no volvió. Los postes de luz ya están instalados, pero el fluido eléctrico aún no llega a las casas por un malentendido con la Comisión Federal de Electricidad.

En esas condiciones, no sorprende que muchos pobladores de este lugar y de la zona hayan dejado la tierra para buscar fortuna en Estados Unidos (EU). Lo que sí asombra a los estudiosos es que la gente esté utilizando el dinero de las remesas para mudarse a otro lugar dentro del país.

“Es una nueva dimensión de análisis que apenas estamos encontrando”, dice Óscar Pérez, profesor especializado en Migración de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ). “Lo escuchamos más en zonas de reciente migración y en las comunidades indígenas de Guerrero y Oaxaca”.

Florinda Aguilar, de 16 años, ha dejado de tomar la ruta accidentada de dos horas entre Llano de la Rana y su escuela en Metlatónoc, a causa de una enfermedad. Pero esta joven tiene planes para el futuro y Llano de la Rana no está en ellos. Quiere irse a EU, como hicieron dos de sus hermanos. “No hay nada que hacer aquí”, dice la adolescente mixteca y mira hacia la montaña. Sus hermanos envían alrededor de 4,000 pesos cada tres o cuatro meses a su madre, Rufina Aguilar, que ahorra el dinero para construir una casa, pero no lo hará sobre el empinado terreno donde ahora viven. Su futura vivienda estará en Metlatónoc, pueblo cercano asentado en un valle al que rodean pequeños cerros, donde viven 1,900 personas, en su mayoría hablantes de mixteco. No serán las únicas que terminen por dejar Llano de la Rana para irse a ese pueblo, y muchos emigrarán de Metlatónoc a otros lugares. Pese a todo, aunque 40% de la población de Metlatónoc se ha ido a EU, éste no se ha vuelto más pequeño, al contrario, ha crecido, afirma el secretario municipal Guillermo Ebaristo. Y la razón está exactamente detrás de familias como los Aguilar, que aprovechan las remesas para escapar de su aislamiento en las comunidades.

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Metlatónoc no es el único lugar donde salta a la vista este fenómeno. Según Guillermo Huerta, director adjunto de Programas Sociales de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), lo mismo está ocurriendo en los estados del sureste del país que tradicionalmente han sido expulsores de emigrantes. También sucedió en poblados como Meztitlán (Hidalgo) y Cotija (Michoacán), que crecieron por la llegada de nuevos colonos. En la región de la Montaña guerrerense, además de Metlatónoc, el otro lugar donde esto es más notable es en Tlapa de Comonfort, el corazón comercial de la zona y cabecera municipal; el destino final de los más afortunados, de entre los pobladores de la Montaña.

Lo que no está claro es si el crecimiento físico también lleva desarrollo sustentable a esos lugares. Para unos, una oportunidad de hacer negocio; para otros, una ciudad cara para vivir. “Es un fenómeno nuevo que apenas estamos estudiando”, dice Huerta.

Crecimiento desbordado
“Nunca pensamos que seríamos una ciudad, siempre creímos que seguiríamos siendo un pueblo”, comenta Arquímedes Jiménez, subdelegado de la dirección municipal de Tránsito y Vialidad de Tlapa, ciudad de aproximadamente 35,000 personas, a un costado del río Mixteco, en Guerrero.

Una de las avenidas más importantes de Tlapa es el cauce ancho de un arroyo seco. El polvo llena el aire y el pavimento de algunas calles transversales está levantado. Varios table dance y antros operan a la vera de la carretera que llega a Tlapa. En los últimos años han abierto cinco agencias de automóviles, y los rumores de que una sucursal de la cadena Sam’s Club se instalará allí inquietan al pequeño mundo de los comerciantes locales. Asimismo, se han formado pandillas, como Los Chumiles, Los Vagos, y una integrada por mujeres, Las Gatas. “Son jóvenes que han emigrado a Estados Unidos o que adoptan costumbres de familiares radicados en el norte”, comenta Arquímedes Jiménez. “Se nota en los grafitis en inglés que pintan y las señas que hacen con los dedos, como las que usan las pandillas allá”.

