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El obispo de Saltillo predica la defensa de los derechos humanos en México

Raúl Vera, con 42 años de vida sacerdotal, ha adoptado las labores sociales para la defensa de los desprotegidos
jue 23 septiembre 2010 05:21 PM
Jose Raul Vera Lopez obispo Saltillo
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El nuevo galadordonado de la Fundación Rafto, José Raúl Vera López, tenía apenas 23 años cuando estalló el conflicto estudiantil de 1968. Lo vivió como alumno de Ingeniería Química en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Los ideales que ese movimiento perseguía (un gobierno justo, igualdad entre los sectores de la población, los cambios en el país) provocaron que cambiara de vocación poco después de graduarse y que se uniera a la orden de los dominicos, bajo la doctrina de Tomás Aquino, que evoca a la defensa y el concilio de la sociedad.

El 29 de julio de 1975 con la bendición del papa Paulo VI fue ordenado sacerdote y regresó a México para trabajar con los jóvenes, especialmente con aquellos que sufren discriminación sexual; los pobres de todas las regiones del país; los desprotegidos ante el gobierno y aquellos inmigrantes que intentan cruzar la frontera norte en búsqueda del sueño americano.

Por los caminos del sur

Aunque como sacerdote siempre tuvo la encomienda de fomentar la religión católica, al llegar a la diócesis de Ciudad Altamirano, Guerrero, en el sureste del país, en 1987, el grado de marginación de la población le afectó tanto que decidió poner en práctica lo predicado por el santo Aquino.

En 1988, fundó el centro social Juan Navarro para atender a los pobres, el primer acto que lo acercó a su labor en la defensa de los derechos humanos.

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Su trabajo gustó tanto al Vaticano que decidió mudarlo más al sur, hacia la tierra donde floreció la cultura maya.

Había pasado más de un cuarto de siglo desde que vivió su primer movimiento social, cuando otro conflicto volvería a travesarse en su vida.

Cerca de la frontera sur de México, en el estado de Chiapas, unos 2,000 hombres y mujeres, en su mayoría indígenas, tomaron las armas el 1 de enero de 1994 en demanda de justicia, democracia y paz; su intención era acabar con la marginación en el estado.

Allí, Olvera López, quien ya pertenecía a la diócesis de San Cristóbal (donde también estaba el obispo Samuel Ruiz), intentó sentar tanto a los indígenas insurrectos como a las autoridades del gobierno federal para iniciar un proceso de paz y reconciliación.

La misión del sacerdote dominico era contribuir a crear las condiciones de diálogo entre el ejército zapatista y el gobierno mexicano. Pero poco después de cinco años su labor fue interrumpida por el papa Juan Pablo II, quien decidió mandarlo kilómetros lejos de la zona, hacia la diócesis de Saltillo , Coahuila, en la frontera México-Estados Unidos.

En defensa de los desprotegidos

La ciudad de Saltillo, a 400 kilómetros de la frontera estadounidense, se encuentra en una región asolada por la generalización de violaciones de derechos humanos.

En una entrevista con centro Frontera NorteSur en marzo de este año, el obispo acusó a la Policía mexicana y a los representantes del Instituto Nacional de Migración de ser parte de una red criminal que secuestra a los migrantes en ruta a los Estados Unidos.

Cuatro años antes, un grupo de mujeres prostitutas violadas por elementos del Ejército mexicano en Castaños, Coahuila, pidieron apoyo a Vera para demandar al ejército y al estado. Una causa que el religioso aceptó.

Incluso ha defendido los matrimonios civiles entre personas del mismo sexo, aunque no en el sentido tradicional. "El primer obstáculo es ayudarles a vencer los traumas y complejos que la discriminación familiar y social deja en ellos y ellas. El proceso evangelizador al interior de los miembros de la comunidad es ayudarles a comprender la dignidad humana de que gozan como don de Dios", dijo el prelado en un congreso en 2008.

Para ellos creó el centro comunitario San Elredo, en honor al santo que fue hijo de un sacerdote casado que vivió en Inglaterra en el siglo XII.

Su labor pastoral, de 42 años, combinada con la defensa social y su altruismo, llamaron la atención de la fundación noruega Rafto, que premia a los defensores de los oprimidos y que crean conciencia sobre la importancia de observar los derechos humanos.

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