Sal Dimiceli brinda ayuda a los pobres a través de su columna en un diario
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LAGO GINEBRA, Wisconsin (CNN) — Durante años, Jennifer Cervantes se esforzó por llegar al fin de mes para recibir su paga.
Trabajaba 30 horas semanales en Wal-Mart, pero su sueldo –junto a la manutención de sus hijos y a los apoyos por discapacidad- nunca parecían alcanzar para cubrir los costos de vida para ella y sus cinco niños. A pesar de brindar su mejor esfuerzo, siguió deteriorándose.
"Pagar el alquiler, la luz y el gas, en eso se va todo lo que tengo", dijo. "No me gusta desperdiciar el cambio... así puedo comprar la comida de los niños. Necesitaba alguna forma de ayuda, en algún lugar".
Desesperada, Cervantes decidió escribir una carta a Sal Dimiceli, cuya columna de periódico podría ser considerada como una “Dear Abby" (aquellas columnas que brindan consejos en los diarios) para los que están en la miseria.
Dimiceli, en pocas semanas, apareció en las afueras de su puerta. Charlaron un rato, y en seguida él ofreció pagar el alquiler de un mes, así como sus cuentas pendientes de gas y electricidad. También fue a la tienda abarrotes y abasteció el vacío refrigerador de la familia.
"Quedé impresionada", dijo Cervantes. "Me siento aliviada. Ya hasta se han cansado mis hijos de cenar todas las noches macarrones con queso y sopa Ramen".
Era sólo un día más de trabajo para Dimiceli, un agente inmobiliario de 60 años, cuya columna semanal en el periódico local de Lago Ginebra se concentra en gente desesperada. A través de su columna, y de su empresa no lucrativa Es Tiempo de Ayudar (Time is now to help), Dimiceli ha provisto a aproximadamente 500 personas por año de comida, alquiler, servicios y otras necesidades.
"Soy adicto a ayudar", dijo. "No tengo para ir a espectáculos o al golf. Mi afición en la vida es ayudar a mis compañeros estadounidenses".
Dimiceli recibe entre 20 y 30 cartas por semana, provenientes de gente del área de Lago Ginebra, y él investiga casi cada uno de todos los casos por su propia cuenta. A menudo visita los hogares para verificar las circunstancias expuestas.
Si alguien parece tener un problema de drogas o alcohol, él los redirecciona a otros programas. Y para asegurarse de que la gente es honesta sobre su situación, él mismo abre las alacenas de los hogares que visita para verificar cuánta comida hay en la casa.
“No quiero darle un dólar conseguido con trabajo duro a alguien que quiere sacar ventaja de esto”, aseguró. “Pero una vez que he verificado que su necesidad es real, se ganan mi corazón”.
En ese momento, Dimiceli entra en acción con su red única. Él inicia por localizar las necesidades más inmediatas, quizá dando alguna comida caliente o llevando a una persona, si en su casa no hay calefacción, a un cuarto con temperatura agradable en algún motel. En uno o dos días, se encarga de otros asuntos prioritarios, como pagar las deudas por concepto de renta o servicios. Su rápido accionar es una asunto de orgullo personal.
“No hay ningún papeleo burocrático”, afirma. “Quiero ayudar a la gente en el instante”.
Pero Dimiceli no para ahí. También analiza el presupuesto de cada uno de sus beneficiarios y busca soluciones para arreglar su situación a largo plazo –tal vez negociando un alquiler más bajo con los rentistas, arreglando su coche o poniendo en marcha su red de apoyos para ayudarles a encontrar un empleo.
“No es tan solo un 'curita' para alimentarlos sólo durante ese día”, asegura Dimiceli. “Los regresamos al camino de manera que… les devolvemos orgullo y autoestima, para que se puedan poner al día”.
Es un nivel de asistencia personalizada que casi es imposible de creer, sin embargo, existen innumerables historias de buenas prácticas de Dimiceli en todo Wisconsin e Illinois. La gran mayoría de la gente a la que ayuda ni siquiera son mencionados en su columna.
