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Una caja llena de sorpresas, en Madrid

La metamorfosis de un inmueble industrial apuntala el corazón cultural de Madrid; con materiales de dos siglos, Jacques Herzog y Pierre de Meuron diseñaron La Caixa Forum.
mar 27 enero 2009 05:59 PM
Escalera principal: una cáscara de manzana en concreto blanco. (Foto: Caixa Forum)
La Caixa Forum (Foto: Caixa Forum)

Después del mediodía y en pleno verano, el sol de Madrid parece un enemigo a vencer, al igual que el recuerdo que llega en cada tren a la estación de Atocha por los atentados del 11 de marzo de 2004.

La memoria busca un descanso entre tantos mensajes y nombres visibles en las paredes acristaladas del monumento al 11-M. La incertidumbre está en cada paso; todos salen de forma apresurada y me concentro en recorrer las escaleras para volver a ver la luz y llegar hasta el Paseo del Prado, el epicentro cultural de España.

Con la renovación de esta zona de gran atractivo cultural que otorga la intervención para la nueva sede cultural de La Caixa Forum, realizada por los arquitectos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, el contexto urbano e histórico de la ciudad parece recuperar su encanto.

No es para menos. A unos pasos de La Caixa se localiza el Museo Nacional del Prado, el Naval de Madrid, el Thyssen-Bornemisza; un poco más al Este, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía -con la ampliación realizada por Jean Nouvel-; y en el camino se suma al ambiente (exclusivamente por el nombre) el Museo del Jamón, un icono gastronómico que hace eco al seducir el apetito de más de un peatón.

A menos de 300 metros, el edificio de La Caixa Forum ampara entre su sombra a un buen grupo de turistas. La calma regresa al ambiente y las sorpresas se multiplican y revelan: estamos frente a la renovación total de uno de los edificios históricos de mayor valor, la antigua Central Eléctrica del Mediodía, emblema de la arquitectura industrial proyectado a finales del siglo XIX por el arquitecto Jesús Carrasco-Muñoz Encina y el ingeniero José María Hernández.

En su mejor momento, el edificio de ladrillo rojo y estilo neomudéjar produjo electricidad, a partir de la combustión de carbón, para abastecer el sur del casco antiguo de Madrid. Sin embargo, a cien años de su inauguración -en 1901- estaba totalmente deteriorado.

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Tuvieron que reunirse la necesidad y la oportunidad, pues las salas de exposiciones de la Fundación la Caixa -pioneras en la difusión del arte moderno y contemporáneo de España-, incrementaban el número de visitantes año con año, desbordando ya las posibilidades logísticas a nivel espacial.

Siendo una institución muy seria en la difusión del arte, la Fundación la Caixa decidió que no bastaba una ampliación a manera de paliativo, sino que requería una nueva sede capaz de fusionar el pasado con la vanguardia contemporánea.

La misión se encargó al despacho de arquitectos suizos, Herzog & de Meuron, ganadores del Pritzker, que presentó la mejor opción para lograrlo.

Otro ladrillo en el muro
No es fácil imaginar lo que el viejo edificio conservaba como tesoro. Al empezar la restauración en 2003, tuvieron que desmantelarse tres calderas generadoras de vapor; tres motores horizontales de vapor de 120 caballos de fuerza (hp), construidos en Inglaterra; y tres antiguos dinamos de corriente, de 80 kW de la casa Oerlikon de Zúrich, Suiza.

Todo ello localizado dentro de las dos naves longitudinales -con cubiertas a dos aguas- soportadas por las losas de planta baja y el sótano, que a su vez transmitían este peso al terreno por medio de arcos de medio punto y pilares de sección cuadrada convirtiéndolo en un edificio estructuralmente eficiente.

Lo anterior estableció los parámetros para su intervención y se definió que la nueva superficie para albergar el programa arquitectónico concebido por Herzog & de Meuron cambiaría, de 2,000 m2 de la central antigua, a 10,000 m2 disponibles en un nuevo concepto que generara un nítido referente visual en la arquitectura
madrileña.

Lograr el objetivo implicó la restauración de más de 40,000 ladrillos de los 115,000 que conforman el edificio, así como el desprendimiento de las fachadas para liberarlas de su cimentación original, estabilizar cada una de ellas e izarlas para generar una planta baja libre, a partir del uso de bastidores metálicos.

