El "tren de la muerte" mutila los sueños de muchos inmigrantes en México
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Nota: Este reportaje incluye detalles gráficos sobre amputaciones que podrían perturbar a algunos lectores.
En los cuatro primeros meses de este año, más de 20,000 inmigrantes abordaron el "tren de la muerte" en la ciudad mexicana de Arriaga, Chiapas, donde comienza su recorrido, según diplomáticos de la región. Todos con el mismo destino: "El norte", como genéricamente algunos llaman a Estados Unidos.
No hay cifras oficiales sobre el número de personas que se caen del tren o que mueren o sufren amputaciones al caer bajo las ruedas de los vagones.
Pero Olga Sánchez, que dirige un albergue para atender a los inmigrantes mutilados en Tapachula, dice que en los últimos 20 años ha auxiliado a miles de hombres y mujeres.
El mexicano Rubén Pérez, de 28 años, trabajaba en la construcción y en la agricultura hasta que se decidió a cruzar ilegalmente a Estados Unidos hace dos años: cayó del tren cerca de la frontera y perdió ambas piernas.
“Mi madre me dijo que no fuera. Que era mejor que me quedara en México aunque tuviéramos poco. Pero yo tomé la decisión de marcharme.
“Quería irme y ganar dinero. La mayoría de la gente que se va logra progresar en la vida y ahorrar suficiente para comprarse una casa. Van y al principio rentan un cuarto, pero después de un año tienen su propia casa, quiero imitar eso.
“Quién sabe quién inventó el nombre del sueño americano. No es un sueño, podría haber sido una realidad para mí y por eso tienes que asumir el riesgo.
“El tren iba rápido y esperé a que fuera más lento. Pero siguió así que decidí agarrarme. Empecé a correr pero el tren era más rápido que yo. Me agarré a la escalera pero mi pie se resbalé y caí a la rueda.
"Yo estaba colgado del tren y mi pierna fue atrapada por la rueda. Finalmente el tren me soltó. Yo no quería lanzarme porque no tenía mis piernas, pero me solté y salí rodando. Grité pidiendo ayuda y me desmayé.
"Sentí que iba a morir como un perro y que no valía nada".
Marcos Castro, de 19 años, trabajaba en la construcción antes de marcharse de Honduras. Perdió su pierna derecha en abril al caer bajo un tren en el sur de México, cerca de la frontera con Guatemala.
"Estaba colgado del tren pero mi zapatilla resbaló y el tren iba muy rápido. Me sujeté pero con una sola mano y tuve que soltarme.
“El tren te empuja y luego te absorbe, y luego te vuelve a empujar. Cuando me empujó logré sacar la pierna, pero sólo una de ellas.
“Quería ir a Estados Unidos para mejorar mi vida, para poder trabajar y tener mis cosas. Pero no pude llegar allí, no pude. ¿Y qué puedo hacer? No hay alternativa. Tendré que volver.
"Ya no. ¿Cómo iba a hacerlo? Mis piernas no me funcionan (...) Nunca más podré volver a subirme al tren".
Olga Sánchez puso en marcha un albergue para cuidar de estos emigrantes mutilados. Dice que se lo prometió a Dios después de curarse de una mortal enfermedad cuando era niña.
Ha recibido algunas donaciones del extranjero, pero ella misma recauda el dinero adicional que necesita para pagar los 2,000 dólares que cuestan las piernas ortopédicas vendiendo pan a dos dólares.
“Incluso los médicos me han dicho que estos emigrantes son sucios, que no valen nada, que son basura. Pero para mí una persona sucia y sin nada, para mí, es la persona lo que más vale. Siempre defenderé a los que no tienen nada, a los sucios, a los olvidados.
“En los últimos 20 años he visto más de 5,000 amputados. Solía recogerlos de las vías, recogía sus huesos y sus restos, gente medio muerta.
"Recuerdo a Baltazar. Recogí sus huesos junto a la vía del tren. Estaba moribundo… Le dije: recuerda que tienes una esposa e hijos y un hogar a donde regresar. Lucha por tu familia. Yo lo recogí y mi blusa se llenó de sangre".
“Me río del sueño americano. A veces el sueño se torna en un infierno. En un sueño que flota en las nubes. No todos pueden lo alcanzar. En lugar de eso sufren una tragedia".