Las mujeres aún abandonan sus metas más altas: Silvia Torres Castilleja
Nota del editor: CNNMéxico inicia una serie de entrevistas con ocho mujeres destacadas en distintos campos en la vida de México, a quienes se les invitó a reflexionar sobre la vigencia del movimiento feminista en el año 2012. Esta es la primera de ocho entregas.
CIUDAD DE MÉXICO (CNNMéxico) — Silvia Torres Castilleja tenía 18 años y una gran afición por las estrellas cuando la contrataron como asistente de investigación en el Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en 1959; medio siglo más tarde se convirtió en la primera mujer en recibir el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Ciencias Físico-Matemáticas y Naturales.
Silvia ha sido galardonada con todo tipo de reconocimientos por su trabajo como docente e investigadora a lo largo de cinco décadas, un tiempo en que también visto a muchas otras mujeres abandonar sus carreras.
“Ahora en la universidad hay casi tantas mujeres como hombres inscritos, sin embargo, me temo que muchas de ellas se van a ir perdiendo en el camino, se van a ir separando de las metas altas”, dice la astrónoma al reflexionar sobre la vigencia del movimiento feminista en el mundo de la ciencia, y con motivo del Día Internacional de la Mujer.
Ella entiende como las metas más altas a los puestos de responsabilidad, a jefas de departamento o directoras de hospitales.
Su propia carrera es un buen ejemplo de lo que es lograr esas metas. En el 2010 fue una de las cinco galardonadas con el premio L´Oreal-Unesco para las Mujeres y la Ciencia. Recibió el reconocimiento y 100,000 dólares en una ceremonia celebrada en marzo del 2011 en París.
Silvia ha desarrollado su carrera como científica en un campo donde los hombres suelen ser mayoría. "En las ciencias exactas siguen faltando mujeres, no tienen la misma participación en el campo laboral”, dice.
"Suelen estar más preocupadas por la crianza de sus hijos que por su desarrollo intelectual y profesional, por lo que sufren un retraso, y muchas veces ellas no aspiran a reponer ese atraso".
En su opinión, la disparidad aún persiste en parte “porque los hombres no dan espacios y en parte porque que las mujeres mismas no los reclaman”.
Su recomendación a los jóvenes en general es “que le pongan el alma a su trabajo”, y a las mujeres, “que no reduzcan sus aspiraciones”.
Una época distinta
A finales de los 50 Silvia, para sumar, restar y dividir usaba una máquina eléctrica, cuyo motor corría el riesgo de quemarse si la usaban en exceso, una tecnología muy distinta a la computadora personal con la que ahora analiza la composición química de los gases que arrojan las estrellas en el espacio y que permiten conocer cómo era el Universo en sus inicios.
También fue de las primeras personas en México en usar una computadora. “Me tocó (usar) el Centro de Cálculo (en la UNAM), eran como cinco refrigeradores juntos con aire acondicionado. Complicadísimo”, recuerda.
Eran otros tiempos. Se esperaba que las mujeres se realizaran exclusivamente a través del matrimonio y la crianza de los hijos, pero Silvia logró conciliar su interés por estudiar el Universo y por criar a una familia. Se casó a los 22 años y tuvo dos hijos.
“Lo hice dejando de lado muchos de los valores tradicionales (como) tener una casa linda y ser buena cocinera”, recuerda. También confiesa que hasta la fecha no sabe cocinar.
La tarea de desarrollarse como científica, sin embargo, no fue sencilla. Su condición de mujer le implicó algunos obstáculos, como cuando ella y su marido regresaron de estudiar un posgrado en la Universidad de California, y a Silvia le pidieron que compartiera la oficina de su esposo. Ella se negó.
“Me fui a otra oficina y decidí que yo tenía que mostrar que era independiente”, recuerda.
A sus 71 años mantiene una vida laboral activa como investigadora y docente: “Mi vida laboral está aquí (en Instituto de Astronomía), estoy hasta las ocho o nueve de la noche, y si puedo venir en sábado, vengo”.
Fuera de la universidad distribuye su tiempo entre su nieta de dos años, sus dos hijos, su esposo y sus aficiones: teje, borda, hace collares, sale con amigas y va a conciertos.
Considera que tiene las mismas capacidades y debilidades que cualquier hombre. A lo largo de su vida –dice– solo hay una circunstancia en la que se aprovecha de su condición femenina; “solo trato de tomar ventaja de ser mujer para (que me ayuden a) abrir el frasco de mayonesa”.