En Japón 'aprenden' a vivir con las secuelas de la pesadilla del tsunami
Kyoko Ogawa tenía el desafiante rostro con que el mundo asociaba a los sobrevivientes del tsunami en Japón .
La catástrofe del 11 de marzo se llevó todo lo que poseía. Observó cómo su hotel era totalmente destruido tras una explosión de gas provocada por el tsunami; era un hotel que había pertenecido a su familia durante varias generaciones.
Tenía la determinación de que el desastre no la hiciera quebrarse. Pero después de la felicidad que le brindó haber encontrado a su hijo vivo, el hecho de perder sus medios de sustento, empezó a socavar la fachada de calma. Estaba totalmente confundida. Estaba asustada de hablar con otras personas sobre ello, ya que sabía que todos sufrían tanto como ella, si no es que más: "Ellos hacían ganbaru (su mejor esfuerzo)”, recuerda. Perdurando, aguantando, resistiendo y viviendo con dolor. No podría ser la única en perder el control.
“Estaba en estado de shock porque me di cuenta que todo lo que era valioso para mí se había ido”, dice, a seis meses de aquel fatídico día. “No sabía qué hacer desde ese momento. Sufrí mucho”. Aquel era el comienzo de una bola de nieve que correría por los oscuros caminos de la desesperación.
Se trata de una historia familiar en Otsuchi, al noreste de Japón, en donde el devastador sismo y tsunami redujeron a escombros a buena parte del poblado ubicado en la prefectura de Iwate. Hoy, la mayoría de los restos físicos han sido recogidos. Pero las ruinas emocionales de los sobrevivientes están mostrando ser mucho más difíciles de remover, en tanto que las cicatrices mentales de aquel día persisten meses después.
En el caso de Ogawa, la depresión pudo haber tenido trágicas consecuencias si ella no hubiera conocido a Suimei Morikawa, un psiquiatra voluntario quien un día escuchó con mucha paciencia sus problemas en un centro de evacuación.
Morikawa se volvió la diferencia entre la vida y la muerte. Ella asegura que probablemente le habría puesto fin a su vida si el doctor no hubiera aparecido en su vida.
“Me conmovió mucho su perspectiva de la vida”, recuerda Morikawa. “Podía haber estado sufriendo y esperando por ponerle fin a su vida dado que ella había perdido demasiadas cosas, pero también quería de forma desesperada superar eso. Me conmovió su voluntad de salir delante de la situación. Tan sólo le ayude un poco”.
Las preocupaciones por suicidio y trastorno por estrés postraumático (TEPT) crecen entre los especialistas en salud mental que trabajan en la región. El TEPT, en particular, una condición mental que puede poner en el filo a las personas si no es tratada, puede presentarse meses después del shock inicial.
El suicidio también es una de las mayores inquietudes en Japón. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, Japón tiene el quinto promedio más alto de suicidios en el mundo. Más de 30,000 suicidios se dan al año, de acuerdo con la agencia nacional de la policía, siendo la prefectura de Iwate – una de las regiones más golpeadas por el tsunami—una con los mayores problemas de esta índole.
Mariko Ukiyo, psicóloga y abogada voluntaria, forma parte de un grupo terapéutico llamado “Equipo Japón 300”. Ella, junto con otros miembros del equipo, visitan villas temporales en la región devastada con la esperanza de tratar el TEPT y, en última instancia, prevenir suicidios.
De acuerdo con Ukiyo, la soledad y la desesperación se arraigan cuando los sobrevivientes mudan de los centros de evacuación a viviendas provisionales.
“Es solamente hasta ese momento cuando la gente se da cuenta de cómo sus vidas han cambiado con respecto a las vivían hasta antes del desastre”, dice. “El sentimiento de pérdida y profundo dolor puede abrumarte rápidamente, y si estás sólo cuando eso sucede, pierdes toda la esperanza en el futuro. Creo que este es el periodo cuando más necesitan ayuda”.
Pero el ayudar a las victimas está demostrando ser un desafío en Japón, un país con limitada experiencia histórica en materia de tratamiento de la salud mental. Ukiyo asevera que la cantidad de psicólogos de apoyo que han sido dispuestos para las víctimas del tsunami son un décimo de los que ayudaron a las víctimas del 11-S en Estados Unidos.
Según Ukiyo, el devastador terremoto que sucedió en la ciudad de Kobe, en 1995, empezó a incrementar la conciencia de los efectos que produce el estrés postraumático –particularmente entre la generación más joven–, aunque muchos japoneses siguen encontrando difícil hablar sobre el dolor y la pérdida por la pena de poder percibidos como débiles.
La estrategia de Ukiyo es juntar a los residentes en viviendas provisionales para reuniones llevadas a cabo con regularidad en una atmósfera relajada. Esto le da la oportunidad de echarle un ojo a cada uno de los participantes, para detectar a cualquiera que muestre señales de severa aflicción. La idea es que de lo que empieza como una pequeña charla gradualmente evoluciones para que la gente empiece a hablar de sí mismos y de sus problemas.
A pesar de sus esfuerzos Ukiyo no es optimista sobre el futuro de la región traumatizada. “Apenas estamos empezando a escuchar sobre gente enferma o deprimida, a seis meses del tsunami”, afirma. Piensa que los índices de suicidio se incrementarán.
Mientras tanto, Kyoko Ogawa promete no ser una víctima más. Dice que el doctor Morikawa le sacó del abismo, y que ahora está haciendo planes para su futuro. Quiere reconstruir su hotel y ayudar a quienes le ayudaron.
Mientras que Ogawa es un caso exitoso para Morikawa, le preocupa por lo que nunca podrá ayudar en esta desbastada región. “Ahora que he conocido a esa gente, me he involucrado mucho con ellos”, dice.
“Me entristece que todavía hay mucha gente sufriendo en el lugar. No puedo soportar la idea de que pudo haber mucha gente que murió a causa de que ellos no tenía a nadie con quién hablar”.