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La diplomacia del hula-hula de un occidental de visita en Corea del Norte

Un camarógrafo de CNN tuvo la oportunidad de sumergirse en la vida cotidiana de los norcoreanos de una forma inesperada
mar 26 mayo 2015 10:14 AM

Heme allí, en el escenario, haciendo girar tres hula-hulas frente a una gran multitud de norcoreanos que aplaudían. No era lo que había ido a hacer allí y no esperaba que ocurriera algo así.

No me gusta ser el centro de la atención. Soy camarógrafo, así que usualmente me gusta estar en segundo plano, tratar de pasar desapercibido. Es más fácil hacer tomas naturales de la gente si no te están poniendo atención.

Estábamos grabando en el delfinario de Pyongyang, construido por órdenes de Kim Jong Il para beneficio del pueblo, o eso nos dijeron.

Era difícil pasar desapercibidos. Un occidental grande con una cámara de televisión enorme es algo raro en Corea del Norte y sentía que la gente estaba tan pendiente de mí como del espectáculo. Traté de lucir tranquilo y no hacer nada llamativo.

Me sorprendió que hubiera un delfinario en Pyongyang, pero la gente se estaba divirtiendo. En general parecía que eran trabajadores y había muchos niños de excursión. Para mí fue interesante de filmar. Era la primera vez que me encontraba entre la gente norcoreana en un entorno informal.

Durante nuestro viaje de una semana, tuvimos chaperones del gobierno a todas horas y preparaban cada locación para nosotros.

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¿Gente común?

La mayoría parecía ciudadanos promedio, como los que había visto en todo Pyongyang y en las zonas rurales que rodean la ciudad, aunque aquí es donde vive la élite del país. Todos iban bien arreglados y bien vestidos, calzaban zapatos finos.

Se enorgullecían de su apariencia y generalmente se vestían mejor y mucho más formalmente que nosotros en Occidente, incluso en su día de descanso.

Me interesaba mucho hacer tomas de la gente común de Corea del Norte porque antes de este viaje solo los había visto en televisión, en situaciones como desfiles militares y eventos de Estado.

No había rostros serios marchando en este caso; la gente estaba relajada, con sus amigos y familiares.

En la primera parte del espectáculo hubo delfines manchados grises que, según nuestro guía, son endémicos de los mares de Corea del Norte.

El guía dijo que es difícil entrenarlos, pero debido a las sanciones que se habían impuesto a Corea del Norte, ya no era posible importar delfines nariz de botella, que son los que se usan en la mayoría de los espectáculos con delfines en todo el mundo.

"Somos un Estado soberano", explicó. "No cedemos ante las presiones externas".

Seleccionaron a un par de personas al azar de entre la multitud y los llevaron a ver a los delfines y a que participaran en los actos.

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Todos me miraban

Luego, la conductora salió hacia donde estaba el público.

Primero eligió a una mujer para que subiera al escenario.

Luego se acercó hacia donde yo estaba sentado con Will Ripley, corresponsal de CNN, y el productor Tim Schwarz.

Pegué mi rostro al visor de mi cámara y traté de lucir ocupado. Ella se paró justo a mi lado. No podía ignorarla. Me pidió que subiera al escenario.

Señalé al tipo de al lado y ella me señaló. Señalé a Will y dije: "Pídeselo a él".

Ella insistió.

La sala quedó en silencio. Todos me miraban.

Sentí que sería un insulto a todos los presentes si me negaba y pensé que solo me darían un pez para alimentar a un delfín. Así que me puse de pie, le entregué la cámara a Will y a Tim y seguí a la conductora al escenario.

Una vez allí, nos entregó a la otra mujer y a mí un hula-hula.

No había estado cerca de un hula-hula desde la primaria.

Arranque en falso

Después de arrancar en falso una vez, me las arreglé para hacer girar el aro por el tiempo suficiente como para que la multitud aplaudiera y, en recompensa por mi esfuerzo (fue un gran esfuerzo), me dieron un segundo hula-hula. Rayos.

Ya no podía detenerme, aunque mi corazón latía con fuerza por el esfuerzo de hacer girar un solo hula-hula. De alguna forma logré hacer girar los dos y pude escuchar que la multitud vitoreaba, así que me dieron un tercer aro.

Ya estaba entendiendo cómo hacerlo y logré hacer girar los tres aros. Podía escuchar que la multitud enloquecía.

Seguí girándolos por un rato considerable, más del que tardaron los delfines girando sus aros… o al menos, eso me dijeron. Como recompensa por mi esfuerzo me dieron dos globos y una nutrida ronda de aplausos.

Regresé a mi asiento con toda la dignidad que pude reunir y me escondí detrás de mi amada cámara.

El espectáculo terminó pronto y mientras salíamos del delfinario, nuestro guía me dijo: "eso fue verdaderamente genial. En verdad hiciste feliz a la gente".

En la puerta nos encontramos con la gerente del delfinario, quien salió para despedirse.

Me ofreció trabajo. Creo que lo dijo medio en broma.

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