La hambruna en Malí incrementa en el Día Mundial de la Alimentación
Nota del editor: Peter Biro es escritor y fotógrafo para el Comité Internacional de Rescate. Reporta acerca de los refugiados y los asuntos humanitarios en el sureste, y el centro de Asia y en África.
KATI, Malí (CNN) — El calor en la pequeña clínica es abrasador. De cuando en cuando, sopla un poco de brisa a través de una ventana, proporcionando un ligero alivio. Se pueden ver las costillas de una decena de niños aletargados, quienes estiran sus brazos que parecen ramitas, mientras yacen en camas cubiertas por tela de mosquitero.
Acompaño a Keita Cheick Oumar, médico del Comité Internacional de Rescate (IRC), mientras revisa a sus pacientes en la clínica ubicada en el densamente poblado distrito de Kati, cerca de Bamako, la capital de Malí. Al distrito de Kati, le ha afectado duramente la creciente crisis alimentaria de Malí y, como en todas partes del país, tiene un efecto devastador sobre los niños.
El médico Oumar se arrodilla frente a Jabadjie, una niña cuya piel cuelga cobre su esqueleto, dándole la apariencia de un fantasma. Tiene 16 meses y pesa poco más de cuatro kilos. Además de la severa desnutrición, Jabadjie sufre de neumonía y anemia, lo que ha acabado con su débil sistema inmunológico.
Jabadjie fue trasladada a la clínica de emergencia luego de que la encontraran los voluntarios del IRC que recorren el distrito de Kati para identificar a los niños desnutridos e informar a los habitantes acerca de la asistencia disponible en la clínica.
“Si se hubiera quedado en la aldea, seguramente habría muerto”, dice Oumar, que instruye a la madre de Jabadji, quien acudió a la clínica con su hija, sobre cómo alimentarla con una pasta de cacahuate fortificada.
Aunque la desnutrición no es desconocida en Malí, el país ha padecido durante la pasada década tres sequías que supusieron una grave escasez de alimentos. Este año el país ha luchado contra una sequía prolongada y una crisis alimentaria que ha afectado a grandes porciones de la región de Sahel, en el occidente de África. La crisis ha empeorado gracias al conflicto interno que se ha extendido.
Los grupos militantes islamistas relacionados con Al Qaeda tomaron el control de dos terceras partes del territorio de Malí, luego de que los nómadas tuareg iniciaran una rebelión laica en el norte del país a principios de este año; además, se apoderaron de otros territorios tras el golpe de Estado del 22 de marzo, en el que se derrocó al presidente, en Bamako.
Más de 320,000 malíes han huido del norte del país en busca de alimentos y seguridad. 200,000 de ellos se han refugiado en los vecinos países de Níger, Burkina Faso y Mauritania. Los 120,000 restantes son desplazados internos.
La madre de Jabadjie, Masaran Diarra, explica que en su aldea, la comida se terminó hace meses. “Somos agricultores, normalmente cultivamos cacahuate y mijo, pero ahora no tenemos nada para comer”, dice. “Tengo cinco hijos que alimentar y uno más en camino”.
Dos semanas después de haber sido internada, Jabadjie parece estar fuera de peligro. Aunque sigue estando sorprendentemente delgada, sus niveles de proteínas han aumentado y el edema, inflamación causada por la acumulación de fluido debajo de la piel, ha desaparecido.
Conocí a un grupo de granjeros en la aldea de Diallakoroba, ubicada a una hora de camino hacia el sur de Bamako. Me llevan a una pequeña choza en la que almacenan granos. Lamine Samaké, de 50 años y padre de ocho hijos, alumbra el interior de la choza con una linterna. La choza está vacía. “En esta época, el año pasado, estaba casi llena de mijo”, me dice. “Hemos usado todas nuestras reservas y ya no tendremos más mijo hasta la siguiente cosecha, en enero o febrero”.
Samaké dice que tres familias, alrededor de 30 personas, tendrán que sobrevivir con un poco de maíz y si alcanza el dinero, pescado frito de vez en cuando. “No será suficiente”, agrega negando con la cabeza. “Los próximos meses serán muy duros”.
A pesar de la necesidad generalizada, la ayuda humanitaria en Malí se ha visto obstaculizada por el caos político y la incertidumbre. Los extremistas islámicos han evitado que los extranjeros trabajen en el convulso norte del país. Sin embargo, los miembros del equipo del IRC originarios del norte de Malí se las han arreglado para hacer llegar a las personas desplazadas la tan necesaria asistencia.
“Han restablecido el acceso al agua en muchas áreas y están trabajando para perforar pozos y puntos de abastecimiento de agua”, dice Tasha Gill, directora de los programas del IRC en Malí.
Estos intrépidos trabajadores humanitarios están distribuyendo paquetes de purificación de agua y han llevado a cabo campañas de promoción de la higiene. Aún así, a muchas personas les falta el agua limpia, lo que los pone en riesgo de contraer cólera.
La gente malí que conozco expresa tristeza e incredulidad acerca de la severidad y la rapidez de la crisis humanitaria en un país que durante mucho tiempo pareció estable.
“Es difícil para todos, pero especialmente para los niños”, dice Gill. “Estamos haciendo lo mejor posible para cubrir las necesidades de los malíes y ayudarlos a superar estas múltiples crisis”.