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OPINIÓN: Viviendo una división cultural en mi matrimonio 'mixto'

No es un secreto que hay divisiones entre latinos, pero no se habla del abismo que existe entre los mexicanos y los mexicano-estadounidenses
vie 08 julio 2011 07:28 AM
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Nota del Editor: Ruben Navarrette Jr. es colaborador de CNN.com, columnista independiente reconocido a nivel nacional y comentarista de NPR.

SAN DIEGO, California (CNN) – Yo tengo un matrimonio mixto. Mi esposa es mexicana y yo soy mexicano-estadounidense.

Pensarías que no hay mucha diferencia entre ambos, pero estarías equivocado. Compartimos la misma etnicidad, pero nacimos en países distintos. Eso hace toda la diferencia. Nuestra historia es un recordatorio de lo complicado que puede ser la identidad cultural en este país.

Según el censo 2010, alrededor de 50.5 millones de latinos viven en Estados Unidos , representando el 16 % de la población. Cerca de dos tercios de esos 50.5 millones –alrededor de 34 millones de personas– son mexicanos o mexicanos-estadounidenses.

No es un secreto que hay divisiones entre los latinos. Los mexicanos y mexicano-estadounidenses tienen poco en común con los cubano-estadounidenses, puertorriqueños, dominicanos, brasileños, etc.

Pero lo que normalmente no se dice es el abismo que hay entre los mexicanos y los mexicano-estadounidenses.

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Bien, pues sí se habla de ello en nuestra casa. Mi esposa es una inmigrante legal que llegó a Estados Unidos siendo una niña y se convirtió en ciudadana estadounidense. Pero, en su corazón, ella se considera mexicana. Puedes sacar a la chica de Guadalajara…

Por mi parte, soy un mexicano-estadounidense y gringo muy patriota. Nací en Fresno, California, y mis padres también nacieron en Estados Unidos, veo al mundo con los ojos de un estadounidense.

Hasta nuestros gustos de comida son diferentes. Ella podría comer comida mexicana todos los días de la semana, mientras yo podría hacer lo mismo con hamburguesas y hot dogs. Incluso cuando nos ponemos de acuerdo en un tipo de comida, aún hay variaciones culturales en cómo se prepara.

Cuando crecí, mi idea de un taco era una cáscara dura con carne, lechuga, tomate y queso. Mi esposa se negaba a probarlo. Para ella, un taco es una pequeña tortilla de maíz con carne, cebolla y cilantro. Cualquier cosa distinta es incivilizada.

Pero en donde la diferencia cultural se hace evidente es cuando trato de transmitir mis valores y punto de vista mexicano. Cuando me subo al podio soy conocido por decir cosas que mi esposa considera totalmente ingenuas y ridículas.

Por ejemplo, cuando los mexicanos se quejan de un gobierno corrupto, yo me pongo jeffersoniano y digo: “Entonces, ¿por qué no simplemente la gente se organiza y lo cambia por un gobierno que sí funcione?”. Mi esposa me dice que no con la cabeza y agrega: “Eres muy estadounidense. Crees que todo es posible y que el cambio es fácil. Esto es México. La gente no tiene poder”.

Y no estoy solo. Tengo un amigo mexicano-estadounidense, quien estuvo un tiempo casado con una mexicana. Me contó historias similares. Cada que él decía algo que lo hacía sonar como el prototipo estadounidense, su esposa exasperada le decía: “¿Exactamente qué parte de ti era mexicana?

Irónicamente, mucho tiempo antes de que conociera a mi esposa, cuando crecía en California central, nunca me consideré otra cosa que no fuera mexicano. No un mexicano-estadounidense, sino la versión étnica abreviada, mexicano. Y con la misma importancia, la manera en que los demás me veían a mí y a la gente como yo. Los adultos se referían a la parte “mexicana” de la ciudad o hablaban del primer mariscal de campo “mexicano” de la secundaria o la primera reina “mexicana” del baile de graduación.

Años después, cuando fui aceptado en Harvard, molesto de que compañeros blancos me dijeran: “Si no fueras mexicano no te hubieran aceptado”.

No mexicano-estadounidense. Sólo mexicano.

Mis lectores hacen lo mismo. No hace mucho, uno me acusó de dar la bienvenida a la “invasión mexicana… porque eres mexicano”.

Está bien, soy mexicano. Igual que mis amigos de Boston que se consideran irlandeses, mis amigos de Nueva York que se consideran italianos y como mis amigos de Fresno que no se autodenominan armenios.

Superbien. Entonces soy mexicano, ¿cierto?

Pues no, me dice mi esposa. Mal, mal, mal. Para ella, soy un estadounidense, tan simple como eso. Nacido y criado en Estados Unidos, ¿cómo podría ser otra cosa?

Ella es la mexicana. Ella vino a Estados Unidos con su madre y tres hermanas cuando tenía 9 años. Posteriormente, regresó a México para cursar dos años de preparatoria y se quedó sus cuatro años de universidad antes de regresar a Estados Unidos para estudiar un posgrado. Además de hablar inglés con fluidez, ella habla, lee y escribe español a un gran nivel que yo nunca podría alcanzar.

“¿Cómo podrías tú ser mexicano?”, me pregunta. “Si fueras a México y te identificarás así, la gente se reiría. Te preguntarían de qué parte de México eres y esperarían que les respondieras con un español perfecto y sin acento”.

Tiene razón. Es como el viejo dicho de que un mexicano-estadounidense es tratado como estadounidense en cualquier parte del mundo menos en Estados Unidos y como mexicano en todos lados menos en México.

Mi esposa señala que yo no nací en México, ni mis padres. Mi abuelo vino proveniente de Chihuahua de manera legal durante la Revolución Mexicana, pero es el único de mis abuelos que nació más abajo del Río Grande. Mis otros tres abuelos eran texanos de ascendencia mexicana.

Sin embargo, he pasado mi vida sintiéndome demasiado mexicano para ser 100 % estadounidense y demasiado estadounidense para ser 100 % mexicano.

Esta crisis de identidad es una vieja historia. En su mayoría, los mexicano-estadounidenses –unos 20 millones en este país– no están seguros de quién o qué son. Apostaría a que la mayoría de nosotros nos sentimos principalmente estadounidenses. Y sin embargo siempre hay algo que nos hace sentir ciudadanos de segunda clase. Como por ejemplo, en Arizona.

Algunas veces tras alguna discusión en la cual mi patriotismo florece, mi esposa extiende sus brazos y me dice: “Y dices que eres mexicano. ¿Qué tipo de mexicano eres?”

Y siempre le respondo: “Del tipo estadounidense”.

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