A Tlapa y a toda la región las remesas llegan por transferencia bancaria. Por las mañanas hay largas filas afuera de las dos sucursales de HSBC, en las de Bancomer y Banamex y frente a las casas de cambio. Cada mes llegan alrededor de 16 millones de dólares, menciona Claudio Arce, el director de Intermex, una empresa de transferencia de remesas a localidades rurales, y que tiene oficina en Tlapa. Esta estimación sólo considera las operaciones hechas a través de instituciones financieras, pero una cantidad indeterminada llega por medios informales. Según Arce, el flujo de remesas que llega a esta sucursal crece 20% anualmente, como en las otras 400 que tienen en el país. Además del dinero, arriban personas. De acuerdo con Jiménez, cuando menos 1,200 personas han llegado a Tlapa provenientes de Metlatónoc. Estos nuevos habitantes se han avecindado en la periferia de la ciudad y crearon un ‘cinturón de miseria’ que carece de servicios básicos. Jiménez dice que los servicios de salud son insuficientes, pues la población casi se duplicó desde 1990.

En contraste, en Metlatónoc el flujo de remesas ha generado escaso beneficio. Casi no hay comercios y los que existen carecen de los atributos más básicos de la economía moderna, como, por ejemplo, nombres. No hay telefonía celular, ni líneas fijas, y solamente hay comunicación por medio de teléfonos rurales satelitales.

Muchas veces el dinero de las remesas desaparece como agua sobre un comal caliente. “No abren negocios porque no tienen la visión de crear su propio empleo”, comenta Ebaristo, funcionario de Metlatónoc. “Los que buscan algo se van a Tlapa”. Metlatónoc no produce nada y su economía se nutre de los sueldos de los maestros, otros funcionarios gubernamentales y los dólares. El único médico del municipio, Jacinto Cisneros, sentado en su consultorio en el edificio de la presidencia municipal con cajas de fruta por anaqueles, ve la migración y las remesas como una espada de dos filos. “En algunas familias se nota que la alimentación mejora por las remesas”, comenta, “pero también las mujeres tienen que cuidar solas a muchos niños, lo que a su vez puede causar muchos problemas”. En este pueblo todavía es común que las mujeres se casen a los 16 años y, según el doctor, suelen tener siete hijos. “He visto enfermedades aquí que sólo conocía de los libros, y no sabía que existían en México”, todas, ligadas a la malnutrición, agrega el médico, que llegó a este lugar hace tres años desde Tlapa con su familia.

Cisneros menciona que un problema frecuente es el abandono de la familia, debido a que los esposos se van a Estados Unidos y allá inician otras relaciones y forman nuevas familias. Una de esas mujeres abandonadas es Nieves Aguilar Moreno, de Llano de la Rana, que tiene alrededor de 40 años. Su hijo se fue hace cinco años a EU y desde entonces no ha sabido nada de él. Vive en lo que se puede describir como una jaula hecha de palos de madera. Sus únicas posesiones son unos botes de plástico, bolsas y un machete. Su vida transcurre en los límites marcados por el costado frío de la montaña y las sombras de la barranca –extrema pobreza, no sólo en términos materiales sino también en oportunidades–.

La migración además desalienta el desarrollo en tanto que afecta la educación. Es frecuente que los hijos de los migrantes pierdan el interés por la escuela. Imaginan su futuro como peones en EU y saben muy bien que los diplomas escolares no significarán nada al otro lado de la frontera.

“La migración sí causa problemas”, comenta Zacarías Ortiz, maestro en la secundaria de Metlatónoc. “Muchas veces ni les interesa aprender, ven que sus papás se van y quieren hacer lo mismo. Además mucha de la gente aquí se casa a los 14 0 15 años. ¿Qué tipo de educación puedes darle a tus hijos en esas circunstancias?”. Más que por las remesas, los pocos ejemplos de diversificación económica en Metlatónoc han sido impulsados por la educación de los niños. Ellos son los clientes de los dos cafés internet que abrieron este año. Mantienen a flote la papelería y ocupada la fotocopiadora donde reproducen sus materiales. Por lo demás, la economía gira alrededor de los bodegueros que distribuyen refrescos, botanas y cerveza.

