El error en la lucha contra el narco
Taxistas del aeropuerto de Apodaca, familias y trabajadores de Monterrey saben que hay que reducir al máximo los viajes a Reynosa, sobre todo después de la cinco de la tarde, y asisten al combate frontal del ejército y la marina contra el narcotráfico, como espectadores de una pesadilla que transformó su manera de vivir y vulneró su seguridad. Como ellos los habitantes de Michoacán, Zacatecas, Veracruz, Morelos y por supuesto los del noroeste y toda la frontera, dejaron de ver al narco como algo aislado y enraizado en el ámbito rural. Porque hoy está en el camino a su casa, en el municipio de al lado o en el suyo. Lo severo del cambio de los años 90 a la fecha es que se ha profundizado en el imaginario social la idea de que es una vía de enriquecimiento rápido y de garantía de impunidad para nuevas generaciones de jóvenes, tanto en el campo como en la ciudad, hasta para sectores que habían permanecido al margen, como lo demuestra el informe de de Inmujeres que registra un aumento del 400% entre las reclusas ligadas al narco en los últimos cinco años.
Es un problema mayor: en febrero pasado Ricardo García Villalobos, presidente del Tribunal Superior Agrario, denunciaba que en el 30% del campo mexicano convivía cultivos tradicionales con los del narcotráfico.
Son los narcos quienes proporcionan el financiamiento rural y su impacto es de aproximadamente 6 millones de hectáreas, el equivalente a los distritos de riego del país. Y lo hacen en la base de la pirámide, en el espacio a donde antes llegaban las políticas de fomento a la producción agropecuaria, ahora concentradas en su segmento medio "productivo"del, como lo demuestra el patrón de Procampo, en concordancia con los políticas de adelgazamiento del Estado del modelo neoliberal.
El presidente Felipe Calderón en su comunicación nacional reciente explica lo que está haciendo el gobierno federal al respecto y señala como una de las causas las condiciones de pobreza de amplios sectores, pero en la estrategia solo destacan las acciones de táctica y estrategia armada.
La sociedad está ausente. No hay un papel que se nos asigne en esta lucha contra el crimen organizado. Y eso es una gran carencia, que puede verse a la luz de las experiencias internacionales con problemas similares, como lo fueron y siguen siendo el combate a la mafia en Sicilia, Nápoles, y al narco en Colombia. Ninguna de esas estrategias excluyó a la sociedad. Desde las iglesias, las organizaciones de madres, la sociedad civil, el desmantelamiento de la redes del narco fue acompañados por una sociedad participativa, que sacó valor del miedo y se sumó a la acción de la justicia.
En la estrategia del presidente falta esta pieza fundamental, la sociedad que hoy asiste con horror a las consecuencias de la lucha contra el narcotráfico, pero sin los mecanismos seguros, accesibles y reales con los que pueda colaborar.
Todos aquellos que no viven en megaciudades saben dónde y muy probablemente quienes son los distribuidores, los habitantes de los fraccionamientos más exclusivos saben a dónde están las casas de los narcos, algunos asisten a sus fiestas, mucha información está a la vista de personas que no quieren verse involucradas en actividades ilícitas, pero que no cuentan con mecanismos de entrega de información seguros, pues es de todos sabido también el alto nivel de infiltración del crimen organizado entre las policías locales, estatales y federales.
Para un combate real al narco es necesario también que las políticas públicas vuelvan a enfocar a los problemas de la base de la pirámide, tanto en el campo como en la ciudad, tal vez a contracorriente de lo que dicta el modelo neoliberal de hacer al Estado más delgado, menos caro; pero no está siendo muy caro, como efecto de la marginación, la carencia de oportunidades, el lamentable estado de la educación básica y secundaria.
Es mucho más caro dejar que se deterioren las condiciones de grandes sectores de la sociedad y el costo es que el crimen organizado encuentra tierra fértil en el abandono del Estado. Es necesario que el Estado vuelva a encabezar el desarrollo rural de los "menos productivos", con políticas públicas no proteccionistas, pero sí de desarrollo, así como el de los amplios sectores urbanos, fundamentalmente de jóvenes, para romper la base social del narco, algo que las balas nunca alcanzarán.
La autora es profesora investigadora de la División de Ciencias Sociales y Humanidades del Tecnológico de Monterrey Campus Estado de México.