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Hambrientos, furiosos y asustados: la lucha por sobrevivir en Ucrania

Luego de que el gobierno ucraniano suspendiera los servicios públicos en las zonas "ocupadas", los habitantes buscan sobrevivir al invierno
sáb 22 noviembre 2014 07:58 AM
Donetsk daños bombardeo
Donetsk daños bombardeo Donetsk daños bombardeo

Yuri Poznychenko ha vivido toda su vida en la aldea de Stepanovka, cerca de la frontera con Rusia.

Poznychenko tiene 67 años; nació unos años después de que el Ejército Rojo recuperara su tierra (junto con la loma estratégica de Saur Mogila que está cerca de allí) de las fuerzas nazis. Es un hombre estoico, un agricultor que sabe lo que es aguantar. Sin embargo, los acontecimientos de los últimos meses lo llevaron al llanto.

El 28 de julio, en plena batalla entre las fuerzas ucranianas y los separatistas prorrusos de la zona, un francotirador de la Guardia Nacional Ucraniana mató a su hijo de 36 años mientras trataba de resguardar su automóvil.

"Dijeron que pensaban que era un separatista", dice, mientras se limpia las lágrimas. "Más tarde ofrecieron disculpas y un soldado ayudó a enterrarlo". Es evidente que el gesto fue inadecuado.

En junio, cuando visitamos la zona por última vez, Stepanovka era una pulcra aldea en medio de los extensos campos de cultivo. Su gente era pobre, pero tenían trabajo y suficiente para comer. Ahora, mientras el viento helado sopla desde el oriente, gran parte de la aldea está en ruinas. Un tanque ucraniano sin torreta yace abandonado a un lado del camino, los cables de electricidad se mecen con el viento y unas 20 propiedades o más quedaron reducidas a escombros, incluso la de Poznychenko.

Él y su esposa son los únicos miembros de su familia que quedan en Stepanovka. No tienen a dónde ir, no tienen energía eléctrica y tienen poca comida. Poznychenko dice que la República Popular de Donetsk (RPD) ahora tiene el control absoluto sobre esta región y prometió restablecer la electricidad, pero no hay señas de las extensas obras que se necesitarán. Además, en unas cuantas semanas la temperatura aquí rara vez superará los cero grados centígrados.

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Los escombros que quedaron tras las batallas de este año están esparcidos en los alrededores de Stepanovka y muchas otras aldeas del este de Ucrania. El cobre de las balas usadas brilla bajo el sol de invierno, los sacos de arena se vacían sobre las trincheras desiertas y la cubierta verde de los tanques y otros vehículos militares va cediendo ante el óxido.

Las casas en todas partes están reducidas a un montón de ladrillos achicharrados. Una chimenea se alza ilógicamente en medio de un espacio vacío; las bisagras de las ventanas rotas rechinan. Los perros tratan de sobrevivir buscando restos en la basura.

El alto al fuego que se acordó a principios de septiembre solo redujo el ritmo de los combates en el este de Ucrania y a veces ni siquiera eso. Grandes cantidades de artillería se han gastado en un enfrentamiento sin fin en el aeropuerto de Donetsk (que desde hace mucho es el blanco de los rebeldes) y la torre de control ha recibido tantos impactos que ya no debería estar en pie.

Más al este, en los alrededores de una importante intersección vial y ferroviaria, en Debaltseve, unos 30 voluntarios ucranianos procedentes de la capital miran entre la niebla helada. Ocupan una estrecha franja de tierra que está bajo el control del gobierno ucraniano y están rodeados por tres flancos.

Algunos de los hombres han estado aquí por dos meses. Los atacan todos los días, cuentan, pero hasta ahora han mantenido su posición y construyeron refugios subterráneos contra el frío intenso. Sin embargo, no tienen los recursos para soportar una ofensiva fuerte.

En la ciudad cercana, se escucha una letanía de lamentos: "los jóvenes se han ido, estamos solos"; "los bombardeos ocurren todos los días, en ambos lados". Un hombre que pasa a toda prisa junto a unas casas quemadas dice: "no me importa qué bandera ondee aquí; solo quiero paz".

