El desgaste humano y político de la guerra iraquí, advertencia para Siria
La invasión y ocupación estadounidense de Iraq duró casi 10 años, causó casi 5,000 bajas entre las fuerzas armadas y de Estados Unidos y los pocos aliados que se unieron a la Operación Libertad Iraquí; ocasionó un movimiento insurgente sectario y visceral, y provocó la intervención de los vecinos que deseaban influir en Iraq tras la caída de Saddam. Lo que debía ser un acto de liberación, el entonces secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, esperaba que las tropas regresaran a casa en cuestión de meses, se volvió un atolladero.
Estas son algunas de las lecciones que probablemente se pueden aprender de esa experiencia.
1. No te involucres
La primera lección de Iraq se aplica a los acontecimientos en Siria y es simple: no te involucres, mucho menos con hombres en el terreno. En vez de abrigar grandes ilusiones de hacer de Medio Oriente un lugar seguro para la democracia, entiende las limitaciones reales de la intervención en una región atormentada por las divisiones sectarias, religiosas y étnicas que cruzan fronteras. Los casi 168,000 elementos de las tropas estadounidenses que se encontraban en Iraq solo podían reprimir la violencia y el Pentágono calculó que se necesitarían 70,000 elementos solo para asegurar las armas químicas de Siria, así que la cantidad que se necesitaría para tener la oportunidad de terminar con el baño de sangre en Siria sería abrumadora y una pesadilla de logística.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, lo expresó de la siguiente forma durante su discurso en El Cairo, hace cuatro años: “Estados Unidos tiene una doble responsabilidad: ayudar a Iraq a forjar un mejor futuro y dejar Iraq a los iraquíes”, dijo. “Apoyaremos a un Iraq seguro y unido como socio, no como patrocinador”. Su público aplaudió.
La desventaja de esta lección, de acuerdo con los críticos del gobierno de Obama, es que Estados Unidos ahora teme liderar y teme a los abrumadores costos —en cuanto a vidas, dólares y reputación— de Iraq. Las guerras de Afganistán e Iraq se volvieron tan impopulares en casa que cualquier intervención en Siria que no sea económica implicaría un riesgo político enorme.
Christopher Chivvis, politólogo sénior de la Corporación RAND, dice que el preocupante asunto de la política que se asumirá respecto a Siria y Libia “es el temido costo —humano y financiero— de un enredo más, de una guerra más y de la posibilidad de más bajas estadounidenses”.
2. Conoce tu estrategia final
La invasión de Iraq y las probabilidades de que se ejecuten ataques aéreos limitados contra las fuerzas armadas del presidente de Siria, Bachar al Asad, son dos escenarios totalmente diferentes. El objetivo inicial en Iraq, que era destituir a Saddam Hussein, se logró rápidamente. Hubo una pausa —y saqueos por parte de los iraquíes— antes de que se pensara demasiado en qué hacer después. Nunca se pensó realmente en la “entrega”: ¿a quienes, bajo qué condiciones? La seguridad se deterioraba, situación que se exacerbó con la desmovilización del ejército iraquí. Había rivalidades entre los departamentos y agencias estadounidenses y se ignoraron muchos de los planes de reconstrucción que se habían trazado, especialmente los del Departamento de Estado. Iraq colapsó virtualmente como Estado.
Muchos observadores pensaron que la estrategia para Iraq estaba viciada con una peligrosa combinación de autocomplacencia y ambición ciega. Los objetivos en Siria parecen estar al otro lado del espectro: son muy limitados, están diseñados solo para influir en el comportamiento de un régimen y no para destituirlo o nivelar el campo de batalla. Se parecen más a las metas de la Operación Zorro del Desierto del gobierno de Clinton en contra de Iraq: ataques aéreos y con misiles de largo alcance durante tres días en 1998 luego de que el régimen de Saddam había obstruido la labor de los inspectores de armas de la ONU por enésima vez. Esas maniobras tenían una duración limitada y una meta: contener al dictador.
Como político en ciernes, Obama respaldó esta postura en 2002 y se opuso a la invasión de Iraq; dijo que Saddam Hussein no representaba “una amenaza inminente o directa para Estados Unidos o sus vecinos”.
De forma similar, al referirse a Siria, el vocero de la Casa Blanca, Jay Carney, dijo el martes: “Quiero que quede claro que las opciones que estamos considerando no giran alrededor de un cambio de régimen”. Así que no es necesaria una estrategia de salida.
¿Pero qué pasará después? Si los elementos del régimen sirio usan armas químicas otra vez, ¿se disparará otra serie de misiles? ¿Qué pasará si los militantes islamistas que conforman los grupos rebeldes más eficientes toman ventaja de la erosión gradual de las fuerzas armadas sirias? ¿Los ataques con misiles podrían eliminar cualquier esperanza de un acuerdo político? Una vez que intervienes, con frecuencia se haga realidad el temor de que la misión se extienda.
“Durante los últimos 10 años hemos aprendido que no es suficiente alterar simplemente el equilibrio del poder militar sin estudiar cuidadosamente lo que se necesita para preservar un Estado funcional”, escribió el general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor Adjunto, en una carta dirigida a los senadores EU.
“Si las instituciones del régimen (sirio) colapsan en la ausencia de una oposición viable, podríamos empoderar a los extremistas sin darnos cuenta o provocar la dispersión de las armas químicas que buscamos controlar”, advirtió el general.
Como lo indicó Dempsey, Iraq ha demostrado que al Qaeda prospera en el vacío de poder y una vez que se ha establecido, puede ser extremadamente difícil eliminarlo. Para 2006, al Qaeda estaba bien establecido en Iraq bajo la sangrienta dirigencia de Abu Musab al Zarqawi. Las cosas solo cambiaron de rumbo gracias al incremento de tropas estadounidenses y el Movimiento Despertar, un acuerdo al que llegaron el general David Petraeus y los jefes tribales sunitas para combatir a al Qaeda.
