Las favelas y la clase media suman fuerzas contra Dilma Rousseff
Durante las últimas dos semanas, millones de brasileños han salido a las calles para reclamar años de insatisfacción y descontento con su gobierno. Lo que comenzó como una movilización universitaria, fue mudando día a día al incorporar a los profesionales, a la clase media y a las favelas, todos unidos en los reclamos contra la administración de la presidenta Dilma Rouseff.
Un 6% de la población de Brasil vive en las favelas, según el último censo de 2010. Estas montañas de ladrillos, que se alzan de intrincadas maneras, bordean las grandes ciudades del país como Sao Paulo o Río de Janeiro. Hospitales, escuelas, seguridad y rechazo contra el abuso policial son los principales reclamos de este sector social.
Fatima Souza, residente en Paraisópolis, la segunda mayor favela de Sao Paulo, trabaja como empleada doméstica desde hace 15 años. Souza reclama no tener hospitales públicos ni más escuelas dentro de la favela. Su hijo de 15 años abandonó los estudios dos años atrás y la reinserción ha sido imposible por la falta de cupo.
Paraisópolis alberga a casi 100,000 personas. La comunidad tiene las peores escuelas de la red municipal y estatal, formación básica carente, retrasos en alfabetización, ausencia de estructura familiar y falta de control sobre los adolescentes, según el Índice de Desarrollo de Educación Básica. Los niños de la favela pueden asistir a las guarderías públicas hasta los cuatro años. Las escuelas de educación primaria funcionan sólo medio día, horario que no empata con el de los padres, con jornadas de ocho horas.
“Aquí sólo los empresarios hacen algo por nosotros. No tenemos hospitales, el único lugar donde podemos llevar a nuestros niños es el Einstein, programa comunitario de financiamiento privado. (...) Si voy hoy a pedir una consulta, me colocan cita hasta dentro de tres meses o más", dijo Souza, quien agrega que la red de hospitales públicos cercanos al barrio no cuentan con el equipo necesario.
La nueva clase media
Una de las banderas del gobierno es que un 50,5% de la población brasileña consiguió entrar en la clase media. De esta cifra, 40 millones fueron incorporados entre 2004 y 2010, bajo el mandato de Luiz Inácio Lula da Silva según fuentes oficiales.
Según una encuesta del Instituto Brasileño de Opinión y Estadística, el 79% de los manifestantes ganan más de dos salarios mínimos y el 76% trabaja.
De acuerdo con el sondeo, cerca del 40% de los manifestantes no había nacido cuando ocurrieron las protestas de 1992. En aquella ocasión, jóvenes universitarios se movilizaron por la salida del entonces presidente Fernando Collor de Melo, y al grito "Fora Collor" permanecieron en el asfalto hasta que se procesara la salida del primer presidente electo de forma directa en Brasil.
Una causa
"Creo que ésta es la primera movilización de un pueblo que llevaba años sin hacer nada. Antes veíamos algunas protestas reducidas, pero es la primera vez que nos juntamos todos por una causa", dijo Ricardo de Almeida, un estudiante para terapeuta de 21 años.
El movimiento inició a partir del aumento de la tarifa del transporte público, que en regiones como Sao Paulo equivalía a 10 centavos de dólar. En poco tiempo, se convirtió en un grito de guerra, y las pancartas de las protestas registraron el descontento por la corrupción, malos servicios públicos y la falta de inversión en educación y salud.
"Me decidí a venir porque la corrupción en Brasil no se aguanta. Aquí no hay dinero para hospitales y escuelas, pero sí para estadios. El pueblo está aprovechando porque ahora por la Copa de Confederaciones tenemos a la prensa internacional", dijo Adriana da Silva, funcionaria de Administración, quien marchó por primera vez el lunes de la semana pasada, día en que se esperaba la presencia de tres millones de brasileños en las calles.
La llegada del Mundial
Las críticas contra el despilfarro para organizar su segunda Copa Mundial de Fútbol se esparcieron por todo el país. A un año del evento, la mitad de los estadios no están listos y buena parte del plan de infraestructura fue desestimado.
"Cuando Brasil fue electo como sede del Mundial hace cinco años, festejamos, festejamos porque no sabíamos que iba a costar tanto. Nosotros no profundizamos mucho en el asunto financiero, nuestros gobernantes debían saber que Brasil no estaba en condiciones para organizar una Copa", dijo Mateos Da Costa, un taxista de 53 años.