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La batalla por la ciudad libia de Sabha desde los ojos de un testigo

A pesar de su fama como bastión de Gadhafi, la ciudad de Sabha cayó a manos de la oposición en menos de un día
mié 28 septiembre 2011 09:12 AM
Libia - periodistas de CNN
Libia - periodistas de CNN Libia - periodistas de CNN

Nos dijeron que estuviéramos despiertos y listos para trasladarnos a las 4 a.m. Los combatientes del Consejo Nacional de Transición con los que estábamos planeaban lanzar un asalto en la madrugada en la ciudad sahariana de Sabha.

Todas las predicciones indicaban que sería una de las batallas más sangrientas hasta ahora. Los funcionarios del CNT comentaron que las fuerzas leales utilizarían armamento que no habían empleado antes. No entraron en detalles, pero sonaba siniestro. Fuentes de inteligencia occidentales dijeron a CNN que los combatientes en Sabha aún leales al derrocado líder libio, Moammar Gadhafi , contaban con artillería pesada y que probablemente la emplearían.

Sabha era descrita con frecuencia como leal y favorable a Gadhafi.

La noche anterior al asalto había una atmósfera tensa y de aturdimiento en la base aérea donde acampamos junto con las fuerzas que habían viajado más de 600 kilómetros desde Trípoli.

Los combatientes estaban disparando al aire más ordenanzas de lo habitual, y acudieron a nuestro campamento detrás del club de oficiales, deseosos de conversar, e incluso más ansiosos por utilizar nuestros teléfonos satelitales.

Uno tras otro, tímidamente preguntó si podía hacer una llamada. Cada uno tenía una razón especial para llamar: tranquilizar a sus padres, un hermano a punto de casarse, una bebita enferma, una novia enfadada.

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Muchos hablaron sobre sus expectativas del día siguiente. Sería un baño de sangre. Sería sencillo.

“Tal vez mañana moriré, estoy listo para ello”, declaró Mohamed, un joven dientudo de Sabha que había pasado muchos años en Manchester, Inglaterra, en donde había adquirido el acento local.

“Pero si no muero, todos son bienvenidos de quedarse en mi casa en Sabha”.
Mohamed, como muchos otros combatientes de Sabha, insistió en que mucha de la gente de su pueblo natal estaba del lado de los revolucionarios. Sin embargo, había preocupación por una posible resistencia de los miembros de tribu Gadadfa de Gadhafi.

A pesar de un mes de impresionantes avances logrados por las fuerzas anti-Gadhafi, es evidente que no todos se han cambiado al lado de la revolución.

Esas tarde habíamos ido al pueblo cercano de Birak Al-Shati. Había visto ese día banderas verdes diseminadas ondeando sobre algunas de las casas. De forma distinta a otros pueblos por los que habíamos pasado, pocas personas en Birak Al-Shati hacían con la mano o exhibían la v como símbolo de victoria. Sólo nos miraban.

Mientras la camarógrafa de CNN, Mary Rogers, tomaba fotografías del pueblo, un coche me llevó hasta la principal glorieta del poblado.

El conductor, un joven apenas entrado en los veinte años, me gritó: “Alá, Moammar, Libia, wa bas” –(Dios, Moammar y Libia solamente)– el eslogan común de los seguidores de Gadhafi; después arrancó.

“Espera”, le dije. “Habla conmigo. Hemos estado hablando con los que están a favor de la revolución (opositores de Gadhafi), pero no con los de tu tipo”.

En el asiento del copiloto estaba sentado a un chico, tal vez de 10 años, quien repitió el eslogan muchas veces, moviendo al aire sus puños.

“Sin cámara”, me dijo el conductor. “Todos por aquí tienen en el mismo sentir, pero tenemos miedo de decirle algo a todos esos thuwar (revolucionarios) que por aquí andan". Después se alejó manejando.

Crucé la calle a una tabaquería en la que había cerca de media docena de personas dentro.

El dueño, un hombre fornido de veintitantos años vestido con una jalabiya, repitió el mismo sentir. Al igual que lo hizo otro hombre, quien se presentó como Jamal, un empresario.

“Si aquí hubiera elecciones libres, y tuviéramos una opción entre votar por Gadhafi o un nuevo régimen en Trípoli, 90% votaría por Gadhafi”, dijo. “Y nada de esto habría sucedido si la OTAN no hubiera  bombardeado Libia”.

Un joven combatiente con una AK-47 entró a la tienda para comprar cigarrillos. Sorpresivamente, la discusión sobre la nueva Libia continuaba.

“No queremos a esos hombres aquí”, comentó, señalando al combatiente. “Están merodeando, irrumpiendo en las casas, robando las posesiones de la gente. Eso es lo que hicieron en la casa de mi primo”.

“Si eso es lo que pasó, es porque tu primo lo merecía”, replicó el combatiente, quien dijo que era de Trípoli.

En este momento una gran multitud equitativa se había reunido para escuchar y tomar parte en la conversación. De repente un hombre se abrió paso entre la multitud y tomó a Jamal por el hombro.

“¡Sal de aquí y deja de habar así!”, gritó, visiblemente enojado, empujando a Jamal para afuera de la tienda. “¿Eres idiota?”.

Se empezó a poner tenso, así que salí de la tienda. “No te preocupes”, me dijo el tendero. “Es su hermano. Tan sólo no quiere problemas”.

Mientras avancé hacia un lado de la carretera, otro coche llegó, esta vez con tres pasajeros con gorras de beisbol adornadas con la bandera libia pro-Gadhafi.

Cuando miré hacia dentro del coche, observé que el conductor tenía una botella de un líquido café claro en su regazo. En el asiento trasero un adolescente con una ametralladora en sus rodillas enrollaba un cigarro.