La experiencia en Iraq y Siria (además de en Yemen, Libia y Egipto) es que Al Qaeda cree que hay nuevos territorios de caza en todo el mundo árabe. Siria, el centro de una región muy volátil, es tal vez el más peligroso porque los grupos relacionados con al Qaeda, como el Frente Nusra, ya están bien organizados.
3. Prepárate para las consecuencias
La importancia de tener un “Estado funcional” es mayor porque ni Iraq ni Siria son países “naturales”. Los diplomáticos británicos y franceses los crearon arbitrariamente durante el infame acuerdo Sykes-Picot de 1916, que creó esferas de influencia en Medio Oriente y propició una variedad de filiaciones tribales y religiosas que trascendieron fronteras en vez de respetarlas. La historia de esos países durante el siglo XX fue de gobiernos débiles e inestabilidad, combinados con dictaduras implacables. El poder se transfería invariablemente por medio de asesinatos y no de elecciones significativas.
Así que otra lección sobre Iraq podría ser: si quieres eliminar a un dictador implacable, prepárate para la violenta explosión de odios y temores intensificados. Eso ocurrió en Iraq y sigue ocurriendo.
Una gran parte de esta lección es que es virtualmente imposible que los extranjeros acuerden soluciones políticas en estas sociedades complejas llenas de lealtades y divisiones antiguas y sobrepuestas. Con frecuencia, los oficiales empiezan a entender las alianzas locales en su segunda o tercera misión.
4. No dependas solo de la acción militar
La lección más evidente que se puede obtener de Iraq es que las tropas en el terreno —o cualquier otra forma de intervención militar— pueden cambiar el campo de batalla o derrocar una dictadura, pero no crearán las condiciones para un arreglo político . Esta es la misma lección de Libia, en donde la implementación de una zona de restricción a los vuelos por parte de la OTAN y los envíos considerables de armas para los rebeldes finalmente inclinaron la balanza en contra de Muamar Gadafi. Sin embargo, un país que no había tenido una sociedad cívica en 40 años quedó carente de liderazgo y experiencia. El derribar la estatua de Saddam Hussein, destruir un complejo de Gadafi o el cuartel general de la Cuarta División del Ejército sirio es mucho más simple que construir algo sostenible en su lugar.
La invasión de Iraq también mostró que actuar sin contar con una coalición internacional genuina socava la credibilidad de la misión. Con los argumentos que se presentaron en las Naciones Unidas en la víspera de la invasión a Iraq en 2003, quedó claro que el gobierno de Bush estaba decidido a emprender una acción militar a pesar de lo que pensaran los demás. La Liga Árabe (con excepción de Kuwait) y Turquía manifestaron abiertamente su oposición, al igual que gran parte de Europa. Para empezar, esa falta de apoyo no importó, pero conforme se dificultaron las cosas, Estados Unidos (y el entonces primer ministro británico, Tony Blair) quedaron cada vez más aislados en sus esfuerzos por estabilizar al país. En contraste, el primer presidente Bush pasó meses forjando una coalición (en la que incluso participó Siria) y presionó para que se aprobaran varias resoluciones en el Consejo de Seguridad de la ONU antes de expulsar a las tropas iraquíes de Kuwait en 1991.
No es probable que Estados Unidos logre que el Consejo de Seguridad de la ONU resuelva aprobar el uso de la fuerza militar en Siria ya que Rusia apoya a al Asad. Sin embargo, Obama dejó claro que Estados Unidos no actuará unilateralmente en el caso de Siria. Además del apoyo de los miembros de la OTAN —Francia, Gran Bretaña, Alemania y Turquía, principalmente— Estados Unidos cuenta con el importante respaldo de la Liga Árabe y de la Organización de la Conferencia Islámica, que han pedido que se tomen medidas contra el régimen de al Asad. En este caso, Washington puede aprovecharse de la indignación popular que suscitó en el mundo el que cualquier Estado pueda usar gases venenosos indiscriminadamente en contra de sus propios niños.
5. Define la doctrina
Las calificaciones contradictorias de Iraq y Afganistán han provocado que se cuestione la capacidad de la principal potencia del mundo para llevar a cabo cambios en lugares remotos. En Afganistán, una estrategia de contrainsurgencia basada en la inversión masiva en causas sociales y económicas no logró compaginarse con la estrategia contraterrorista cuya alcance está más limitado.
Durante sus primeros días en la presidencia, Obama habló de llevar oportunidades y justicia a Afganistán, por medio de “especialistas en agricultura y educadores, ingenieros y abogados”. Pero para 2010, la meta era mucho más limitada: degradar al Talibán, obligarlo a unirse a las negociaciones y asegurar los centros de población en el sur pastún.
La retirada hacia el aislamiento —que evoca el viejo lema “no haga alianzas complicadas”— no es la opción. Estados Unidos sigue siendo la “nación indispensable”.
Michael Oren, embajador de Israel en Washington, dijo al New York Times: “Durante mis reuniones con los políticos estadounidenses, a menudo detecto que existe una conversación entre fantasmas. Los fantasmas de Afganistán e Iraq compiten con los fantasmas de Ruanda y Kosovo”.
Sin embargo, el elegir tus batallas de acuerdo con la rapidez y economía con las que se pueden ganar conlleva sus propios riesgos. Luego de que iniciaran las acciones militares contra Gadafi, el presidente dijo al pueblo estadounidense que había razones morales y estratégicas para actuar.