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¿Cómo las protestas no violentas derrotan la injusticia?

El movimiento libertario en Egipto recuerda las manifestaciones por los derechos civiles realizadas en EU en la década de 1960
mar 15 febrero 2011 06:00 AM
Luther King - protestas
Luther King - protestas Luther King - protestas

Nota del editor: Nicolaus Mills es el autor de "Like a Holy Crusade: Mississipi 1964" y profesor de Estudios Americanos en Sarah Lawrence College.

(CNN) – Mientras veía en la televisión las imágenes de cómo los manifestantes en la plaza Tahrir de El Cairo optaban por sentarse mientras había versiones de que matones del régimen de Hosni Mubarak estaban en camino para disolver su protesta, recordé cómo se sintió en la primavera del 1965 ser parte de la marcha de Selma a Montgomery por los derechos civiles.

Lo que estamos presenciando en Egipto no debe parecer extraño para los estadounidenses. Simplemente es la versión egipcia del tipo de protestas que cambiaron permanentemente nuestra forma de vida hace más de 45 años.

La marcha de Selma de la que formé parte comenzó el domingo 21 de marzo y tuvo como destino final Montgomery, la capital de Alabama. Fue diseñada como una manifestación no violenta para dramatizar los obstáculos –legales o ilegales–, que los negros enfrentaban en todo el estado cuando intentaban registrarse para votar.

En la racialmente dividida Alabama de esos días, la marcha, que reunió a una multitud de 25,000 personas en el momento en que concluyó con el discurso del reverendo Martin Luther King Jr., enfrentó una oposición formidable. Entre los enemigos más feroces estaba el gobernador del estado, George Wallace, que había llamado la atención del país durante su toma de posesión en 1963 cuando declaró: "¡Segregación ahora! ¡Segregación mañana! ¡Segregación por siempre!".

El presidente Lyndon Johnson tomó muy en serio a Wallace. Conociendo el peligro que los manifestantes enfrentaban, federalizó a 1,800 miembros de la Guardia Nacional de Alabama para ayudar a mantener la paz. Además, envió a Selma al fiscal general adjunto, el general Ramsey Clark, para dirigir los esfuerzos del Departamento de Justicia para mantener la ley y el orden. Pero ninguna manifestación por los derechos civiles fue jamás segura en el sur de los 60.

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Poco después de que la marcha Selma–Montgomery terminó, Viola Liuzzo, una madre de cinco hijos de Detroit, fue asesinada a tiros por miembros del Ku Klux Klan mientras manejaba a través de un tramo desierto de la ruta 80. Ella fue la tercera muerte que produjeron las manifestaciones de Selma. Antes de su asesinato, Jimmie Lee Jackson, un trabajador negro de madera de Alabama, que había tenido cinco intentos fallidos para registrase para votar, fue fatalmente baleado por policías estatales después de una manifestación de protesta, y James Reeb, un ministro unitario de Boston, fue golpeado hasta su muerte por una muchedumbre blanca.

En la marcha, ninguno de nosotros nos sentíamos seguros de lo que iba a pasar. Teníamos programado caminar más de once kilómetros el primer día, y todos sabíamos que la Guarida Nacional de Alabama no podía garantizar la seguridad de 3,000 manifestantes en esa distancia de carretera. Al principio, recuerdo haber pasado un enorme letrero que decía "Coonsville, USA” (coon es slang para llamar de manera peyorativa a los negros. Coonsville es una villa de mapaches), escrito en él, y junto a la ruta de la marcha, no había escape a los constantes gritos de "White Nigger" (nigger también es un término despectivo para llamar a la gente de color).

Pero entonces, como ahora, lo que llamó mi atención de manera especial fue la calma que existía junto con la preocupación. Era reconfortante tener a King a la cabeza de la marcha y ver el cuidado con que su ayudante, el futuro embajador ante las Naciones Unidas, Andrew Young, tomó tiempo para lograr que todos formaran filas apretadas antes de que saliéramos de Selma. Pero lo que, creo, al final tranquilizó a los manifestantes fue su decisión de permanecer sin violencia y aceptar las consecuencias de sus acciones, no importando qué tan vulnerables los hacían.

Las multitudes, nos dicen muchos sociólogos, son entidades volátiles con tendencia al pánico. En Selma, la verdad fue lo opuesto.

Al siguiente día, junto a una docena de voluntarios, ayudé a despejar un campo de pastoreo para vacas donde todos los que marchábamos hasta Montgomery teníamos previsto pasar la segunda noche. Mientras hacíamos nuestro trabajo, cuatro pick ups, con armas en sus techos y banderas confederadas pegadas en sus puertas, se detuvieron al lado del camino. Distribuidos por el campo de pastoreo de cientos de metros, no había lugar donde esconderse.

Los hombres en las pick ups inmediatamente comenzaron a gritarnos obscenidades a través de un megáfono. Tomados por sorpresa, nos quedamos viéndolos, preguntándonos qué es lo que harían después. Resultó que no mucho. Sus armas, en ese caso, eran solamente para mostrarlas. Después de algunos minutos aterradores, todos regresamos a despejar los campos. Las obscenidades continuaron por otra media hora. Después, tan repentinamente como aparecieron, los hombres regresaron a sus pick ups y se marcharon.

En esa época, antes del teléfono celular, no había nadie a quién llamar para pedir ayuda, e incluso si hubiéramos podido hacer llamadas, nadie hubiera podido llegar a tiempo para ayudarnos de manera práctica. Fuimos afortunados. La tuvimos fácil, pero también pudimos ver, con una mayor intensidad que en el día que comenzó la marcha en Selma, lo liberador que puede ser saber que has pasado más allá del punto donde las preocupaciones sobre tí mismo determinan lo que vas a hacer.

Es un estado de ánimo que en la mayoría de nosotros no dura mucho tiempo. Pero cuando ese cambio sucede, como pasó en Selma y en otros puntos de inflexión en el movimiento de los derechos civiles, la sensación de libertad personal que sigue es inmensa. No importan las amenazas. Un Hosni Mubarak, como un George Wallace, pierde su poder inmediatamente.

Las opiniones expresadas en este comentario son únicamente de Nicolaus Mills

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