Galina, de 73 años, llegó a Debaltseve cuando atacaron su aldea y se llevó solo lo que podía cargar. Mientras mira sus botas gastadas, cuenta que tiene tanto miedo de los bombardeos que siente que su corazón se le va a salir del pecho. Tiene tanto miedo que no puede comer ni dormir.

La paz parece improbable mientras el alto al fuego se desmorona y el discurso se vuelve más hostil que nunca. Parece que Ucrania está sufriendo un terrible divorcio. El primer ministro, Arseniy Yatsenyuk, dice que no habrá negociaciones directas con los rebeldes, a quienes llamó mercenarios de Moscú. El presidente Petro Poroshenko ordenó la suspensión de todos los servicios estatales en las zonas "ocupadas", lo que incluye los pagos de asistencia social y los salarios de los maestros y los médicos.

Igor Plotnitsky, autoproclamado primer ministro de Luhansk (república hermana de la RPD), desafió a Poroshenko a un duelo "para seguir el ejemplo de los antiguos líderes de los clanes eslavos y los gloriosos líderes cosacos".

Mientras siguen las discusiones, los más necesitados de Donetsk hacen fila en el antiguo circo de la ciudad para inscribirse a las reparticiones de comida de una organización de voluntarios. Esperan para recoger grandes bolsas con abarrotes bajo carteles en los que se ve a los trapecistas y a los leones, pero solo pueden venir una vez cada dos semanas.

La mayoría de estas personas son ancianos. Hay unas cuantas madres solteras de mirada ansiosa y rostros demacrados. La comida (que se trae desde más allá de la RPD) la proporciona el magnate del acero, Rinat Akhmetov, quien fuera el hombre más poderoso en la región del Donbass, pero ahora está en Kiev tras haber tenido un desacuerdo con los separatistas y está a favor de la unidad de Ucrania.

Las largas filas se extienden en la estación de autobuses de Donetsk porque la gente trata de salir de la ciudad. Muchos tratan de registrarse en las zonas en las que el gobierno tiene el control para poder recibir los pagos de su pensión, pero deben hacer el peligroso viaje de vuelta tras unas cuantas semanas. La mayoría no puede darse el lujo de vivir en otra parte.

Ya no hay bancos abiertos en la ciudad y no funcionan los cajeros automáticos. Los distritos como el de Kyivski han sido blanco de bombardeos tan intensos que recuerdan a la batalla de Grozni, la capital de Chechenia, a mediados de la década de 1990. En los refugios antibombas a los que la gente va por las noches se han reportado brotes de enfermedades de la piel entre los niños.

La República Popular de Donetsk promete que implementará sus propios sistemas para pagarle a la gente, pero lamentablemente carecen de las habilidades administrativas necesarias para administrar una región de más de 14,000 kilómetros cuadrados. No obstante, ya tienen tazas de recuerdo y adoptaron simbólicamente un huso horario diferente al de Kiev.

La gente del Donbass siente una genuina animadversión al gobierno en Kiev. El odio a la Guardia Nacional es generalizado; la gente acusa al Ejército de emprender bombardeos aleatorios. La suspensión de las prestaciones y los salarios en pleno invierno ha sumido a muchas personas en la desesperación. Al mismo tiempo, la gente se queja de la incapacidad de la RPD para ayudarlos y se lamentan por la falta de organización básica. Ha habido algunas pequeñas protestas en ciudades como Torez, cerca del sitio en el que derribaron al avión de Malaysia Airlines en julio.

Mientras el 'divorcio' de Ucrania se vuelve más desagradable, la gente común del Donbass se concentra en sobrevivir; viven al día, sin medios para escapar de la violencia que ha desgarrado su vida durante los pasados nueve meses.

Una frágil mujer encorvada que dice que tiene 83 años espera afuera del último banco en funcionamiento en Donetsk, mientras otros golpean sus puertas. Hoy también permanecerá cerrado.

"No tengo dinero", dice. "Probablemente moriré porque no tengo nada que comer".

Con información del periodista Denis Lapin.

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