Los bastidores forman parte de un sistema estructural integrado por vigas de acero y concreto más losas de entrepiso soportadas por sólo tres apoyos verticales que alojan los elevadores, el montacargas, la escalera principal y la de emergencia, en el extremo de la plaza.

La plaza, con una superficie de 2,500 m2 es al mismo tiempo una ampliación del paseo peatonal caracterizado por su pendiente ascendente.

Partiendo plaza
En el exterior los cambios son paulatinos, pero perfectamente definidos: la primera zona está totalmente al descubierto en el mismo nivel del Paseo del Prado; la segunda se genera bajo el edificio cubierto; la tercera, corona la pendiente mayor y es la extensión que colinda con la Calle Gobernador, nuevamente al aire libre.

Este recorrido no deja de lado la idea de la fusión tierra-arquitectura: cada paso que uno da permite descubrir el trazo geométrico triangular dispuesto en el firme de concreto que se relaciona con el sistema estructural, forrado en totalidad con paneles metálicos que parecen trepar desde el piso hasta la primera losa.

Esta misma idea se mantiene en las dos fuentes ornamentales que enriquecen la plaza pública. Una de ellas, oblonga y con cortes en sus aristas se extiende a lo largo más de 33 m con un ancho de 1.20 m en forma de "L" por las calles Alameda y Almadén.

La otra está formada por un salto de agua de cuatro metros de altura situada junto al jardín vertical que limita el predio contiguo. Éste, a diferencia de las falsas pretensiones que anuncian un principio de "muro verde", lo es en todo el sentido de la palabra: Patrick Blanc, doctor en Botánica e investigador del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) de París, lo diseñó bajo el canon de que "las plantas no necesitan tierra, sólo agua, minerales, luz y dióxido de carbono".

A partir de esa máxima, él construyó el primer jardín en su tipo instalado en España, con una superficie vegetal de 460 m2. El jardín vertical dibuja un impresionante tapiz natural, formado por 15,000 plantas de 250 especies adaptadas al ambiente local. Este elemento es soportado por perfiles tubulares que crean una capa de aire que actúa como un sistema de aislamiento térmico y acústico, sobre la cual es instalado PVC expandido para rigidizar la estructura y hacerla impermeable.

Una vez lista la base, se colocó una manta doble de fibras sintéticas fijada al PVC y con esto se configuró el diseño colocando las plantas en el fieltro en una densidad, no mayor a 30 piezas por cada metro cuadrado, para que las raíces crezcan a lo largo de ella.

La funcionalidad y la permanencia, la otorga una red de tuberías de goteo, alimentada por una bomba de agua y nutrientes que permiten suministrar el líquido desde la parte superior del muro, de tal forma que el excedente sea capturado por una canaleta ubicada en la base para su reutilización. Todo este sistema tiene un peso inferior a los 30 kg/m2.

Desdoblar la arquitectura
Recorrer la escalera zigzagueante del acceso permite esbozar una idea del interior: materiales inusuales, espacios diáfanos y texturas que intrigan por su atrevimiento, llevan al límite el contraste en cada espacio.

Mientras el vestíbulo, la tienda y los servicios mantienen un carácter metálico con la iluminación aparente y dos ventanas que se abren a la plaza, las salas de exhibición y el centro educativo se expanden sólo con el color blanco, la lisura de sus muros, el piso terrazo de mármol triturado, cemento, y resina epóxica en los dos niveles superiores, al igual que la escalera que conecta todo el edificio, el elemento más fotografiado por su perspectiva continua.

En el último nivel, la cafetería, el restaurante y las oficinas son coronadas
por 4,500 placas de cobre perforado, que delinean un grupo de crestas truncadas de característico color óxido y rinden homenaje al perfil de los edificios aledaños, respetando una altura máxima de 27 m para no impedir la iluminación natural. La cubierta adquiere, sin más, un carácter escultórico; al interior la visual reticulada es un agradable filtro solar.

Finalmente, en el primero de los sótanos se ubican los talleres, cuarto de máquinas, aulas, salas de conferencias y la primera sección del vestíbulo del auditorio que se extiende al segundo sótano, bajo la plaza, para alojar camerinos, estacionamiento privado y 311 asientos favorecidos por la acústica y la isóptica proyectadas.

El recorrido termina. La risa de quienes miran un filme de Charles Chaplin puede escucharse hasta la plaza. De vuelta al sol el impacto es tan grande que hace imposible imaginar que un día esto fue duramente sacudido.

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