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La casa de Cleveland, lugar de apariencia tranquila y gritos contenidos

La vivienda en la que tres mujeres estuvieron secuestradas casi una década se cubre de misterio por la falta de comunicación con el exterior
jue 09 mayo 2013 09:52 AM

Aunque antes no pareciera evidente, había muchos indicios de que algo andaba mal: reportes de una mujer desnuda que vagaba por el patio trasero, una niña mirando desde el ático en una casa donde no había niños, ventanas selladas, gritos contenidos y sonidos como si alguien estuviera golpeando las paredes por dentro.

Tras un tiempo, el 2207 de la Avenida Seymour se sumiría en el silencio, sin que nadie abriera la puerta y sin nada malo que una nueva capa de pintura no pudiera arreglar. De hecho, estuvo sumida en silencio durante gran parte del tiempo y algunos vecinos pensaron que nadie vivía en ese lugar.

La casa que Ariel Castro compró hace más de 20 años por 12,000 dólares no es nada fuera de lo común. Construida en 1890, está situada en Tremont, uno de los barrios más antiguos de Cleveland, y los registros de bienes raíces señalan que la casa fue sometida a una gran remodelación en la década de 1950.

Con poco más de 400 metros cuadrados de espacio para vivir, no es ni más grande ni más pequeña que lo normal. Tiene un garaje y dos porches: el del frente es pequeño y abierto, el de atrás es cerrado. Tiene dos pisos, un ático y un sótano. Si se ingresa por la puerta principal que Amanda Berry utilizó para escapar, será recibido por una escalera y una pequeña sala que está del lado izquierdo.

Tito DeJesus, sin parentesco con una de las mujeres encerrada, a pesar del apellido, entró por esa puerta. “Tenía sus instrumentos musicales en la sala”, dijo DeJesus acerca del dueño de la casa, Castro. “Era bajista”.

Como colega músico, DeJesus entró tres veces a la casa para ver a Castro. Describió algunos muebles, un sofá y una o dos sillas. Señala que Castro guardaba su bajo, amplificador y altavoces en la sala, donde fácilmente podía tomarlos y tocar, y que esa habitación conducía directamente al comedor, y desde allí, una puerta cerrada conducía hacia la cocina. La casa se encontraba lo suficientemente ordenada cuando DeJesus pasó a visitarla, “silenciosa ... como si estuviera vacía”.

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En la planta de arriba, donde ocasionalmente un testigo veía a una mujer mirando por una ventana antes de que la taparan, los registros inmobiliarios señalan que hay cuatro recámaras y un único baño.

Nadie que voluntariamente se haya presentado ante la policía ha dado detalles de la arquitectura o de cómo era el ático. Y nada se sabe sobre el sótano, al cual según un testigo se puede llegar por una escalera que está por debajo de la escalera que lleva al segundo piso.

Un trabajador de la construcción y la reparación de hogares que ha estado en ese barrio desde hace años dice que, por lo general, los sótanos de esa zona están construidos con “bloques de hormigón inacabados o a veces de  mampostería”, y que ahí están “las entrañas de la casa”, es decir, la caldera, el calentador de agua y en algunas ocasiones las cajas de electricidad. Por lo general, debido a la naturaleza arenosa del suelo circundante, los sótanos del lugar son de menor tamaño que las casas de otras zonas, y añade, “todas tienen goteras”.

Sin embargo, son las incógnitas las que hacen que los vecinos sigan durmiendo hasta altas horas, charlando entre sí y preguntándose cómo pudo ser. ¿Dónde estaban las cadenas y las cuerdas que la policía dijo que fueron empleadas para atar a esas tres mujeres? ¿Son verdad las historias de candados en las puertas? ¿Estaban encerradas juntas las mujeres y la niña, o estaban separadas? ¿Cuáles fueron los juegos mentales empleados para disuadirlas de escapar de un lugar que desde el exterior luce muy fácil como para escabullirse?

Esta última pregunta puede resultar muy importante para resolver el misterio. Ha habido casos en los que los secuestradores han inculcado tanto miedo a tomar represalias en sus víctimas, haciendo que todos paguen con dolor la transgresión de uno, que los rehenes acaban por quedar obligados a controlarse los unos a los otros.

Lo único cierto es esto: la evidencia indica que durante largo tiempo esas mujeres fueron mantenidas en cautiverio ahí dentro, sin que fueran detectadas, en lo que parecía una casa normal, en una calle normal, en tanto el dueño de la casa veía a los vecinos, jugaba con sus hijos, comía en el McDonald’s y parecía perfectamente normal.

Eso no hace que la casa que está en Avenida Seymour esté maldita, pero sin duda hace que sea espeluznante.

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