Un viaje a Corea del Norte: cinco días bajo la disciplina militar
La aerolínea nacional de Corea del Norte, Air Koryo, obliga a sus pasajeros a escuchar música patriótica desde el abordaje hasta el descenso. Se trata de una metáfora acorde con el recorrido estrictamente restringido, con un montaje cuidado y rico en propaganda política que significa un viaje de cinco días a Pyongyang.
Como periodista extranjero, mi visita fue como mirar por el ojo de la cerradura, sin conocer el mundo oculto del otro lado de la puerta. Una visión generada por el régimen norcoreano, que invitó a más de una docena de equipos periodistas de todo el mundo a presenciar la celebración del 60 aniversario de la firma del armisticio para el fin a la Guerra de Corea.
Pyongyang celebró lo que considera una “victoria contra los imperialistas de EU en la Guerra de Liberación de la Patria” con interminables desfiles de soldados y equipo militar. Repleto de manifestaciones de apoyo a Kim Jong Un, nieto de Kim Il Sung, fundador de la Corea del Norte comunista, es la imagen que la dirigencia norcoreana quería proyectar al mundo exterior.
“Están tratando de relacionar a Kim Il Sung con Kim Jong Un”, dijo Han Park, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgia, Estados Unidos. Park habló con CNN luego de que Jong Un inaugurara un museo sobre la Guerra de Corea, en el que predominan los retratos y las estatuas de un joven Kim Il Sung.
Ver a Kim Jong Un pasear por el nuevo museo dorado es la escena que contrasta agudamente con las estadísticas que la ONU publicó el mes pasado. En ellas, la organización llamó a la comunidad internacional a donar alimentos para distribuirlos entre 2.4 millones de mujeres y niños coreanos para “prevenir y curar la desnutrición aguda que prevalece entre los niños y sus madres”.
La visita a Pyongyang fue la tarea en el extranjero más controlada de mi carrera periodística. En Corea del Norte tuve más restricciones que en Irán o incluso a la Libia de Muamar Gadafi cuando su régimen intentaba sobrevivir a una campaña de bombardeos de la OTAN. Durante los cinco días que pasé en Corea del Norte, ni siquiera me permitieron ver cómo es la moneda del país.
La ciudad está repleta de monumentos resplandecientes de la dinastía Kim, edificios de departamentos al estilo soviético, pulcras calles vacías y céspedes bien podados. De noche, la ciudad es tenebrosa, parecía que escaseaba la electricidad. Durante la visita, el guía principal constantemente nos pedía no tomar fotos. “No queremos que los periodistas difundan propaganda nociva acerca de nuestro país”, dijo. “Cuando buscas en internet, encuentras montones de fotos de norcoreanos vestidos con harapos”.
Durante los cinco días, nos llevaron a varias ceremonias gubernamentales: la inauguración de un cementerio para veteranos, los Juegos Arirang, una apabullante actuación coreografiada de miles de actores, y al evento más surrealista de todos: el Festival de las Flores Kimjongilia y Kimilsungia.
Durante toda mi estancia, no logré sostener una conversación sincera y abierta con un solo norcoreano. La disciplina y el control que el gobierno demostró en Pongyang eran absolutos, un profundo contraste con mi experiencia en la Unión Soviética a finales de la década de 1980, cuando los visitantes extranjeros podían encontrar fácilmente a los comerciantes del mercado negro que ansiaban obtener cigarrillos occidentales, goma de mascar y pantalones de mezclilla.
En Pyongyang, las entrevistas con los veteranos y los asistentes a los desfiles se transformaban en fervientes denuncias contra el imperialismo estadounidense antes de que nos alejaran de allí rápidamente. Cuando le pregunté a un niño de 12 años cuáles eran sus programas de televisión favoritos, respondió: “Las caricaturas y los documentales sobre Kim Il Sung”.
Sin embargo, una conversación con nuestro guía más joven indicó que algunos norcoreanos desean conocer algo más que las vidas de sus líderes. “¿Qué estrellas de cine te gustan?”, me preguntó el joven de 21 mientras almorzábamos. A él le gustaba Brad Pitt, a quien conoció a través de varias cintas que le permitieron ver en la universidad.
Algunos norcoreanos ya tienen acceso a los celulares. Sin embargo, el gobierno prohíbe el uso de internet, correo electrónico y las llamadas telefónicas internacionales. Él supo cómo navegar en mi celular y pronto se sumergió en varios juegos.
En Pyongyang, la máscara del gobierno cayó brevemente durante el día del desfile militar con el que se celebró el aniversario de la guerra, bajo el intenso calor, veteranos octogenarios usaban uniformes cuajados de resplandecientes medallas sentados en las gradas. Por horas esperaron hasta que Kim Jong Un entró en un palco techado con vista a la plaza que lleva el nombre de su abuelo. Los soldados y los ciudadanos pasaron las siguientes horas marchando y aplaudiendo al ritmo de la banda militar.
Al mediodía, el líder se despidió. En cuanto partió, tanto los participantes del desfile como los espectadores se derrumbaron. Era evidente que muchos eran víctimas del calor y el agotamiento. Al parecer no había otra fuente de agua para las multitudes que habían actuado en la plaza. Los organizadores parecían no haber tomado en cuenta la inevitable deshidratación de sus ciudadanos.
Tim Schwartz y David Hawley, de CNN, colaboraron con este reportaje.