OPINIÓN: Es desagradable comparar al Tea Party con terroristas
Nota del editor: John P. Avlon es colaborador de CNN y columnista político para el Daily Beast. Es autor de Wingnuts: How the Lunatic Fringe Is Hijacking America.
(CNN) — El ciclo de provocaciones continuó la semana pasada con demócratas frustrados por el acuerdo por el techo de deuda equiparando al Tea Party con terroristas a sólo unas cuantas semanas del décimo aniversario del 11 de septiembre.
Es una comparación fea e inaceptable, especialmente viniendo –como fue– después del regreso triunfal de la legisladora Gabrielle Giffords al Congreso tras haber recibido un disparo en Tucson el pasado mes de enero.
El instinto de recaudar fondos a partir del alarmismo también se desplegó en tiempo récord mientras la esperanza presidencial republicana, Michele Bachmann –quien no es ajena a la política de la provocación– envió un correo electrónico que decía: “Los demócratas han caído aún más bajo. Esta tarde, el vicepresidente Joe Biden presuntamente encabezó una reunión del Congreso donde los miembros del Tea Party fueron etiquetados como terroristas”.
Biden fue falsamente implicado en los reportes iniciales y en el programa Face the Nation de CBS, Biden señaló: “Lo que ocurrió fue que algunas personas dijeron que se sentían como apresados por terroristas… Nunca dije que ellos fueran terroristas o que no lo fueran, simplemente los dejé ventilarse”. Y agregó: “Dije que aún si ese fuera el caso, cuando ya has abordado y pagado la deuda, y nos sentamos a discutirla, las armas nucleares se han retirado de las manos de cualquiera”.
En el mismo período, el novato columnista del New York Times, Joe Nocera, publicó una nota –“The Tea Party's War on America”– enfocada en el mismo tema.
Entre sus declaraciones más explícitas estuvo: “Los republicanos del Tea Party pueden dejar a un lado sus chalecos suicidas”. El viernes se disculpó en una columna.
Hablar de debates de “sabotaje” es una parte aceptable del discurso político, una intensa metáfora para una minoría que asume el control de todo el barco del Estado.
Extendiendo esto a comparaciones con terroristas –quienes por definición matan a civiles inocentes– es ir demasiado lejos. Los conservadores tenían razón en molestarse por la relativa baja escandalización de los medios por estas declaraciones que pudieron haber sido ampliamente cuestionadas si hubieran surgido de un mítin populista conservador.
En este caso, fue fascinante ver cómo el debate descendió a comparaciones con tácticas terroristas: “Tratando de salvar al mundo como lo conocemos hoy” (esa fue Pelosi) y “Sándwiches satánicos” (no tengo idea de que sea esto). Después de todo, esta era una discusión política sobre la deuda; una pelea por el financiamiento, aunque con la posibilidad de caer en moratoria al acecho.
James Piereson, catedrático del Manhattan Institute y autor de un libro sobre John F. Kennedy y el liberalismo estadounidense, me dijo: “La retórica fuera de control dirigida en contra del Tea Party es verdaderamente extraña, especialmente por el hecho de que fue provocada por un complejo debate presupuestal que pocos estadounidenses entienden, incluyendo a aquellos que utilizan términos como terrorista y Yihad. Salidas de tono temperamentales y la utilización de calificativos rara vez ayudan a progresar y al desarrollo de políticas buenas”.
Tiene razón. Pero el ciclo irritable de calificar a adversarios políticos como enemigos personales y demonizar a la gente que no está de acuerdo contigo ha proliferado junto con la polarización ideológica de los dos partidos.
Hablar de intenciones apocalípticas del bando contrario se ha hecho parte del discurso y la conversación política nacional, impulsados por medios de comunicación parciales.
Con ello, ha venido una tendencia dominante a perdonar o ignorar declaraciones extremas que se emiten desde tu bando. El razonamiento parece ser “ellos pueden estar locos, pero son nuestros locos”, acompañado de un guiño o asentimiento con la cabeza.