Ir a Tlapa implica un viaje de tres horas por una brecha, aunque una carretera ya está en construcción. Pero la travesía no desalienta a la gente de Metlatónoc que recibe remesas y que acostumbra gastar allá el dinero. “Una vez calculamos que sería más barato poner toda la población del municipio de Metlatónoc en hoteles, que llevar servicios ahí”, comenta Huerta, de la Sedesol. Es decir, los problemas de Metlatónoc difícilmente se resolverán con lo que, esforzadamente, les envían sus familiares.

¿Comercio al rescate?
En Tlapa, Anselmo Leyva Pérez, presidente de Construrama Cruz Verde, está sentado en una oficina frente al mapa de la ciudad. Él estima que su negocio tiene 30% del mercado de materiales de construcción en la ciudad y asegura que crece 10% al año. “Sí, Tlapa está creciendo gracias a las remesas, y en menor grado por la actividad del gobierno”, comenta Leyva, quien pasó 10 años en EU en las décadas de los 60 y 70. “Hay mucha mala planeación, lo que se ejecuta se hace muy ineficientemente y hay poca vigilancia sobre las normas de construcción. Pero creo que las remesas sí han tenido un efecto positivo, la gente vive mejor en casas de concreto que en jacales”.

La economía de Tlapa se centra en el dinero proveniente de EU. Según el director municipal de Desarrollo, Javier Tapia, las remesas aportan 30% del circulante, mientras 20% son los sueldos de los burócratas y el restante 50% se debe a la actividad comercial. Allí no se produce nada, salvo los narcóticos en la sierra, pero quién sabe cuánto aporte.

Un ‘vocho’ rojo anda entre el polvo y las rocas del arroyo seco que pasa a un costado del centro de Tlapa. Lleva un megáfono sobre el techo a través del cual da a conocer las noticias del día. Éste es un punto de venta del ABC de la Montaña, el periódico local, que las malas lenguas acusan de amarillista. Su director, Delfino Cantú, es quien conduce el auto. De acuerdo con Cantú, el narco todavía está muy activo en la zona y en su opinión, por cada 4 dólares que llegan por remesas, uno más llega por las drogas.

“El narco te marca límites aquí como periodista”, admite el director general del ABC, quien afirma que su medio tiene una circulación de 5,000 ejemplares. Un parroquiano de un bar también asevera que en Tlapa se puede conseguir cualquier droga: “¿Por qué ir lejos cuando hay todo aquí?” Cualquiera que sea su origen, los ingresos en la economía local han tenido su impacto en la vida callejera. La ciudad está inmersa en el ritmo del comercio. “Aquí está garantizado que cualquier negocio sale”, comenta Javier Tapia.

Un historia de éxito de las remesas es el bar El Ilegal, de Javier Guzmán. Él trabajó cinco años como gerente de una tienda para una empresa mayorista de EU bajo el mando de un coreano. Regresó en 1996, con un ahorro que presume sumaba 2.5 millones de pesos; invirtió en un billar que tenía una sala en el segundo piso para ver partidos de futbol. “Aquí todos creen que soy narco”, comenta Guzmán, mostrando su ropa empolvada con cemento, “pero mírame, lo hice con mis propias manos”. Está acondicionando el balcón del bar para convertirlo en salón de fiestas. Ahí tiene un águila como mascota.

“Después de ser gerente de una tienda, está fácil (emprender un negocio aquí)”, asegura Guzmán, y cuenta que a los 17 años se fue de Tlapa, donde se dedicaba al comercio ambulante; llegó a Estados Unidos, subió lentamente en la jerarquía de la empresa del coreano, primero llenando anaqueles, luego manejando montacargas, hasta que un día su jefe le pidió llenar la posición de un gerente de tienda que se fue de vacaciones un mes y, al fin, terminó como gerente del establecimiento en Baltimore, con 46 empleados bajo su mando. “Yo regresé para mostrarle a la gente a donde pudo llegar este niño que vendía raspados en la calle”, dice con orgullo. “Veme ahora. ¿Quién hubiera pensado que yo sería dueño de un lugar como éste?”

