Tras la desaparición de sus hijos, las madres viven una vida fracturada
"¡Hijo escucha, tu madre está en la lucha; hijo escucha, tu madre está en la lucha!", retumba sobre la avenida Reforma, en el centro de la Ciudad de México. Son mujeres, casi todas, que marcharon este viernes con el rostro de sus hijos, esposos, hermanos desaparecidos.
Marcharon para conmemorar el Día de las Madres , aunque parezca una contradicción porque sus hijos no están. Como lo hicieron el año pasado, reclamaron al gobierno que pase de promesas a dar con el paradero de sus seres queridos.
En esta marcha, que arrancó en el Monumento a la Madre y llegó al Ángel de la Independencia, las madres cuentan cómo la desaparición de sus hijos fracturó sus vidas y a sus familias. Algunas perdieron sus trabajos en la búsqueda de sus familiares; otras tuvieron que lidiar con enfermedades.
Cuando el hijo de Yolanda Morán, Dan Jeremeel, desapareció en Torreón el 19 de diciembre de 2008 su familia se alejó. No volvió a saber de sus hermanos, sobrinos, primos, quienes comentaban “¿y qué tal que sí andaba en algo?”, “¿y si nos quieren llevar también a nosotros?” Por temor, los amigos de Dan también se alejaron.
“Yo no les reclamé, ni a mi familia ni a los amigos, aunque eran incondicionales para la fiesta, cuando él más los necesitó no estuvieron. Una tiene que aprender a luchar a veces sola, pero en el camino encuentra otra familia, como esta que nos acompañamos”, relata en el camino.
Yolanda, quien reclamó al entonces presidente Felipe Calderón en los diálogos de Chapultepec —en abril y octubre de 2011— la discriminación de las víctimas, ha tenido que aprender a vivir con la diabetes, enfermedad que se le disparó con la desaparición de Dan. Estuvo internada dos meses.
Es común escuchar entre ellas que a una ya le dio diabetes, a otra se le paralizó el rostro, a otra le salió un tumor.
Como a Brenda Rangel, quien busca a su hermano Héctor, desaparecido hace más de tres años en Monclova, Coahuila. Hace dos semanas a Brenda le diagnosticaron un tumor en el estómago. Ella dice que es el dolor acumulado en su cuerpo.
"He dejado toda mi vida en la búsqueda de mi hermano, no soy quien yo era, ya no confío en la gente, me salió un tumor en el estómago por todas las emociones, la indiferencia de las autoridades", dice mientras camina en la cabeza de la marcha.
Brenda, de 35 años, es abogada, pero desde la desaparición de su hermano no puede litigar, ni siquiera asomarse a los expedientes de su caso. Ahora se mantiene vendiendo ropa o haciendo rifas.
Otro de los problemas que viven estas familias es la crisis económica. El dinero, los ahorros, —cuentan— se van en emprender la búsqueda, el trabajo se pierde por la criminalización de los desaparecidos.
Delia García, madre de Edson Amado de la Rosa, desaparecido el 9 de julio de 2009 en Torreón, Coahuila, relata que su esposo fue despedido de la gasolinera donde trabajaba porque temían que el hijo estuviera “metido en algo malo”. Lo mismo le ocurrió a María Rosario Cano, madre de Mario Alberto desaparecido en Chihuahua. Su esposo es maestro de educación física y por ansiedad subió de peso, perdió su trabajo y también otro empleo de vigilante porque faltaba para ir a las audiencias.
Diana Iris camina en medio del contingente. La vida después de la desaparición de su hijo Daniel Cantú en 2007, mutó por completo. A la ausencia e incertidumbre se sumó la urgencia de resolver la vida cotidiana. Diana tuvo que empezar a trabajar, cuando se dedicaba tiempo completo a ser madre; ahora tiene un local de ropa y regalos, con lo que vive.
Cada día, esta mujer que ha llegado a denunciar ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) las desapariciones, les dice a otros dos hijos que su hermano la necesita, que no saben donde está o si está sufriendo. Por eso debe salir a buscarlo.
"Llega a haber reclamos de los otros hijos, pero lo entienden, entienden que su hermano si yo no lo busco, nadie lo buscará, entonces ese reclamo se convierte en preocupación de que no me pase nada", dice.
En la búsqueda de su hijo, perdió a su pareja. “Él me decía que yo era muy egoísta porque solo quería saber de su paradero y ponía en riesgo su seguridad y la de mis otros hijos. Él se hizo cargo de la búsqueda a su manera, con los ministerios públicos, y cuando yo descubrí esta lucha y me hice activista no estuvo de acuerdo y se fue, hace ya año y medio”.
Pasadas las 12:00 horas, la marcha llegó al Ángel de la Independencia donde se pasó lista a más de un centenar de personas desaparecidas y se leyeron cartas que madres de otros estados del país enviaron para acompañar al grupo.
El Obispo Raúl Vera se sumó al reclamo de justicia y fin de la impunidad, y Blanca Martínez, activista que acompaña a las madres de Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en México, las invita a no bajar los ánimos.
“¡Sigamos adelante guerreras!”, lanza una de ellas y el resto responde con abrazos.
Al terminar la marcha, las mujeres se retiraron poco a poco, algunas a sus casas, otras a continuar con las diligencias de las investigaciones, a presionar a las autoridades.