OPINIÓN: Debemos recuperar las calles en Londres
Nota del editor: Symeon Brown es un activista y comentarista de temas sociales de Tottenham, al norte de Londres. Es cofundador de Haringey Young People Empowered, un grupo que apunta a mejorar las relaciones de los jóvenes y la comunidad, y a brindarle a los jóvenes un espacio en el proceso democrático.
Londres (CNN) — El sábado por la noche aprendí vía Twitter y mensajes de texto que la marea de la historia subía de nuevo en Tottenham.
Me dijeron que Tottenham estaba bajo fuego y que volvían a abrirse las viejas heridas del sectarismo entre ciertos grupos de la comunidad y la policía.
Me dirigí a la línea del frente y observé, con mis propios ojos, años de arduo trabajo siendo consumidos por las llamas.
Muchos avances se han hecho desde los disturbios de Boradwater Farm. Sin embargo, el recuerdo de la guerra nunca ha sido algo que fácilmente se olvide.
Los disturbios de Broadwater Farm son sólo un recuerdo, sin embargo, son más importantes los recuerdos de abuso desproporcionado por parte de la policía , y algunos casos de muertes realizadas por estas fuerzas del orden público.
Las muertes de Kingsley Burrell bajo la custodia de la policía en las Wast Midlands, del cantante de reggae Smiley Culture tras un allanamiento policiaco en su casa, y el video que muestra a Jody McIyntyre ser arrastrado desde su silla de ruedas y golpeado con un bastón durante las protestas estudiantiles han sacado a flote los recuerdos de agresiones de la policía de los años ochenta, y con ello han surgido cuestionamientos sobre la legitimidad de los cuerpos policiacos.
Para ciertos sectores de la comunidad de Tottenham, el asesinato de Mark Duggan a manos de policías la semana pasada es la “réplica 2011” del asunto de Cherry Groce y Cynthia Jarret. El asesinato de Cherry Groce por la policía llevó, en 1985, al disturbio de Brixton. La muerte de Cynthia Jarret, de 49 años, mientras era buscada por agentes de la policía, desembocó en los disturbios de Broadwater Farm, el mismo año, durante los cuales el policía Keith Blakelock fue hecho trizas con un machete.
Un disturbio es algo más que el lenguaje de los que no son escuchados, es el retiro de su consentimiento al Estado, su policía y sus sistemas. Esto no puede ser más evidente al ver a un puñado de chicos quemar las viviendas de cientos de personas.
Los cuestionamientos de la legitimidad de la policía fue lo que dio lugar a los disturbios de Tottenham, sin embargo, en un año de protestas mundiales esto ha mutado en un acto masivo de destrucción y desobediencia civil por un grupo que ha existido bajo la superficie británica desde ates que la palabra “excluido social” se pusiera de moda.
A menudo, “excluido social” ha sido una frase común para aquellos marginados que cuentan con sus propias reglas, códigos y jerarquías, y cuyas expectativas de ajustarse al lenguaje democrático están estropeadas.
Su lenguaje no es el de políticas y manifiestos.
Aunque producto de nuestra cultura consumista, ellos no tienen vínculo alguno o gusto de identificarse con este tipo de sociedad; no tienen intereses, por lo tanto no tienen nada que perder.
Un juicio moral es fácil de hacer; “están equivocados, la gente sufre, son unos egoístas, escorias”, sin embargo, utilizamos un sistema al cual esos chicos no se ajustan.
Existen debates sobre reformas sociales, ciudadanía y capital cultural que tanto liberales como conservadores son culpables de todavía no tenerlos.
En Tottenham contamos con una fuerte tradición de activismo y debemos ceñirnos a esta tradición si queremos reconstruir nuestra comunidad ladrillo por ladrillo.
Aunque hayamos perdido edificios e importantes lugares que fueron parte de la herencia de Tottenham, el espíritu que en 1985 vio sobreponernos a las muertes de Cynthia Jarret y PC Blakelock es todo lo que tenemos.
Nuestro verdadero poder es el poder de la gente; debemos recuperar las calles.
Llegó el momento para una reflexión nacional sobre cómo nuestra sociedad produce tales matanzas y también para hacer un llamado a la paz y a la acción local.
Cuando observé a Londres arder, era clara la necesidad de que interviniera la policía; una buena y responsable policía, unida con su comunidad.
No podemos permitirnos el estar divididos entre nuestro dolor, búsqueda de justicia, y la unidad que recubre cada uno de los aspectos de nuestra comunidad, desde nuestros grupos de base, empresarios, políticos y policías.
La policía necesita de nuestro consentimiento, y la comunidad necesita buena policía, porque durante la noche en que ardió Tottenham, todos los civiles se necesitaban mutuamente.