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Migrantes revelan supuesta complicidad de autoridades con criminales

El sacerdote difundió audios en los que migrantes revelan casos que suponen la complicidad de autoridades del gobierno con criminales
mié 06 julio 2011 08:14 PM

Sonia, originaria de El Salvador llegó a México en junio de 2009. El día 20 de ese mes la secuestraron en el municipio de Medias Aguas, en el sur de Veracruz. Caminó horas con la cara tapada, viajó hacinada en un camión y fue testigo presencial de la colusión de autoridades mexicanas con la delincuencia organizada.

Entre otras atrocidades, le tocó mirar cómo mataron a batazos a un migrante que no le pidió permiso de ir al baño a sus captores. Además de la muerte de ese hombre, Sonia asegura que le duele que los asesinos eran connacionales suyos que fueron secuestrados y obligados a trabajar para el hampa.

Esta historia es narrada por ella en una de tres grabaciones difundidas por el padre Alejandro Solalinde, encargado del albergue Hermanos en el Camino de Ixtepec, Oaxaca, en su última visita a Veracruz, donde se reunió con el gobernador, Javier Duarte de Ochoa .

El viernes pasado, Solalinde visitó Veracruz por la presunta desaparición de 80 migrantes en Medias Aguas. La información causó controversia por la falta de evidencias y el gobernador solicitó una reunión con el sacerdote.

Según Duarte, solo fueron 5 los desaparecidos. En la reunión acordaron coordinarse para implementar medidas de precaución en las rutas
migratorias. Solalinde dijo al final que cree en la buena voluntad del gobernador.

Sonia cuenta que ese día de junio de hace dos años, tras la angustiante marcha con la cara tapada, llegó a algún lugar donde había una casa de seguridad. Ahí pasó seis días para después iniciar un viaje acompañada de unas 150 personas amontonadas en un camión "donde jalan guineos" (plátanos) hasta Reynosa, Tamaulipas.

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La mujer salvadoreña cuenta entre sollozos a su interlocutora que en el inicio del camino hacia el norte fue testigo de un encuentro de sus captores con elementos de la Policía Federal. Asegura que eran policías destacados en Medias Aguas los encargados de "limpiar el camino" hacia la frontera con Estados Unidos.

“Pienso que les pagan muy bien por limpiar el camino. Pienso que los únicos que no pueden comprar son los del batallón (el Ejército Mexicano), de ahí todas las autoridades están pagadas, de Medias Aguas hasta Reynosa".

Al llegar a Reynosa, Sonia pagó seis mil 500 dólares por su vida gracias a la ayuda de su familia que se encuentra en Estados Unidos. El sistema de transferencia de dinero Western Union hizo llegar el recurso a los delincuentes, quienes luego recibieron de ella dos mil 800 más.

El secuestro duró un mes. Los recuerdos acuden a la mente de Sonia y le traen imágenes de personas enfermas escupiendo sangre, muriendo; imágenes del miedo y resignación a morir, de personas que "siguen ahí" y probablemente ahora también secuestran y matan, como los verdugos salvadoreños del bat.

Recuerda sobrenombres. Barney, Flaco, Chocho, Nene, Chile y El Pelón amenazaban, golpeaban y quebraban los pies y las manos "a puro batazo". Y El Chacal, que "desde Arriaga (Chiapas) nos venía siguiendo".

“Ese asunto nunca se me va a pasar y nunca se me va a olvidar”, concluye.

Envíos de dinero y el INM, herramientas de la delincuencia

En otra de las conversaciones difundidas por el religioso se escucha a una migrante hondureña, de nombre Paty, contar sus seis días de secuestro que iniciaron en Coatzacoalcos, Veracruz.

Ahí fue abordada por un hombre al que llama Rolando, quien le ofreció llevarla al norte en autobús, y ella accedió. Le depositaron 500 dólares a cambio de su servicio a través de una empresa que ofrece el servicio de envíos de dinero

Al pie del tren, les ofreció comida, techo y aseo en un supuesto albergue atendido por “una señora mexicana” a quien nombraban La Madre y que cuenta, se hacía ayudar por tres jóvenes centroamericanos.

Ahí “la policía llegaba, se bajaban, se deban la mano. Los policías llegaban en trocas negras que decían Policía Municipal”.

Paty señala que 15 minutos antes de llegar a la terminal de Tampico, unos agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) detuvieron el autobús, le pidieron su credencial de elector a los pasajeros y así identificaron a los migrantes. Los bajaron y de inmediato se los entregaron a un grupo de hombres, que aseguró eran de Los Zetas.

“Ya tenemos la mercancía”, escuchó decir Paty a uno de los agentes, “alto, flaco y narizón”. El grupo de hombres pasó por ellos (eran 17) y se los llevaron a Matamoros donde fueron saqueados, vejados y aterrorizados.

“Ustedes no me han visto, no me conocen y yo no los conozco a ustedes”, dijo uno de los supuestos funcionarios mexicanos.

Narra que fueron llevados a una casa de seguridad donde los despojaron de sus ropas. Los captores los amenazaron de muerte y les extrajeron números telefónicos y nombres de sus familiares a quienes llamarían para exigirles dinero.

En la casa de seguridad, que Paty describió con admiración (por grande y lujosa), los cuidaban dos personas. Ahí ocurrió “un problema” y elementos de otra banda delictiva llegaron a robar el botín.

“Ellos sí nos trataron bien. Dijeron que si les pagábamos, ellos nos iban a cruzar la frontera, y nos pasaron en balsa, por el río Bravo”, dijo la mujer hondureña, quien tuvo que contactar de nuevo a su familia para depositar otros mil dólares a sus nuevos captores. Otra vez, a través de la misma empresa de envíos de dinero.

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