Particularmente Michele Bachmann ha hecho del ciclo de provocación un recurso redituable, haciendo política con reglas de tertulias donde nada se considera demasiado radical. Algo que forma parte del repertorio de Bachmann es advertir sobre la determinación del presidente de imponer la “tiranía” y “esclavitud” en el pueblo estadounidense. Este alarmismo le ayudó a recaudar 13.5 millones de dólares en activismo a nivel nacional, mientras jugaba la carta de la víctima cada que se le llamaba la atención por sus tácticas.
Tanto Michel Bachmann como la presidenta del Comité Nacional Democrático, Debbie Wasserman-Schultz, utilizaron el término “dictador” para describir a sus adversarios políticos el mismo día la semana pasada.
Ambos deslices pasaron casi desapercibidos en este ambiente.
Las comparaciones con terroristas han estado presentes desde la campaña del 2008, cuando –por citar un ejemplo– el congresista por Iowa Steve King declaró: “Si Obama es electo como presidente, entonces los islamistas radicales, al-Qaeda y sus partidarios estarán bailando en las calles en mayores cantidades que cuando lo hicieron el 11 de septiembre”.
Sarah Palin declaró en la campaña del 2008 que Obama estaba “saliendo con terroristas”, refiriéndose a su relación con Bill Ayers, pero las repercusiones fueron mucho menores.
Cuando se trata de utilizar el alarmismo como política, recordamos a Palin elevando el espectro de los “páneles de muerte” del gobierno que sentenciarían a tus padres e hijo a ejecución, lo cual sigue siendo una bajeza memorable.
Pero la indignación conservadora por la reciente retórica “Tea Party= terroristas”, también parece estar matizada con una sensación de satisfacción en busca de hipocresía. Después de todo, el presidente Obama y los demócratas fueron los que exhortaron a un “nuevo tono” tras el ataque contra Gabby Giffords , un llamado a la civilidad que fue objeto de burlas en las tertulias mediáticas derechistas. Por ejemplo, Rush Limbaugh, quien tras el tiroteo contra Giffords anunció que “la civilidad es la nueva censura” y ahora atajó la noticia de los comparativos de los demócratas de manera sarcástica: “¿Dónde está la civilidad?”.
Esto es, por supuesto, el hombre que llama al presidente Obama “el niño imán”. Detrás de la indignación parecía haber una confirmación de que esta es la manera en que la política se lleva a cabo en la práctica y que las aspiraciones de civilidad son ingenuas en el mejor de los casos, que es momento de aceptar que el juego sensacionalista es lo normal en estos tiempos.
Entonces, ¿este ciclo de provocaciones terminará? Sólo si los republicanos y demócratas responsables hacen frente a los radicales de sus partidos.
El padrino del movimiento conservador moderno, William F. Buckley Jr., quien se enfrentó al fundador de la John Birch Society, Robert Welch, después de que publicara un libro afirmando que el Presidente Eisenhower fue un espía soviético.
Entendió que al final, los extremistas eran el peor enemigo de su propio bando y que ataques desquiciados eran contraproducentes para el movimiento que estaba tratando de construir.
Pero en nuestros tiempos, rara vez vemos que estas muestras de valentía sean recompensadas. En lugar de ello, enfrentarse a los extremos de tu propio partido normalmente es recibido con acusaciones acaloradas de deslealtad. Esto es parte de lo que ocurre con la polarización, los límites empiezan a ser borrosos con la base. El impulso de jugar con el común denominador más bajo y complacer intereses específicos empieza a desplazar el interés nacional.
Necesitamos reiniciar la política estadounidense, y eso sólo pasará cuando los demócratas y republicanos estén dispuestos a denunciar declaraciones extremistas y a polarizadores profesionales de su propio bando.
Esta no es evidencia de una equivalencia moral. Es un intento de claridad moral.