Cartas de amor revelan que los tiranos también tenían su corazón
Stalin era conciso. Napoleón se extendía. Hitler lo hacía como si estuviera escribiendo la evaluación de un empleado.
“El mal puede caminar entre nosotros, pero eso no significa que el mal nunca haya escrito una carta de amor”, dijo John Kirkland, autor que ha saqueado las profundidades de la escritura cursi, de personas simplemente terribles, infames y veneradas a lo largo de la historia. Su libro Cartas de amor de grandes hombres está compuesto de líderes que actúan de forma honorable. Pero también presenta a varios que tenían un cariño muy especial por la tiranía.
“Encontré que casi todas las personas poderosas son muy apasionadas, y que podían llegar a parecer excesivos en sus vidas personales”, dijo Kirkland. “Otra verdad que aprendí”, dijo el autor, “es que nunca es buena idea tener amoríos con un dictador”.
La familia de Nadya Stalin refugió a José Stalin después de uno de sus escapes del exilio en Siberia, en 1911, y los dos se volvieron a relacionar después, cuando ella era empleada en la oficina de Vladimir Lenin. Su romance comenzó cuando ella era adolescente. Y se casaron, en 1919, cuando él tenía 41 años. Tuvieron un niño, Vasily, y una niña, Svetlana.
No es exactamente del todo claro lo que la joven de ojos color café vio en el corpulento y moreno hombre maduro. Tal vez desarrolló un apego hacia él cuando era niña, o tal vez fue porque ella también era una acérrima bolchevique.
Al igual que Stalin, tenía un temperamento imprevisible y ambiciones políticas excepcionalmente audaces, sobre todo para una mujer de su tiempo, escalando con el tiempo a través de las filas del partido para mostrar su propio peso. Mientras que los historiadores la describen como conservadora en sus maneras y en su forma de vestir, al menos públicamente, Stalin le demostraba sus sentimientos a su esposa en frases como "¡Mis besos! Tu José".
En junio de 1930, Stalin estaba ocupado en poner al día a la economía de la Unión Soviética, lo cual llevó a millones de personas a ser deportadas y exiliadas, y a una hambruna catastrófica. Sus planes más tarde conllevarían a la matanza de millones de personas.
Le escribió a su esposa mientras a ella la trataban por sus dolores de cabeza en Alemania. “Te extraño mucho, Tatochka... estoy tan solo como un búho virginiano”. El dictador no hablaba de su trabajo en las cartas dirigidas a su esposa, detalló Kirkland.
“Por trabajo no voy a salir de la ciudad”, escribió Stalin. “Apenas estoy terminando mi trabajo y luego voy salir de la ciudad mañana con los niños, así que adiós, no te demores, vuelve a casa lo más pronto posible ¡Mis besos! Tu José”. Ella le respondió por escrito con “Besos apasionados”.
Si bien las cartas de Stalin eran extensas al principio de su noviazgo, a veces escribía a su esposa el equivalente a lo que cabe en una nota de recordatorio de las que cuelgan en el refrigerador. “Olvidé enviar el dinero, pero ahora he enviado (120 rublos) con los colegas que parten hoy”, escribió. “Besos, José”.
La correspondencia iba y venía rápidamente, a través de mensajeros de la policía secreta, escribe el historiador Simon Sebag Montifiore, autor de Stalin: La corte del Zar Rojo.
Nadya y Stalin eran una pareja explosiva, con facilidad para enojarse y sin miedo a abofetearse el uno al otro en las cenas. Tuvieron peleas épicas. En 1926, ella llevó a los niños a Leningrado y él le rogó que volviera, así que ella lo hizo. “Ambos eran egoístas, fríos y con ánimos encendidos, aunque ella no tenía nada de su crueldad y su hipocresía”, escribió Montifiore.
Los dos pelearon una noche en una fiesta. Ella acabó sin vida al amanecer, por lo que aparentemente fue un balazo autoinfligido. Los funcionarios rusos le dijeron a la gente que ella murió por enfermedad. Algunas personas creen que Stalin la mató.
Amar a Benito Mussolini terminó de una manera parecida para Ida Dalser, esteticista que algunas fuentes dicen que fue su primera esposa. El tirano italiano ordenó internar a ella y a su hijo, Benito Jr.
Pero al principio, todo eran besos y dulzura. Él la llamaba “mi amiguita”, y firmó una carta como “su amigo y amante salvaje”. “Mi pequeña Ida”, escribió, “acabo de llegar después de 12 interminables horas en un tren que me dejó completamente cubierto de hollín. Lavé todo lo mejor que pude y mi primer pensamiento, incluso antes de ir a cenar, eres tú. ¿Estás contenta? ¿Dirás, una vez más, que solo tú me amas, y que yo no te amo? Te amo mucho, mi querida Ida, a pesar de que no he podido demostrártelo”.
Otra carta: “Qué feliz hubiera sido de tenerte hoy junto a mí, mientras el tren se desplazaba bajo un cielo despejado, a través de un campo que muestra todas la seducción melancólica del otoño, hacia esta bella Roma, que se puso frente a mí, mientras el sol se ponía en llamas el horizonte de las siete colinas de la Ciudad Eterna”.
