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Las finanzas personales... de la Colonia

¿Cómo sería la historia de México si fuera contada por un experto financiero?; la catedrática Beatriz Rumbos ofrece un ejercicio sobre los años previos a la Independencia.
vie 10 septiembre 2010 03:47 PM
La catedrática Beatriz Rumbos recrea la situación financiera de las haciendas de la Nueva España hacia el año 1810. (Foto: Cortesía SXC)
colonia-hacienda (Foto: Cortesía SXC)

Álvaro de la Fortuna Incierta era el mayor de los ocho hijos de Don Rodrigo de la Fortuna y Doña Concepción Incierta.

Su padre le había enseñado desde pequeño el negocio familiar : la administración de la hacienda ³La Campana² ubicada en la región norte de los Altos de Jalisco.

Como  primogénito, al morir su padre Álvaro heredó todas las propiedades familiares y se hizo responsable de mantener la producción de la hacienda. Así, en 1809, a la edad de 24 años, Álvaro se convirtió en el patriarca de la familia.

En una época, se habían sembrado vides en la finca familiar y se producía vino de excelente calidad. Sin embargo, el gobierno colonial, siguiendo instrucciones de España, había mandado a destruir todas las vides en la Nueva España, con el afán de proteger los intereses de los vinicultores en la península ibérica.

A finales del siglo XVIII, éstas habían sido sustituidas por árboles que surtían de fruta a la región, pero gran parte de la hacienda se destinó a la crianza de ovejas y equinos.

Álvaro había contraído matrimonio con la joven Luisa del Destino Variable, cuya familia, dueña de la hacienda ³El Sombrero², había sufrido económicamente al asignar recursos en demasía a obras pías y eventos sociales.

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El padre de Luisa, Don Ignacio del Destino, ganó prestigio y reconocimiento entre la sociedad con dichos donativos y gastos; el costo fue demasiado alto y a principios del siglo XIX, lleno de deudas, se vio obligado a hipotecar la hacienda.

Para su desgracia, en 1804 Carlos IV consolidó los préstamos forzosos que había hecho que le dieran las obras pías administradas por la Iglesia y Don Ignacio se vio obligado a pagar su deuda.

En consecuencia, se quedó sin capital para la siembra, pues como muchos otros dependía de los préstamos de estas obras para financiar sus actividades.

La hacienda se hubiese perdido de no ser por el oportuno matrimonio de Luisa: Don Rodrigo del Destino saldó las deudas adquiridas por don Ignacio, financió el ciclo agrícola y tomó control de ³El Sombrero².

A pesar de las reformas llevadas a cabo por los Borbones en España en la segunda mitad del siglo XVIII, que intentaban, entre otras cosas, aumentar la recaudación proveniente de las colonias de ultramar, ³La Campana² había logrado prosperar gracias a varios préstamos otorgados por el Convento de Nuestra Señora de la Merced.

Don Rodrigo era un visionario: desarrolló técnicas novedosas de agricultura y ganadería aumentando la productividad de la hacienda.

De esta forma cuando, como parte de las reformas, se liberalizó el comercio, Don Rodrigo estaba listo para la nueva competencia y prosperó ante las oportunidades que le ofrecía la apertura del panorama económico.

En la época colonial la Iglesia fungía como la única institución de crédito y, por cuenta de la Corona, también era la encargada de recolectar el diezmo o 10% de impuesto a la producción.

Don Rodrigo había tenido la precaución de cuidar su relación con la Iglesia realizando un buen número de obras pías y demostrando su lealtad a Dios, a su familia y al Rey: sin embargo, su lealtad a la corona española se tambaleó a principios de 1808, cuando Napoleón Bonaparte impuso a su hermano José como Rey de España.

A diferencia de su suegro, Don Ignacio del Destino, Don Rodrigo era un gran emprendedor y supo resguardar el patrimonio familiar controlando gran parte de la producción y el comercio de la región.

La muerte de Don Rodrigo fue repentina: una mañana, como era su costumbre, salió a montar a caballo y en el camino lo tomó por sorpresa un gran chubasco.

Horas más tarde, regresó ensopado a su casa y por la noche le vino una fiebre incontrolable. En menos de 48 horas, en un día de primavera del año 1809, Don Rodrigo de la Fortuna falleció a la edad de 48 años.

Después de los funerales y el periodo de duelo, Álvaro comenzó a dedicarle gran parte de su tiempo a la administración de ³La Campana² y ³El Sombrero².

La lucha contra la invasión francesa en España era costosa y las colonias americanas eran una fuente natural para obtener liquidez.

No obstante, Álvaro se consideraba afortunado pues a pesar de que en los últimos años las condiciones económicas en la Nueva España se habían deteriorado, todo parecía marchar de maravilla en las haciendas familiares. El futuro, no obstante, habría de cambiar súbitamente.

A las pocas semanas de la muerte de don Rodrigo, una plaga azotó a todo el ganado de la región. En particular, las ovejas fueron la especie más afectada y miles de ellas perecieron en menos de un mes.

Álvaro había incurrido en varios gastos extraordinarios a la muerte de su padre y esta plaga lo tomó por sorpresa. Adicionalmente, la reciente quiebra de otras haciendas había disminuido sustancialmente la demanda por varios productos de ³La Campana² y ³El Sombrero².

Al examinar cuidadosamente los libros de contabilidad, Álvaro reconoció que necesitaba un crédito para tener liquidez en el corto plazo.

Como era la costumbre, se dirigió al párroco del convento para tramitarlo y, para su sorpresa, el crédito le fue negado: España acababa de declarar una moratoria de pagos y la Iglesia -y por lo tanto toda la economía- se quedó sin liquidez.

Obtener dinero de otros comerciantes o hacendados era imposible, todos estaban en la misma situación.

Pasaron varios meses y ya para el verano de 1810  la situación de Álvaro y su familia era insostenible. ³La Campana² y ³El Sombrero² no eran ni la sombra de lo que habían sido unos cuantos años atrás.

Tanto Álvaro como todos los demás hacendados y comerciantes de la región culpaban de la situación económica a España.

Les parecía injusto que las colonias de América financiaran una larga campaña militar contra Francia. Se corrió la voz de que en la región del Bajío se gestaba una revuelta en contra del gobierno colonial.

A finales de agosto de 1810, Álvaro de la Fortuna Incierta dejó encargada a su familia con José, su hermano menor. Se despidió de su madre, de Luisa y de sus dos hijos y viajó hacia Querétaro para reunirse con uno de los grupos de conspiradores.

Álvaro partió a caballo en compañía de un buen número de jóvenes de la región. La principal motivación de todos ellos era solucionar su problema de liquidez.

*La autora es profesora del ITAM.

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