Publicidad

Síguenos en nuestras redes sociales:

Publicidad

‘Tuve que despedir a mi amigo’

Los despidos son un ritual complicado en las oficinas porque llegan a involucrar emociones; estas son cuatro historias enviadas por los lectores de la revista Fortune desde el frente laboral.
mar 22 marzo 2011 06:10 AM
Si decides renunciar, debes entender que un nuevo empleo, no te asegura una mejor situación. (Foto: Jupiter Images)
empleo-desempleo-despido-renuncia (Foto: Jupiter Images)

Las siguientes historias de nuestros lectores sobre despidos, en la primera ronda de la serie de You Can't Fire Everyone, hablan sobre el miedo, la ira, y sí, el humor en torno a este desconcertante ritual de oficina.
Un despido poco amigable

Hace algunos años estaba a cargo de un grupo de personas de mercadotecnia. Había una vacante que se ajustaba con los antecedentes de una colega de hace 15 años, que yo sabía que estaba desempleada en ese momento. Ella no tuvo una entrevista espectacular, pero la contratamos de cualquier forma, básicamente porque no había candidatos competentes.

Cuando trabajamos juntos hace 15 años, ella demostró una gran ética laboral, así que -aunque no fue particularmente brillante en el departamento de personalidad-, no dudé de su capacidad de hacer un gran trabajo.

Desafortunadamente, 15 años pueden enseñarnos una serie de malos hábitos. Ella llegaba constantemente tarde (y no hablo de minutos, sino de horas) sin ninguna explicación. No cumplía con las fechas de entrega, y veía televisión a través de una ventana pequeña en su monitor mientras "trabajaba".

Mi colega sobrevivió varios despidos porque muy pocas personas en el mercado laboral comparten sus habilidades. Pero después, una pérdida de clientes sin precedentes la envió a la cima de la lista de despidos.

Aunque yo no era su supervisor directo (yo estaba a cargo de su supervisor), mi posición me obligó a hacerme cargo.

Publicidad

Fue muy doloroso desde varios frentes. No me preocupaba lo que la gente pensara de mí, pues yo no la despedí personalmente. Fue decepcionante que alguien que en alguna ocasión había sido una colaboradora clave estuviera actuando como recepcionista con mala actitud, y culpaba a todos por sus errores. Nunca se hacía responsable de nada, y nunca ofrecía explicaciones por su comportamiento poco profesional y atroz.

Cuando ella ignoró el hecho, después de que le dije que su puesto había sido eliminado y saber que nuestra amistad de muchos años definitivamente llegaría a su fin, también fue doloroso.

Pero cuando la administración pensó que yo era el que debía darle la noticia, aunque yo no fuera el que lo hiciera para muchos individuos de mi departamento, eso me afectó a un nivel profesional.

Lo que más me frustró del proceso es que había tenido una muerte en su familia, y había heredado una gran cantidad de dinero tras la segunda amenaza de despido. Se compró un auto de 60,000 dólares con parte del dinero, y pensaba que estaba ‘segura' después de haber sobrevivido el despido. Fue arrogante al ser una empleada mediocre y pensar que estaba segura y todavía se había malgastado su dinero en un auto. Aunque, puedo decir que eso me facilitó mucho más dejar de lado mis emociones a la hora de despedirla.

--Frances, Salt Lake City U.T.

La empatía lo empeora todo

Recuerdo cuando mi compañía, un corporativo muy grande, estaba realizando una serie de despidos, y yo tuve que darle la noticia a uno de los miembros de mi equipo. Él acababa de salir de la universidad. Yo había visitado a la universidad para reclutarlo, y era un hombre listo. Yo no quería dejarlo ir, pero todos mis colegas estaban haciendo lo mismo, y era la forma en la que funcionaba el mundo. 

Estaba muy nerviosa. Estábamos capacitados, incluso nos daban guiones. Me reuní con él en la sala de conferencias de un hotel. Él pensó que nos habíamos reunido para platicar de negocios, aunque yo fui evasiva a la hora de organizar nuestro encuentro.

Después de darle la noticia, se quedó en completo silencio. Después me dijo: "Rebecca, eso debió haber sido muy difícil para ti".

Después de eso, no recuerdo nada de lo que hayamos platicado, pero sí recuerdo esas primeras palabras. Su empatía me hizo sentir incluso peor.

Ya no trabajo para esa compañía, y él fue la única persona a la que tuve que despedir. No sé qué fue de su vida, pero espero que esté bien.

--Rebecca, Princeton N.J.

‘Pero si yo trabajo muy duro'

Yo estaba a cargo de un grupo de escritores en una universidad. Una de ellos hacía un buen trabajo cuando recibió su revisión de tres meses, pero en su revisión de seis meses, la última antes de ser contratada de forma permanente, no había mostrado progreso.

Trabajábamos de cerca; yo la asesoraba, editaba su trabajo y yo esperaba que hubiera adquirido otras habilidades, como la creación de un argumento. Pero no fue así.

Cuando le dije que en verdad no era buena para nosotros y que sin duda estaría más feliz en otro lugar, ella rompió en llanto y me dijo: "pero amo este trabajo, y trabajo muy duro. He invertido mucho tiempo en esto".

Eso se ha quedado conmigo más de una década: a nadie le importa qué tan duro trabajes o cuánto ames el trabajo si no eres eficiente.

--Ann, Branford C.T.

Un intento fallido

Llevo más de 20 años en el mundo corporativo, así que conozco de despidos. Me han despedido, y es algo doloroso.

Mi experiencia favorita (en serio, pero sólo la veo así porque ya está en el pasado) es cuando fui analista financiero para una división de procesamiento de información en una compañía de Fortune 500.

El presidente había crecido laboralmente gracias a la organización de ventas. Aunque era un gran vendedor, sin duda no era bueno en su puesto de presidente.

El director informativo de la compañía estaba buscando en secreto tomar su puesto, y estaba usando información para lograrlo, obteniendo esos datos de mí. (¿Quién era yo para negar esos datos?)

Después de haber sido avergonzado en una reunión con esta información, el presidente llegó a mi oficina después de horas laborales, cuando no había nadie más alrededor. Gritó, maldijo y pataleó y me dijo mil veces que quería cortarme la cabeza.

Después de unos minutos de esto, me levanté y le dije que teníamos dos opciones: podíamos seguir con esta conversación siempre y cuando se mantuviera profesional, o podíamos seguir en el estacionamiento. Le dije que era su decisión, y yo estaba bien con cualquiera, pero que tenía que escoger con mucho cuidado porque una de las decisiones implicaría dejarlo ir con dos dientes menos.

Salió de mi oficina sin decir una palabra. Yo informé del incidente a Recursos Humanos, a mi jefe y al director financiero. Todos lo apoyaron, y una semana después me ofrecieron un generoso paquete de compensación y me pidieron que me fuera.

En ocasiones me pregunto si algunos de los miles de abusivos y lacayos corporativos que le permitieron esto harán fila para entrar al infierno, y también me pregunto de vez en cuando qué hubiera ocurrido si hubiéramos salido al estacionamiento. 

--Andrew, Omaha N.E.

Nota del editor: Fortune verificó la identidad de los autores. Algunos de ellos pidieron usar un seudónimo para proteger su identidad.

Traducción de Luz Noguez.

Newsletter

Únete a nuestra comunidad. Te mandaremos una selección de nuestras historias.

Publicidad

Publicidad