“Cuando se conocieron, él era casi un desconocido, listo para ir a la Primera Guerra Mundial”, dijo Kirkland. “Después de la guerra, su carrera despegó. Hizo que sus secuaces la declararan demente, que la encerraran junto a su hijo, y murió”.
Josefina de Beauharnais tenía mucho más control de su relación con Napoleón Bonaparte, comandante militar notablemente temperamental. Kirkland dijo que el emperador francés parecía tener un mejor desempeño en la batalla cuando Josefina le regresó su asfixiante afecto.
“Ella llevaba los pantalones”, dijo el autor. “Él estaba completamente enamorado de ella y obsesionado”.
Poco después de casarse, Napoleón partió para comandar al ejército francés cerca de Italia. Gran parte de su correspondencia con Josefina estaba al borde de la súplica, sobre todo en abril de 1796. Él quería que ella estuviera en un lugar más cerca de la batalla, para poder tener una luna de miel.
“Tengo tus cartas de los días 16 y 21. Hay muchos días en los que no escribiste ¿Qué haces entonces? No, mi amor, no soy celoso, pero a veces me preocupo. Ven pronto; te advierto que si te demoras, me encontrarás enfermo. La fatiga y tu ausencia son demasiado”.
“Tus cartas son la alegría de mis días, y mis días de felicidad no son muchos”, escribe, y dice que está atormentado por la “tristeza desesperanzadora, por la miseria inconsolable, por la tristeza sin fin”.
“Pero vas a venir, ¿verdad? ¿Vas a estar aquí, junto a mí, en mis brazos, en mi pecho, en mi boca? Anda y ven, ¡ven! Un beso en tu corazón, y uno mucho más abajo, ¡mucho más bajo!”.
Napoleón parece haber escrito varias cartas el mismo día, como un hombre que deja seguidos media docena de mensajes de voz cada vez más desesperados.
“Me voy a la cama con el corazón lleno de tu adorable imagen... No puedo esperar para darte pruebas de mi ardiente amor”, escribe en noviembre de 1796. “...Qué feliz sería si pudiera ayudarte a desvestirte, el firme pequeño pecho blanco, el adorable rostro, el cabello atado en un pañuelo a la criollo. Sabes que nunca olvidaré las pequeñas visitas, tú sabes, al pequeño bosque negro p.... lo beso mil veces y espero con impaciencia el momento en el que estaré en él. Vivir dentro de Josefina es vivir en los Campos Elíseos. Besos en tu boca, en tus ojos, en tus pechos, en todas partes, todas partes”.
La mayoría de las cartas de Napoleón eran floridas, al igual que la de la mayoría de los líderes que aparecen en el libro de Kirkland.
“Casi todos eran descriptivos y parecían poner mucho cuidado en lo que escribían”, dijo. “Excepto Hitler”.
Eva Braun conoció a Adolfo Hitler en Munich cuando ella era una adolescente. Desde cualquier punto que se le mire, Braun tenía una terrible experiencia. Intentó suicidarse un par de veces durante su relación. Estuvo casada con el Führer tan solo 40 horas antes de que ella tomara una cápsula de cianuro en el búnker del líder nazi, y ambos murieron en el lugar, en abril de 1945.
No sobrevivieron cartas entre los dos. No obstante, hay versiones, dijo Kirkland, de lo que Hitler decía sobre Braun a su círculo íntimo.
Braun tenía una “manera tranquila, inteligente y objetiva de ser”, observó Hitler.
“Existe frialdad, como si la estuviera evaluando”, dijo Kirkland. "Él controlaba todo”.
Quizá el único control que Napoleón tenía sobre Josefina fue que él le dio ese nombre. Su verdadero nombre era Rosa. Y Rosa perdió el interés en su combatiente francés no mucho tiempo después de que se casaron.
Durante la Primera Campaña Italiana, según un documental de PBS, llegaron rumores de que Josefina lo estaba engañando.
Cuando regresó a su casa, en Milán, ella no estaba. Los historiadores piensan que pudo haberse ido con su amante. Napoleón esperó a que volviera durante nueve días y escribió, “ya no te amo, por el contrario, te detesto. Eres una horrorosa vil prostituta mediocre”.
Ninguna terapia de pareja podía ayudarles. Napoleón se hizo resentido y buscó una amante –y siguió buscándolas- mientras Josefina volvió con él y trató de convencerlo de quedarse con ella. Pero su ego estaba pisoteado y se divorció de ella, alegando que eso era lo mejor para Francia. Napoleón se casó con una mujer de 19 años, quien le dio un hijo.
En 1814, una coalición de enemigos invadió Francia. Napoleón fue a la guerra, perdió y fue exiliado.
Se enteró de que el amor de su vida había muerto de un resfriado al leer en el periódico sobre la desgracia de Napoleón. El exemperador se encerró en una habitación durante dos días.
Durante el resto de su vida portó un dije en el cuello que contenía diminutas violetas, las cuales recogió del jardín de Josefina.