Bin Laden fue asesinado, no martirizado
Nota del Editor: Parag Khanna, ex asesor de las Fuerzas de Operaciones Especiales estadounidenses en Afganistán, es miembro de la Fundación New America y autor de “Cómo dirigir al mundo” (Random House, 2011).
(CNN) — En la década después del 9/11, muchos líderes de alto rango y operadores de Al-Qaeda han resultado muertos en Iraq , Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia o otros lugares, sin embargo, estos países permanecen frágiles en el mejor de los casos y colapsados en el peor.
Para que el asesinato de Osama bin Laden se convierta en un punto de inflexión más que una victoria pírrica, la narrativa del evento debe alejarse de tonos retóricos sobre “guerra de ideas” o “lucha por el alma del Islam” hacia un llamado más neutral y universal hacia un estado de derecho global.
El presidente Obama usó el tono correcto en su declaración de la noche del domingo en el sentido de que “los Estados Unidos no están – y nunca estarán – en guerra con el Islam… Bin Laden no era un líder musulmán. Era un asesino en masa de musulmanes”. Bin Laden fue asesinado por sus atrocidades criminales, no martirizado.
Que fueran agentes antiterrorismo estadounidenses los que condujeran el asesinato en el suelo soberano de un país extranjero es una señal aún más importante. Muchos ven el asesinato de delincuentes como una violación a la inmunidad soberana e incluso “actuar como Dios”, un derecho que ninguna nación puede adjudicarse a sí misma. Esto es falso. Es un poderoso símbolo de nuestra evolución colectiva que perpetradores individuales sean perseguidos por sus crímenes en lugar de que sociedades enteras sean castigadas en guerras.
En la década pasada, la ley internacional ha evolucionado de tal manera para justificar este tipo de intervenciones directas, si tan sólo pudiéramos actuar más rápidamente entre el pantano de protocolos y deliberaciones que hemos inventado. La Corte Criminal Internacional que supervisó el juicio del criminal de guerra serbio, Slodoban Milosevic, ha enjuiciado a líderes de estado como Omar Bashir de Sudán. La doctrina de Responsabilidad para Proteger (R2P), ratificada en 2005 por la Asamblea General de la ONU, inicia un proceso para determinar si la comunidad internacional puede ser obligada a intervenir para prevenir crímenes en contra de la humanidad. El principio central detrás de estas instituciones y tratados es que la soberanía es una responsabilidad, no un privilegio. Esto aplica no sólo a dictadores y terroristas fugitivos, sino a gobiernos que les dan refugio.
No es un secreto que Osama bin Laden estaba escondido a plena vista en varias localidades de Pakistán en la última década. Mientras algunos han argumentado que debió comunicarse que esta operación había sido dirigida por fuerzas pakistanís o por miembros descontentos de Al-Qaeda, lo cual hubiera librado al ejército de Pakistán de tener que contestar las difíciles preguntas que ahora encara. En lugar de ello, esta operación ha enviado un claro recordatorio a varios estados porosos y mal gobernados que sirve de refugio a terroristas y a criminales en el sentido de que otros extenderán la ley dentro de su territorio si ellos mismos no lo hacen.
Estamos viviendo otra prueba de esta situación en Libia. Si Moammar Gadhafi hubiera sido asesinado en un ataque aéreo o redada a dos días de que Benghazi cayese en manos de las fuerzas rebeldes, sus propias tribus ciertamente se hubieran desmoralizado y se hubieran visto comprometidas. Sin embargo, Libia hoy es un lugar de pequeñas masacres; el término “punto muerto” es un eufemismo para la barbarie diaria a manos de Gadhafi . Sólo toma un sentido común utilitario para determinar el curso de acción más inteligente.
Los argumentos contra asesinatos políticos se apoyan en un compromiso demasiado legalista con la soberanía y un inapropiado miedo a represalias. Es precisamente la ley humanitaria internacional la que justifica intervenciones desde Kosovo hasta Timor Oriental, así como el asesinato de personajes como Osama bin Laden.
Para que avancen nuevas normas, las viejas deben desaparecer. Asimismo, la presunción de que líderes de Occidente serán ahora blancos en represalia, desatendió a muchos grandes ataques terroristas que han ocurrido en las naciones de Occidente desde el 9/11 y ciertamente, también amenaza a los líderes de Estado. Los terroristas no han necesitado la muerte de bin Laden para justificar sus ataques, aunque así lo intenten en el futuro.
Es un sentido de excepcionalidad la que convence a grupos radicales de que sus acciones están moralmente justificadas. Entonces, lo que está en juego tras el asesinato de bin Laden es que no puede haber excepciones al estado de derecho. Entre más se articule este ángulo para llegar al nivel moral más alto en los años venideros, menos se extrañará a los malvados cuando ya no estén.