Discreción y silencio en el aniversario de la muerte de Marcial Maciel
Es domingo en Cotija de la Paz, Michoacán, día de mercado y misas. Podría haber sido también un día de peregrinación, porque es 30 de enero y se cumplen tres años de la muerte del padre Marcial Maciel , nacido en este pueblo y fundador de la Legión de Cristo, una de las congregaciones más influyentes e importantes de la Iglesia católica en México.
La legión cuenta actualmente con 800 sacerdotes y unos 2,500 seminaristas, con presencia en 22 países, pero no fueron a la cripta de su fundador, tampoco hubo visitas de altos jerarcas de la Iglesia católica, sólo misas en memoria de Maciel, todo discreto, en silencio como lo ordenó el Vaticano .
Una investigación canónica de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 2006 encontró al religioso culpable de abuso sexual en contra de jóvenes seminaristas. Los agravios se dieron por años hacia los más jóvenes y vulnerables de la congregación.
Con base en esta investigación y tomando en cuenta la "edad avanzada" del sacerdote, la congregación decide "renunciar a un proceso canónico e invitar al padre a una vida reservada de oración y de penitencia, renunciando a todo ministerio público".
Dos años después, el 30 de enero, Maciel murió a los 87 años en Estados Unidos y sus los restos fueron trasladados al cementerio de su pueblo natal, Cotija de la Paz, en el estado de Michoacán.
El 14 de diciembre pasado, el director de la congregación, Álvaro Corcuera, pidió que todas las imágenes de su fundador se retiraran de los seminarios y universidades de la orden, y que las fechas de nacimiento y muerte del fundador de los Legionarios fueran borradas del calendario oficial de conmemoraciones.
Las medidas tomadas también incluyen la prohibición de difundir y vender los escritos de Maciel, decisión que se tomó tras la sospecha de que el religioso habría plagiado algunos de estos textos.
Sin rastro de Maciel
A pesar de que nació y murió en el lugar, ninguna placa, monumento o calle llevan su nombre, como sí ocurre con el obispo y beato Rafael Guízar, originario de esta tierra pródiga en religiosos. Una estatua del obispo recibe a cotijenses y forasteros a la entrada del pueblo, mientras que su rostro blanco corona la fachada de varias casas.
Son las ocho de la mañana y el pueblo ya despertó. A Cotija, poblado de unos 13,000 habitantes, ubicado al norte de Michoacán y en la frontera con Jalisco, hay que recorrerlo a pie o en motocicleta. Sus estrechos callejones y sus profundas cuestas hacen complicado el trayecto en auto.
Una mujer de avanzada edad cuenta que conoció al padre Maciel: "Un hombre bueno... ayudó a mucha gente, pero ahora se dicen cosas malas de él, sólo Dios sabe si es verdad", comenta.
Los restos de Maciel no se encuentran en el panteón municipal, sino en un mausoleo privado de la familia del sacerdote, protegido por un gran portón blanco que sólo pueden cruzar miembros de su familia.
"Estamos agradecidos con él"
Una vecina dice que la misa está programada a la una de la tarde. "Será una misa privada, sólo para los familiares e invitados, la capilla es muy pequeña", advierte.
Mientras espera, la mujer que prefiere no identificarse cuenta que ella también convivió con el padre Maciel; no sólo eso, fue una de las beneficiadas con la obra del sacerdote.
"Casi todas las casas que ve aquí frente al panteón, él ayudó a construirlas, a nosotros nos regaló 1,000 tabiques, además de cemento y grava, estamos muy agradecidos con él, además a varios de los muchachos de aquí se los llevó a estudiar", cuenta.
Ni ella, ni los habitantes de Cotija se refieren claramente a los delitos de abuso sexual y pederastia: "Dios lo juzgará", responden al preguntarle del fundador de los Legionarios.
"Si hizo males, fueron más los bienes, nosotros no somos quién para juzgar, Dios ya lo tiene en el sitio que merece, bueno o malo", refiere por su cuenta un hombre sentado en una banca del parque central que espera a algún cliente para llevarlo en su taxi.
A la una de la tarde en punto, un joven veinteañero abre el portón. Pasando la puerta se percibe la frescura y quietud de un amplio jardín perfectamente cuidado en cuyo centro se erige un monumento de bronce. Es una mujer con apariencia de ángel y un ave en lo alto.
"No puede entrar, es propiedad privada y hoy sólo asistenten invitados", advierte el joven del portón.
Dentro de las cuatro bardas que rodean el jardín, silencio, discreción en las oraciones, abajo en el pueblo, la fiesta de domingo sigue ajena a todo recuerdo.