“Somos los revolucionarios de Biral Al-Shati”, dijo el conductor, con una gran sonrisa en su rostro.

“¿Qué es eso?”, le pregunté, señalando  la botella.

“¡Whiskey!” dijo orgullosamente. “¿Quieres un poco?”.

Me rehusé. Sabía que teníamos un gran día a nuestras puertas.

A pesar de que nos habían dicho que estuviéramos despiertos y preparados para irnos a las 4 a.m., desperté dos horas más tarde. Después de haber pasado gran parte de los últimos siete meses en Libia, sabía que para estos chicos su fuerte no era la puntualidad. Acabamos saliendo de la base a las 10 a.m. detrás de las ambulancias, y nos reunimos con el cuerpo principal de combatientes en camino a Sabha.

Una hora más tarde, después de un viaje sin incidentes a través del desierto, llegamos a las afueras de Sabha. Podía divisar algo de humo en el horizonte, pero no pude escuchar disparos. Pequeños grupos de personas a un lado de la carretera vitoreaban y saludaban. En el trayecto posterior al interior de la ciudad, la multitud se hizo más grande. Hubo disparos, pero todos eran al aire; disparos de regocijo por todas partes.

En lo alto, un hombre rompió la bandera verde colocada en la principal torre de agua de la ciudad principal y hizo revolotear hacia el suelo.

Éramos los únicos periodistas en Sabha. Donde quiera que parábamos multitudes regocijantes nos asediaban. La mayoría preguntó si estábamos con Al-Jazeera.

La enorme, sangrienta batalla por Sabha no se dio. Nadie estaba decepcionado.

“Ahora estamos en Sabha y no nos esperábamos esto”, exclamó fuertemente uno de los médicos. “Este es el mejor momento de mi vida”.

Hubo combates, por supuesto, en el barrio de Manshiya, en Sabha. Vimos como coches y ambulancias corrían al servicio de urgencias en el principal hospital de la ciudad. Fue un pandemonio. El equipo médico con el que habíamos viajado llegó al hospital tan sólo unos minutos antes de que las primeras víctimas comenzaran a llegar.

Junto con los heridos, llegaron los muertos, más de 10 durante las dos horas que estuvimos en el hospital. De repente, la valentía de los jóvenes combatientes desapareció cuando llegaron con los cuerpos de sus camaradas muertos.

Lloraron como niños sobre el brazo de cada uno. Otros simplemente se sentaron en la acera y lloraron silenciosamente mientras sus amigos trataban de consolarlos. Para muchos este era su primer verdadero encuentro con el combate. Otros juraron continuar la lucha y vengar a sus amigos.

En contraste, los leales muertos fueron recibidos sin fanfarrias. Una camioneta los llevó hasta la entrada principal del hospital con dos cuerpos cubiertos con un paño de color azul claro abierto en la espalda. Al lado de la camioneta los combatientes se ufanaban con satisfacción.

“Matamos a las ratas”, me dijo uno, apuntando su arma hacia los pies de los cuerpos.

Esa noche dormimos junto a una casa de huéspedes VIP en el aeropuerto que la OTAN había bombardeado, la cual se había convertido en la principal base para los cientos de combatientes del CNT que habían sido parte de la conquista de Sabha.

A la mañana siguiente nos atrevimos a entrar a la ciudad. Era media mañana, y había poca gente en las calles, y todavía un montón de banderas verdes. En frente del edificio de administración en la Universidad de Sabha, un retrato todavía intacto de Gadhafi mostraba el extraño lema: “Alto estás por encima de cada techo, orgulloso estás encima de cada altura”.

En cuestión de minutos, un grupo de hombres armados se presentó, echando su camioneta de reversa hasta el cartel, el cual empezaron a romper con un cuchillo.

Fuimos después a Al-Gurda, un barrio apretujado compuesto por familias de toda Libia. Las personas cuidan a sus vecinos, vigilan a los extraños, y nunca, como nos dijeron los habitantes, se interesan por el peligroso negocio de la política.

Las calles son polvosas, el asfalto se resquebraja. Los caminos en este rincón de Sabha fueron pavimentados una vez, en la década de 1980 y nunca más desde entonces, me comentaron.

Nos sentamos con los hombres del barrio, cada uno sosteniendo su ametralladora. Explicaron que lo último fue cuando desconocidos armados -los llamaron mercenarios- llegaron a su calle.

“Disparamos una, murió justo ahí", me dijo uno de los hombres, señalando la esquina. Entonces me enseñó el video del hombre moribundo que había captado con su teléfono celular.

El odontólogo Abdel Majid Tijani dijo que había aprendido a utilizar un arma en la escuela.

Gadhafi “nos obligó a entrenarnos en esto”, comentó, acariciando su rifle de asalto AK-47. “Él buscó convertirnos en combatientes para sus sueños en África y otros lugares. Pero Dios decidió lo contrario. Nos obligó a entrenar para combatirlo”.

Poco después, fuimos a la cercana casa de Khadija Tahir, una empecinada profesora de inglés en la Universidad de Sabha. Le pregunté por qué Sabha, a pesar de su fama de ser un bastión de Gadhafi, había caído a manos de la oposición en menos de 24 horas.

La gente “se dio cuenta que este hombre no es correcto. Mucha gente dio un giro de 180 grados y pasó a de ser pro-Gadhafi a estar en contra de Gadhafi”, me comentó.  “La otra razón es que la gente se hartó: falta luz, falta de agua".

"Quisieron salir de esta situación. Soy una de ellas”.

Todavía hay algunas partes de Sabha donde los “thuwar”, los revolucionarios, están vacilantes de pisar.

Pero la mayoría de las áreas de Sabha fueron como Al-Gurda. Ellos sencillamente habían tenido suficiente.

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