Durante casi un año, Val y Al Hyner han estado desempleados, utilizando sus ahorros para pagar un pequeño cuarto de hotel. Sin mucho dinero, Val empeña sus joyas, incluyendo su anillo matrimonial.
Dimiceli se dio cuenta de la situación y ayudó a la pareja con vales de gasolina y un alquiler. Y cuando escuchó del sacrificio hecho por Val, de su propio bolsillo tomó dinero y pagó para recuperar el anillo.
“Realmente están necesitados, puesto que venden sus cosas personales para sobrevivir”, dice. “Quiero regresarles su autoestima… Necesitan reconstruir sus vidas, y los asuntos sentimentales se vuelven en este punto muy importantes”.
Tales historias se han vuelto comunes durante los periodos de recesión económica en años anteriores, y Dimiceli ha recibido centenares de solicitudes de ayuda, aún cuando su negocio de bienes raíces ha resentido los impactos de la economía. Él da, por lo menos, un 20% de sus ingresos –estima que ha dado unos cuantos millones de dólares de su bolso en los años que lleva en esto- aunque en la última década ha empezado a apoyarse más en las donaciones de las organizaciones sin fines de lucro, algo que hace desde 1989. También ha construido una sólida red de gente que lo ayuda, junto con su esposa y sus cuatro hijos.
“El movimiento ha crecido”, dice. “Como compatriotas, estamos todos juntos, ayudándonos los unos a los otros. De eso se trata”.
Dimiceli es apasionado de ayudar a los otros porque sabe lo que significa ser pobre. Nacido en el lado oeste de Chicago, hijo de una estilista y un fabricante de herramientas, comentó que su familia sufrió debido a la adicción al juego de su papá.
“Nos mudábamos como gitanos, siendo muchas veces desalojados”, dice. “Sé lo que se siente ver a tu mamá llorar cuando te cortan la luz y no hay qué comer… fue duro”.
Cuando Dimiceli tenía 12, tuvo un empleo como lavaplatos, y de esa forma pudo contribuir de cierta manera al hogar. Agradecido, le prometió a Dios que si se volvía exitoso, ayudaría a los necesitados. Ha pasado casi la mitad de su vida haciendo realidad su promesa.
Después de su primer éxito en los negocios, como promotor de conciertos de rock en los años setenta, Dimiceli empezó a donar dinero a varias caridades. Pero cuando se dio cuenta de que mucho de ese dinero era desperdiciado en otros asuntos, decidió que él mismo podría hacer ese trabajo de una mejor forma, y empezó a ayudar gente en el área de Chicago. Eventualmente montó una organización no lucrativa, diciendo que cada centavo iría a la ayuda de los demás.
El sentido filantrópico de Dimiceli ha experimentado diversas fases. En la década de 1990, se hizo cargo de una comunidad entera en Illinois. Pero desde la última década, se ha concentrado mayoritariamente en el área de Wisconsin, donde vive ahora.
Hace ocho años, fue interceptado por un vecino que conocía su labor y le pidió que escribiera una columna para un periódico local. Dimiceli aceptó hacerlo de manera anónima, con el sobrenombre de W.C., en referencia a estar con Cristo (With Christ). En años recientes, fue convencido de revelar su identidad para que la gente se animara a donar a su fundación. Su columna se ha vuelto tan popular que ahora aparece en un buen número de periódicos de la zona.
Dimiceli dice que cuando ve un cúmulo de cartas, se angustia de saber cuánta gente necesita de su ayuda. Muchas veces trabaja hasta altas horas de la noche realizando “maratones de ayuda” que lo dejan emocional y físicamente exhausto. Pero todas las mañanas, siente ansias por empezar de nuevo.
“Cuando la gente está necesitada, casi siempre se sienten desamparados", asegura. “Quiero hacerles saber que alguien se preocupa por ellos. Quiero decirles: ‘vamos, tengo todavía un poco de fuerza que quiero compartirles. Vamos a volver a ponerte de pie".