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Brasil despliega patrullas Antiorina durante el carnaval de Río de Janeiro

Las autoridades intentan poner orden de cara al Mundial y los Juegos Olímpicos que se celebrarán en el país sudamericano
jue 07 febrero 2013 07:42 AM
precarnaval brasil rio de janeiro
precarnaval brasil rio de janeiro

En los últimos años, las autoridades de Río de Janeiro han desalojado a narcotraficantes de las favelas, abierto carriles para autobuses en medio de las congestionadas calles y limpiado de vendedores ambulantes los 93 de kilómetros de playas de la ciudad. Nada mal.

Ahora, en vísperas del carnaval, se dispone a eliminar otra de las plagas de Río de Janeiro: la costumbre de orinar en las calles.

Durante las fiestas, la orina fluye con tanta libertad como la cerveza, la cachaza, la bebida alcohólica más popular de Brasil, y otras bebidas consumidas en cantidades industriales. La imagen y el olor de personas orinando en plena calle han sido tradicionalmente una parte tan intrínseca del carnaval como los drag queens, los cuerpos pintados y los turistas quemados por el sol y pasados de copas.

Pero ahora Río de Janeiro quiere cambiar.

Para mejorar la sanidad y poner un poco de orden, la ciudad desplegará miles de agentes municipales para localizar y detener a quienes orinen en la calle. Es además un ensayo de cara a los grandes acontecimientos deportivos que organizará la ciudad: el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.

"Es la mayor queja que recibimos", explica Álex Costa, secretario municipal de Orden Público, en relación a las quejas de los vecinos que ven las porterías de sus edificios, las esquinas y ruedas de los coches convertidas en baños públicos.

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En las últimas semanas la ciudad divulgó el número de "mijões", o "meones", detenidos durante los ensayos previos al carnaval y fiestas callejeras: 321 desde el 20 de enero, incluyendo 16 mujeres y tres turistas extranjeros.

Aunque las multas y castigos más duros se reservan para quienes cometen infracciones más serias, los detenidos son metidos en una camioneta y llevados a la comisaría, obligándoles a perderse la fiesta.

"Sólo queremos educar", explica Costa. "Darle a la gente una pausa".

Resurgir del carnaval

Las patrullas antiorina son parte de un esfuerzo aún mayor por imponer orden durante unas fiestas de carnaval cada vez más populares.

Igual que Mardi Gras en Nueva Orleans y otras celebraciones parecidas, el carnaval brasileño deriva de la tradición católica de limpiar el alma de pecados antes de la Cuaresma. Pero después de algunos tragos, la gente tiene que liberarse también de otras cosas.

La volatilidad económica y el crimen rampante de las últimas décadas relegaron los festejos de Río de Janeiro a un desfile en el sambódromo, una especie de estadio de cemento. Pero la competición por ver qué escuela de samba monta el espectáculo más despampanante tiene poco que ver con el sentimiento popular de los carnavales del pasado.

A medida que la economía brasileña se recuperó en los últimos años, las autoridades municipales limpiaron los barrios emblemáticos. Las fiestas callejeras -o blocos- florecieron, atizando los festejos que deberían generar este año unos 665 millones de dólares (unos 484 millones de euros) para la economía de la ciudad.

Durante los últimos cuatro años, se ha duplicado el número de participantes de esos desfiles callejeros organizados por grupos de vecinos y organizaciones profesionales y este año debería rondar los seis millones. Cerca de 500 blocos desfilarán en los próximos días por las calles de Río de Janeiro.

Para hacer frente al desafío, el ayuntamiento ha colocado unos 18,000 baños portátiles. También reforzó el número de policías en las calles con 7,700 agentes municipales, más del doble que el año pasado, para controlar desde los vendedores ambulantes sin licencia hasta los conductores que estacionan ilegalmente sus vehículos.

Y ellos serán también los encargados de mantener a los "mijões" a raya.

El domingo pasado, 25 agentes realizaron una operación en el Suvaco de Cristo, o Sobaco de Cristo, un popular bloco que se reúne debajo del brazo derecho de la famosa estatua del Cristo Redentor. Vestidos de paisano, para no levantar sospechas, los inspectores se mezclaron entre los 25,000 participantes del desfile callejero ataviados con todo tipo de disfraces, desde lencería hasta máscaras de Angry Birds, faldas estilo hawaiano y trajes de demonio.

Los agentes peinaron los alrededores del lugar y un canal cercano, donde los infractores podían ser atrapados con los pantalones bajados. Miraron detrás de los árboles y entre los coches, donde las mujeres suelen agacharse.

Al comienzo pensaron que no era su día de suerte. "Todavía no están los suficientemente borrachos", dijo Marcelo Maywald, que comanda las patrullas.

Pero pronto dos hombres vestidos con minifaldas, pelucas rubias y sobreros de marineros se dirigieron hacia el muro de un hipódromo. Cuatro agentes los rodearon cuando se disponían a orinar.

Aunque disgustados, los "meones" terminaron con lo suyo y cuando se dieron vuelta fueron abordados por los agentes. "Acompáñennos", dijo uno de los inspectores. "No deberían hacer eso".

Cerca de allí, Maywald detuvo a un hombre sin camisa y con un sombrero de paja.

Los agentes llevaron a los tres infractores hasta una esquina, desde donde avisaron por radio a una camioneta que esperaba en las inmediaciones. "No se preocupen", dijo Maywald, "no vamos a castigarlos. Queremos crear un poco de conciencia".

Los agentes, de hecho, no están armados. Ni siquiera llevan esposas. Habiendo percibido eso, el hombre del sombrero de paja echó a correr y escapó.

Y a Maywald no le gustó nada. "Ese era mío", protestó.

Él y otros dos agentes subieron a una camioneta y aceleraron hasta llegar al frente del desfile. El bloco se estremecía detrás de un camión con altavoces mientras pasaba delante de las palmeras del jardín botánico.

Al llegar a una plaza, la gente corría como atletas al final de un maratón de borrachos. Allí los "mijões" fueron presa fácil.

Una mujer aplaudía mientras los agentes detenían a los infractores.

"¡Son desagradables!", gritó. "¡Son unos cerdos!".

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