Una mexicana relata cómo fue esclavizada por 40 días al llegar a EU
Nota del editor: Una nueva ley estatal de California exigirá que los manufactureros y minoristas en el estado den a conocer sus esfuerzos para asegurarse que sus cadenas de suministro estén libres de esclavitud. Entrará en efecto en el 2012.
Como parte del proceso de aprobación de la ley, una víctima de esclavitud moderna, la mexicana Flor Molina, testificó el año pasado ante la legislatura californiana sobre su experiencia de haber sido esclavizada. A continuación la historia, en sus propias palabras, de su testimonio editado:
(CNN) — En invierno de 2001, fui víctima de esclavitud en la industria de confección en Los Ángeles. Fui un blanco fácil para mi traficante. Yo era una madre desesperada que acaba de perder a mi bebé porque no tenía el suficiente dinero para llevarla al hospital cuando se enfermó.
Tras la muerte de mi bebé, me deprimí y preocupé mucho de que lo que pasó le pudiera ocurrir a mis otros tres hijos. Estaba tomando clases de confección con la esperanza de comenzar mi propio negocio y ganar suficiente dinero para cuidar a mis hijos.
A mi profesora de confección se le acercó un traficante ya que sabía que ella tenía conocimiento de muchas mujeres que sabían confeccionar y estarían desesperadas por venir a Estados Unidos para hacer dinero. No había oportunidades en mi ciudad, por lo que mi profesora me dijo sobre la oportunidad de ir a Estados Unidos, lo cual definitivamente me interesó.
Tuve que dejar a mi mamá y a mis hijos. Me dijeron que cuando llegara a Estados Unidos, tendría un empleo por lo que podría mandar dinero a mi casa, comida y un lugar para quedarme. Cuando llegué a Los Ángeles, rápidamente me di cuenta que todo era una mentira.
Mi traficante me dijo que le debía casi 3,000 dólares por traerme a Estados Unidos y que tenía que trabajar para ella para pagarle.
Fui obligada a trabajar 18 horas al día haciendo vestidos que se vendían en 200 dólares en tiendas departamentales. Cuando los trabajadores de la fábrica se iban a casa, yo tenía que limpiarla. Fui forzada a dormir en la fábrica en un almacén y tenía que compartir un colchón con otra víctima. Los otros trabajadores de la fábrica podían ir y venir al final de sus turnos. Tenía prohibido hablar con quien fuera, así como poner un pie fuera de la fábrica. Trabajé duro y siempre tenía hambre. Me daban sólo una comida al día y tenía 10 minutos para comer.
Si me tomaba más tiempo, me castigaban. Tras unas pocas semanas de estar ahí, una de mis compañeras comenzó a sospechar que algo no andaba bien. Se dio cuenta de que yo siempre estaba ahí en las mañanas cuando ella llegaba y que me quedaba trabajando en las noches después de que todos se iban. Ella me dio su teléfono en un pedazo de papel y me dijo que si necesitaba ayuda, le podía hablar.
Tenía tanto miedo que no confiaba en nadie. Mi traficante me dijo que si alguna vez iba a la policía, no me creerían. Me dijo que sabía donde vivían mis hijos y mi madre y que no querría que ellos pagaran las consecuencias. Esto continuó durante 40 días, pero les aseguro que se sienten como 40 años. Pensé que iba a morir. Pensé que nunca volvería a ver a mis hijos. Me enfermé de preocupación de cómo estaban mis hijos en México y de que no sabían qué me había pasado.
Después de unas semanas de rogarle a mi traficante para que me dejara ir a la iglesia, finalmente accedió. En el momento en que puse un pie fuera de la fábrica, decidí no volver.
Me dirigí a un teléfono público para llamar a mi compañera de trabajo pero no sabía cómo funcionaba el teléfono. Después de un rato, alguien pasó por ahí y le pregunté si hablaba español y así fue. Me ayudó a marcar el número, mi compañera vino a recogerme y me llevó a un restaurante.
Me encontraron agentes del FBI quienes ya estaban investigando a mi traficante. Me contactaron con CAST (un grupo sin fines de lucro). Este grupo me encontró un refugio y me ayudó con mis necesidades básicas porque no traía nada cuando escapé. Al final, mi traficante fue acusada de abuso laboral y recibió una sentencia ligera – sólo seis meses de arresto domiciliario.
Desde que recuperé mi libertad he enfrentado muchos retos. Aunque fui esclavizada hace nueve años, mi traficante aún sigue tras de mí y mi familia.
Fui esclavizada durante 40 días pero sentí que fueron 40 años. Aunque mi esclavitud no me define como persona, me ha convertido en la persona que soy en la actualidad. Soy activista contra la esclavitud . Soy una sobreviviente de un crimen tan monstruoso que la única manera de seguir adelante es contraatacando. No soy la única. Hay otros sobrevivientes que luchan conmigo. Somos parte de un grupo llamado el bloque de sobrevivientes en CAST y estamos trabajando para educar a la gente, autoridades, así como comunidades a través de nuestras historias. El bloque es una red de sobrevivientes donde nos sentimos seguros y respaldados, y contamos con la misión de acabar con la esclavitud de una vez por todas. Aunque fuimos víctimas alguna vez, ahora tenemos la capacidad impulsar un cambio social
Por lo que hoy, estoy aquí frente a ustedes para felicitarlos por unirse a nuestra lucha para terminar con la esclavitud. Tenemos que encontrar la manera de llegar a la raíz del problema: la demanda de todos los productos contaminados con trabajo de esclavos. Las empresas que trajeron estas prendas podrían haber evitado que tanto yo como otros fuéramos esclavos, si hubieran hecho un esfuerzo.
… Si esas grandes empresas pueden demostrar a sus consumidores que están haciendo lo necesario para asegurarse de que no están utilizando trabajo de esclavos en la producción de sus productos, estas compañías podrán ser la clave de la libertad de cientos de miles de esclavos. Lo sé por mi propia experiencia que aunque sea una sola persona, puede hacer la diferencia. Si las empresas publican lo que hacen para evitar la esclavitud, la gente entenderá que pueden comprarles a estas empresas y que ayudarán a detener la demanda de estos productos.
Si todos trabajamos juntos podemos acabar con la esclavitud para siempre. Hagámoslo.