OPINIÓN: ¿Quién le tiene miedo a Ollanta Humala?
Nota del editor: El autor es columnista en los diarios El Comercio, de Perú, y El Nuevo Herald, de Miami.
(CNNMéxico) — Este jueves en Lima se lleva a cabo la escena que tenía una década protagonizando las peores pesadillas de los empresarios peruanos y de muchos observadores preocupados por el futuro de la democracia en el país: el capitán en retiro Ollanta Humala se ceñirá la banda presidencial.
El Humala que asume el poder, sin embargo, no es el que asustaba a inversionistas y demócratas. Es uno nuevo, cambiado, que los gremios empresariales están aplaudiendo, igual que casi todos los líderes de opinión que antes lo acusaban de malesconder un proyecto dictatorial.
El nuevo Humala, proclamado luego de la primera vuelta electoral (en abril de este año) , ya no cree en las nacionalizaciones y condena las conductas de los dictadores que, como Fidel Castro o el peruano Juan Velasco, antes decía admirar.
Es más, yendo del dicho al hecho, ha nombrado como su primer Ministro de Economía a Miguel Castilla , ni más ni menos que un muy ortodoxo viceministro del gobierno de Alan García y un ex técnico del CAF (Banco de desarrollo de América Latina) es decir, un representante paradigmático del mismo “sistema neoliberal” que Humala criticaba agriamente por haber “empobrecido” a los peruanos y por servir “sólo a los ricos”.
No parece, sin embargo, muy realista, pese a todo lo que empuja el impactante poder del wishful thinking de muchos, hablar de “cambio ideológico” en Humala. Al menos no si uno toma en cuenta que este mismo año, muy pocos meses antes de sus novedades de abril, el ahora presidente presentó un programa de gobierno que proponía exactamente lo contrario de lo que Castilla ha venido aplicando y que era, más bien, coherente con lo que el propio Humala había sostenido una y otra vez en su década de vida pública.
Humala, más que un cambio, tendría que haber experimentado una epifanía, para que sea posible lo que nos pintan quienes hablan de su transformación a favor de la empresa privada y el mercado libre .
Mucho más sensato, desde luego, que pensar que Humala haya cambiado en plena campaña los fundamentos de su visión del mundo, resulta pensar que nunca los ha tenido muy fijos. Es otras palabras, que sea mucho más un aventurero ambicioso que un ideologizado y radical estatista; un hombre al que le importa considerablemente más el poder, que tal o cual programa que aplicar desde él; un auténtico marxista, en fin, pero no por su cercanía con Karl, sino con Groucho Marx: “estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”.
En esta hipótesis, lo que Humala habría hecho cuando sostenía tan vehemente y hasta agresivamente el discurso radical de sus últimos 10 años no habría sido más que agarrarse a la única tabla doctrinal que se le ofrecía en el mar de su por lo demás bastante evidente ignorancia general. El discurso que había escuchado toda su vida de un padre abiertamente comunista (cuyas curiosas teorías el hijo a veces repetía textualmente) era la única herramienta de contenidos que Humala tenía a su alcance para hacer su carrera política, además de presentar la ventaja de conectar bien con los justificados resentimientos y las inclinaciones redistributivas de buena parte del electorado peruano.
Pero nada más: ningún auténtico convencimiento. Al menos no alguno que no pudiese ser superado rápidamente en la campaña cuando quedó claro que, sin moverse al centro, sería imposible para Humala ganar en el balotaje, primero, y gobernar, después (sólo aliándose con otros partidos centristas puede tener Humala mayoría en el Congreso). Lo que explica muy bien la facilidad con las que sus repentinos aliados de la segunda vuelta (como Mario Vargas Llosa ) parecen haberlo podido convencer de no hay camino viable fuera del modelo del que antes despotricaba (aunque lo vaya a aplicar con más énfasis en los llamados “programas sociales”).
Esta hipótesis es la esperanza de quienes no creemos en epifanías ideológicas producidas en medio de campañas electorales y, a la vez, pensamos que sería una tragedia que Humala simplemente esté esperando el momento oportuno para implementar el programa chavista con el que llegó a la primera elección y desmantelar el exitoso modelo que, pese a todas las limitaciones que ha tenido su aplicación, en los últimos 10 años ha permitido reducir la pobreza de 54.7% a 31.3% de la población peruana.
Es una esperanza, es verdad, de base un tanto cínica y llena de riesgos y costos. Por ejemplo, este: con la misma rapidez con la que Humala cambió de programa esta vez, podría volver a hacerlo más tarde ante diferentes estímulos externos. O este otro: el 31.7% de la población peruana que forman los a la fecha traicionados electores que votaron en la primera vuelta por el Humala que prometía desmontar “el sistema”.
O, en fin, el representado por el hecho crudo e incontrovertible, de que Humala sigue siendo el evidente autor intelectual de un intento de golpe de Estado que su hermano ejecutó contra un gobierno claramente democrático y el sospechoso de una serie de severas acusaciones por violaciones a los derechos humanos, de las que sólo se libró por la extraña retractación de un testigo a la hora undécima.
Todo lo cual recuerda lo tristes que se volvieron las opciones de los peruanos cuando nos quedamos, súbitamente, teniendo que escoger entre la representante de uno de los gobiernos más corruptos y antidemocráticos que ha tenido el Perú y el hombre al que finalmente elegimos.
Las opiniones recogidas en este artículo pertenecen a su autor y no a CNNMéxico.