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Los "días malos" regresan a Iraq mientras que la sociedad se divide

Las posturas sectarias del gobierno complican el clima de hostilidades, según políticos moderados, mientras que la rutina se cubre de temor
jue 16 enero 2014 06:20 AM

Aún en los días más sombríos y letales de la guerra de Iraq, encontrabas personas que aún tenían esperanzas de que todo se resuelva. Esperanza de que las matanzas cesarían, de que se controlaría a los malos y de que volvería a haber alguna clase de estabilidad. De que los estadounidenses partieran para que el país pudiera seguir adelante con la libertad que Estados Unidos prometió tras el derrocamiento de Saddam Hussein.

El primer ministro, Nouri al Maliki, prometió lo mismo y se comprometió a instaurar un sistema incluyente para todos. Prometió una política de compartir el poder e hizo que todos los iraquíes —sunitas, chiitas y cristianos— sintieran que compartían los valores nacionales. Ahora, hay muchos iraquíes que creen que no hablaba en serio cuando dijo esas cosas.

Hace poco más de dos años, vi cómo los últimos vehículos militares estadounidenses cruzaban la frontera desde Iraq hacia Kuwait, el mismo cruce que realicé al principio de la guerra, en 2003, con un convoy de infantes de Marina estadounidenses que se dirigía a la capital de Iraq.

Después he hecho casi una docena de viajes y ahora, heme aquí, de vuelta en Bagdad. La ciudad parece ser casi la misma que en esos otros viajes, y eso no es bueno. De hecho, se siente peor.

La partida de Estados Unidos tal vez significó el fin de la guerra para los estadounidenses, pero para los iraquíes, la violencia, las bombas, los tiroteos y los torrentes de sangre apenas variaron. Hubo una pausa aquí y allá, periodos de lo que (en Iraq) podría considerarse como estabilidad, pero en realidad las muertes nunca cesaron. El año pasado murieron aquí más de 8,000 personas, la mayoría civiles inocentes, según Naciones Unidas.

La sensación que reina en Bagdad es de temor: temor del siguiente coche-bomba, ataque suicida o asesinato. A la ciudad no le falta la presencia de las fuerzas de seguridad: está sumergida en ella. Hace dos años había puntos de revisión, pero no la cantidad que hemos visto en los últimos días y el personal de esos puntos de revisión —hay que decirlo— no era tan fastidioso como lo es ahora.

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El tan solo moverse por la ciudad es pasar de un punto de revisión a otro; en cada uno hay jóvenes que, imagino, temen que el próximo auto sea el último que inspeccionen.

El moverse por la ciudad es más difícil que nunca. Los embotellamientos son una forma de vida aquí, pero parecen haber empeorado a causa de la presencia de las fuerzas de seguridad. Hay puntos de revisión y puestos de policía por todas partes, pero no pueden impedir todos los ataques: en los últimos dos días, mientras escribo esto, estallaron ocho bombas en Bagdad.

La gente ha tenido que seguir con su vida y hacen lo mejor que pueden. Uno de los blancos de los terroristas son los mercados, en donde los habitantes ponen su vida en riesgo solo para comprar la cena.

Muchos de los edificios que quedaron dañados durante la guerra esperan a ser reparados, pero también hay indicios de construcción. Incluso se está construyendo una especie de centro comercial cerca de donde me hospedo. Muchas de las partes de la ciudad conservan un aire ruinoso, como si fuera una ciudad cansada, agotada por las tribulaciones de la década pasada.

Los servicios públicos son un problema: el suministro de electricidad falla con frecuencia, no faltan los caminos que necesitan reparaciones, el desempleo es alto, los sistemas de drenaje necesitan desesperadamente de reparaciones. La lista de pendientes de Iraq es larga, a pesar de los crecientes ingresos por el petróleo.

En los "días malos" de, digamos, 2005 a 2007, casi no pasaba un día en el que, sentados en nuestra oficina, no escucháramos una explosión o disparos, algunos ahogados por la distancia, otros sacudían nuestras ventanas. Un día, una bala perdida perforó una de esas ventanas.

Esas explosiones regresaron.

Se ha reportado mucho acerca de la violencia en Ramadi y Falluyah y del resurgimiento de los radicales relacionados con al Qaeda, pero las matanzas se han generalizado desde Mosul, en el norte, hasta Bagdad, en el sur del país.

Ayad Allawi, el primer jefe de gobierno después de Saddam, fungió como primer ministro interino entre 2004 y 2005. Es un laicista duro pero comprometido y contempla su país con cierto pesimismo.

"Desafortunadamente el país va ahora por un camino sectario", me dice en su oficina, escondidos detrás de muros reforzados y bajo la protección de los servicios de seguridad privada y del gobierno.

"Fue muy peligroso para empezar y advertí a los líderes en la región. (Ahora) Iraq ha iniciado una guerra civil… no ha llegado al punto sin retorno, pero si eso ocurre, toda la región arderá".

Culpa a muchos jugadores, desde Siria hasta Estados Unidos, pasando por Irán, pero principalmente al actual primer ministro, al Maliki.

"Él no cree en compartir el poder, no cree en la reconciliación", explica Allawi. " Prometió hacer estas cosas cuando se volviera primer ministro , pero en realidad dice lo contrario… acusa a todos los demás de ser terroristas, corruptos, extremistas, etcétera".

"Los regímenes autoritarios no funcionan en este país… lo intentamos y no funcionó. Ninguna secta puede gobernar sola, ningún partido puede gobernar solo, ningún hombre puede gobernar solo… queremos un país democrático, pero desafortunadamente esto no es lo que este gobierno quiere".

No faltan las personas que culpan a al Maliki —quien es chiita— y a su estilo de gobierno sectario y dicen que la alienación de los sunitas es la razón por la que los combatientes de al Qaeda podrían resurgir fácilmente para volver a provocar el caos. Los extremistas prosperan en un ambiente de descontento y eso abunda en Anbar, Mosul y otras partes.

Allawi también está descontento con Estados Unidos y dice que cometieron un "error garrafal" al apoyar a al Maliki sin presionarlo para que contactara a los líderes sunitas y los incluyera significativamente en el gobierno del país.

"Pueden apoyar a al Maliki, esa es su decisión", dice. "Pero deberían aclararle que su apoyo está condicionado a que el proceso político sea incluyente y respetuoso de la constitución y los derechos humanos".

Le indico que los estadounidenses han aplicado un poco de presión últimamente, pero él difiere. "Claro que los estadounidenses no están haciendo esto", dice. "No sé si están presionando, francamente… Creo que tal vez le den por su lado, pero no usan del todo la influencia que tienen gracias a su amistad con el señor al Maliki".

A lo largo de más de una docena de viajes a Iraq desde que la guerra comenzó, siempre me he encontrado con iraquíes furiosos… furiosos con las tropas estadounidenses, furiosos por la falta de servicios, furiosos con los insurgentes y con el derramamiento de sangre sectario.

Sin embargo, en esta visita me encontré con actitudes endurecidas de tipo sectario: algunos chiitas sienten que los sunitas son extremistas que apoyan a al Qaeda; los sunitas cuentan historias terribles de persecución, exclusión y miedo de que los detengan solo por su religión.

Cada vez es más difícil encontrar iraquíes moderados que deseen aceptar a sus compatriotas sin importar la secta a la que pertenecen.

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