OPINIÓN: Una década de terror desde los ataques del 11-S (parte 1)
Nota del editor: El autor es politólogo e internacionalista. Miembro del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales, profesor universitario y coautor de los libros Same Sex Marriage in the Americas, ¿Qué es Estados Unidos? y Ciudadanos.Mx: Twitter y cambio político en México. Su twitter es @genarolozano .
CIUDAD DE MÉXICO (CNNMéxico) — Pocos sucesos internacionales pueden captar la atención y transformar la vida de millones de personas en todo el mundo. Los ataques terroristas contra Estados Unidos del 11 de septiembre del 2001 tuvieron y siguen teniendo ese efecto global y el sistema internacional sigue resintiendo el impacto de esa fecha que podría haber marcado el verdadero inicio del siglo 21.
Para entender ese impacto, los efectos del 11 de septiembre pueden dividirse en dos niveles: el de la política doméstica, referente a Estados Unidos, y el de la política internacional, referente a la diplomacia global y las instituciones multilaterales. Además se requiere una valoración en torno a lo que significó la salida de Bush de la Casa Blanca y una cuarta parte en la que se observen las implicaciones del 11 de septiembre para el mundo árabe.
Un timonazo para Estados Unidos
George W. Bush llegó a la presidencia de Estados Unidos un 20 de enero del 2001 luego de una elección presidencial altamente cuestionada por la confusión en los resultados de los votos en Florida y por la decisión de la Suprema Corte de Justicia de terminar con el recuento en ese estado y de nombrar a Bush presidente. Así, con una crisis de legitimidad, con un país polarizado, Bush inició su mandato con promesas de enfocarse en política interna y de administrar la bonanza económica que crearon los ocho años de Bill Clinton. En ese momento, sus prioridades en política interna eran: unir al país después de la elección, avanzar una reforma migratoria, reducir los impuestos, creación de empleos, una reforma al sistema de Medicare y de seguridad social, entre otros.
La organización Al-Qaeda y Osama bin Laden eran enemigos declarados de Estados Unidos desde que se atribuyeron los ataques contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania en 1998, pero no se percibía una mayor amenaza terrorista y a la seguridad nacional estadounidense a inicios del 2001. El 11 de septiembre significó un súbito cambio de prioridades. Los ataques contra el Pentágono y las Torres Gemelas evidenciaron las fallas de un sistema de inteligencia sin coordinación y que respondía al contexto de la Guerra Fría. Bush inmediatamente se convirtió en un presidente en tiempos de guerra y ordenó la mayor reestructuración del gobierno federal en tiempos modernos con la creación del Departamento de Seguridad Interna, que agruparía a unas 22 agencias ejecutivas.
La separación de poderes y los pesos y contrapesos ideados por los llamados padres fundadores de Estados Unidos se relajaron con la guerra contra el terrorismo . El Congreso cedió parte de sus poderes al presidente Bush y maniatado aprobó la llamada Acta Patriota en octubre del 2001, redactada por los abogados de la Casa Blanca. La política estadounidense se concentró en el Poder Ejecutivo y Estados Unidos entró en una dictadura constitucional, como la llamara el académico presidencial Clinton Rossiter, o de una presidencia imperial, el añejo y conocido argumento de Arthur Schlesinger Jr.
La seguridad y el combate al terrorismo se convirtieron en la prioridad y en el sello de la política interna de Bush. Un Estados Unidos más seguro y un comandante en jefe eficiente fueron los ejes rectores también de la política electoral. El discurso del miedo y la paranoia marcó la contienda presidencial del 2004. Bush fue reelecto para un segundo mandato y la política interna siguió dominada por el terrorismo por otros cuatro años más.
Política exterior
El académico Ivo Daalder es uno de los autores que más se ha enfocado en analizar las implicaciones del 11 de septiembre en materia de política exterior. Al respecto, Bush llegó como un presidente obsesionado con el hemisferio occidental. Como gobernador de Texas, su única experiencia en política exterior había sido la relación bilateral de su estado con México. Por ello, al inicio de su presidencia, la política exterior de Bush estaba dirigida hacia mejorar la relación con México, y de manera indirecta con toda América Latina .
Las expectativas en la región se levantaron. Los gobiernos de Colombia y Perú pronto vieron posibles un acercamiento con Washington para negociar un acuerdo de libre comercio. México, en palabras de Vicente Fox y de Jorge Castañeda, esperaba y demandaba de Bush la “enchilada completa” de un acuerdo migratorio y un TLCAN plus que incluyera el libre tránsito de ciudadanos mexicanos, estadounidenses y canadienses, un sueño de estilo europeo que nunca se concretó.
Las Torres Gemelas cayeron y con ello se evaporó la atención de Bush hacia América Latina. La democratización forzada del Medio Oriente inició el 7 de octubre del 2001 con la Operación Libertad Duradera para terminar con el régimen talibán en Afganistán y pronto el régimen de Saddam Hussein en Iraq se convertiría en la obsesión de los halcones neoconservadores que acompañaban a Bush en su gobierno.
Tras del fin del régimen talibán, el equipo de Bush se enfocó en demostrar que Saddam Hussein era una amenaza para la seguridad y la paz internacionales. Así pronto empezaron unos largos meses de negociaciones en el Consejo de Seguridad de la ONU. El equipo de Bush pedía la autorización de ese órgano multilateral para obligar a Hussein a permitir el acceso de inspectores de Naciones Unidas para revisar que Iraq no tuviese un programa de armas de destrucción masiva. Hussein accedió, un equipo de inspectores, comandados por Hans Blix, ingresó a territorio iraquí y concluyó que tales armas no estaban ahí.
Bush, desesperado, acusó al régimen de Hussein de dar cobijo a terroristas de Al-Qaeda y de tener las armas que la ONU no encontró. Colin Powell, entonces titular de la diplomacia estadounidense, hizo el ridículo internacional al desdecir el informe de Blix en el Consejo de Seguridad de la ONU en febrero del 2003, llevando como “prueba” unos tubos de ensayo con un polvo blanco, a modo de ántrax. La paciencia de Bush con las instancias multilaterales llegaría pronto a su fin.
Un mes después, un 16 de marzo del 2003, Bush viajó a las islas Azores a una cumbre trilateral con sus dos aliados incondicionales: el británico Tony Blair y el español José María Aznar. De la reunión salió una advertencia al sistema multilateral: Saddam Hussein era una amenaza a la seguridad internacional y Estados Unidos quitaría al líder iraquí con o sin el apoyo de las Naciones Unidas. Tres días después, un 19 de marzo, los primeros misiles Tomahawk, lanzados desde el Golfo Pérsico y desde el Mar Rojo, empezarían la campaña militar Libertad para Iraq que terminó con el régimen de Hussein en 21 días .
La operación unilateral estadounidense minó el prestigio de la ONU a nivel internacional y causó una desconfianza, aún mayor, de las instancias multilaterales y su capacidad para detener los conflictos armados por un buen rato. La incapacidad del Consejo de Seguridad de mantener a Estados Unidos en la línea del derecho internacional por la invasión a Iraq, se convirtió en un duro golpe para la credibilidad y el liderazgo del ex secretario general de la ONU, el sudafricano Kofi Annan.
Las opiniones expresadas en esta columna son únicamente las de Genaro Lozano. La segunda entrega de ella será publicada el viernes 9 de septiembre.