“Mi suegro murió creyendo que le robé su dinero”, confesó un ex gerente nacional de ventas que, en los años noventa, invirtió todo su patrimonio y el de su familia en una franquicia de comida.
Para entonces era gerente nacional de ventas, ganaba bien, y aunque el país atravesaba la crisis del 94, no le afectó. “Estaba aburrido, sentía que ya no me hallaba”, contó.
Mientras cursaba la maestría conoció el modelo de franquicia y decidió apostar por una marca que operaba en Querétaro, aunque no tenía experiencia replicando su negocio fuera del estado.
“Me destrozó dos o tres años anímicamente, profesionalmente y personalmente”, relató. La marca no tenía manuales, personal capacitado ni estructura para operar en otra ciudad. “Me mandaron un taquero un mes y pensaban que con eso ya estaba capacitado”.
No supo seleccionar el sitio, reclutar personal, ni dar asistencia técnica. El negocio quebró y con él se vino abajo su estabilidad familiar y emocional.
“Casi me cuesta el matrimonio, mis hermanas creían que me había robado su dinero. Mi abogado ni siquiera sabía qué era una franquicia”. Esta historia muestra lo que puede ocurrir cuando firmas sin entender lo que implica ser franquiciatario.