El impacto de las remesas en el comercio también tiene su lado oscuro. Javier Tapia, el director municipal de Desarrollo de Tlapa, apunta que los precios en esta ciudad son muy altos, y algunos productos como la leche, las frutas y las legumbres llegan a costar el doble que en Puebla, la ciudad donde se abastecen. El funcionario sospecha que los altos precios se deben, al menos parcialmente, a la falta de competencia entre los comerciantes establecidos.

Claudio Arce, el director de Intermex, indica que los precios altos y la falta de competencia son un problema común en aquellas ciudades adonde llegan las remesas.

Y Óscar Pérez, investigador de la UAZ, agrega que no es raro que los precios de los terrenos suban más de 200% en la temporada navideña cuando los nativos regresan de Estados Unidos a casa para pasar las vacaciones. En Tlapa, los precios de los terrenos son comparables con los de Acapulco y andan entre 2,000 y 5,000 pesos por metro cuadrado, dice Tapia.

Un medio de comunicación clave en la región es La Voz de la Montaña, una radiodifusora que transmite en varios idiomas indígenas, y que muchas veces pasa mensajes de los emigrados a sus amigos y parientes en comunidades que aún no tienen teléfono. El director, Moisés Anastacio, es contundente sobre el tema de la competencia. “Aquí no hay”, comenta. “La Profeco (Procuraduría Federal del Consumidor) no llega aquí. Se vende la tortilla a 9 pesos el kilo. Los hemos llamado pero nunca nos hacen caso. Los comerciantes están organizados, hay reglas de precios, y mucha violencia”.

El tema de los altos precios no es tan simple. Gonzalo Martínez es el presidente de la Cámara Nacional de Comercio en Tlapa y dueño de una tienda de zapatos a una cuadra del Zócalo. “Los precios son altos porque los precios de transporte son altos, ya que los comerciantes no tienen su propio transporte”, dice Martínez. “Además aquí sólo hay comercio, no se produce nada. La mayoría de los comercios depende por completo de sus proveedores para el crédito y para comprar productos, entonces no están en una posición para negociar precios”.

Una de sus mayores preocupaciones es la posible llegada de una tienda de la empresa Wal-Mart a Tlapa. “Tienen capitales grandes y si llegan, van a acabar con muchos de los comercios locales, va a causar más pobreza y mas violencia”, dice el empresario. Un vocero de la trasnacional descartó que tengan esto en planes, al menos para el siguiente medio año, y en todo caso sería una tienda Aurrerá, y no un Sam’s. Para Guzmán, del bar El Ilegal, los precios elevados se deben al costo de los fletes pero también a otra razón. “Los comerciantes somos abusivos”, menciona. “Sabemos que los clientes no pueden ir a otro lugar para comprar lo que vendemos”.

Rompecabezas del desarrollo
En el tercer piso de la Organización de Derechos Humanos Tlachinollan, parada obligada para cualquier periodista en Tlapa, tienen una pizarra donde están anotadas las visitas. En esos días los visitarían reporteros de una revista de investigación para hacer un nota sobre la militarización de la sierra, un canal de televisión iría para realizar un reportaje sobre los jornaleros que se van con familias enteras a Sinaloa para cosechar jitomate. Se puede llenar una biblioteca con los problemas sociales que tiene la región de la Montaña, que por algo es de las primeras que recorren candidatos y presidentes. Si hay algún mensaje en este rompecabezas es que el desarrollo comercial sin desarrollo social es efímero. “La gente gana en el norte, regresa, gasta su dinero en cosas chatarra, y después regresa al norte”, observa Moisés Anastacio, de La Voz de la Montaña. “Es un círculo vicioso. Sin producción aquí no hay desarrollo”.

En Llano de la Rana, Rufina Aguilar está sentada en un pequeño patio, escarbado en la ladera de la montaña; platica al tiempo que toma bocados de un dulce de calabaza que preparó. El mundo del cual escaparon sus hijos es uno muy pequeño. “Aquí no ha cambiado nada”, comenta esta madre soltera con cinco hijos. “El dinero nos pasa por la mano como agua”, dice en mixteco y le traduce al español un familiar.

Todo el mundo sabe que el dinero no hace felices a las personas. En la Montaña parece ser que, además, tampoco los enriquece.

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