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OPINIÓN: Violencia, cifras y guerra psicológica

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mar 20 septiembre 2011 04:40 PM
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Nota del editor: El autor es Internacionalista y profesor del departamento de Estudios Internacionales de la UIA desde 1993. Maestro en estudios humanísticos. Candidato a doctor en Políticas Públicas y Administración con especialización en Terrorismo, Mediación y Paz.

Su Twitter es @maurimm

(CNNMéxico) — Ante todo somos seres humanos. Por ello no nos es fácil comprender el nivel de violencia al que se está llegando. En ocasiones nos parece que se trata de una cuestión de incremento en la frecuencia de los hechos y por ello recurrimos a los números y a los datos. Pareciera, sin embargo, que hay que complejizar nuestro entendimiento de esta situación.

Llevamos meses en el país discutiendo en torno a las cifras de homicidios por cada 100,000 habitantes, y el aumento estadístico que este indicador tiene en los últimos años. Se escucha toda clase de argumentos alrededor de estos datos. Hay quien los utiliza para mostrar cómo es que en México la situación no está tan mal como aparenta debido a que tenemos números en promedio muy inferiores a los de otros países como Brasil o Colombia, y que por tanto nos encontramos ante un fenómeno de percepción. Otros analistas han explicado la relación que existe entre el lanzamiento de operativos conjuntos por parte del gobierno federal y el incremento en los niveles de violencia en los lugares en donde estos operativos han sido puestos en marcha. Otros argumentan el fracaso de la política del presidente Calderón justamente a raíz del impresionante aumento en estos indicadores en solamente unos pocos años. Los análisis a que hago referencia son en su mayor parte atinados. No obstante, hay otros factores que deben ser tomados en cuenta si queremos entender un poco más acerca de cómo nos sentimos.

Hace unos días, en CNNMéxico, se publica una nota que narra no solo la muerte de dos personas, sino la manera como son asesinadas y el mensaje que este acto violento conlleva. Para referirnos a actos similares llegamos a utilizar el término de terrorismo en ciertas circunstancias que, efectivamente, no necesariamente se apegan a incidentes de terrorismo clásico. Más adelante tuvimos que emplear términos como cuasi-terrorismo o proto-terrorismo a falta de otros mejores. Desafortunadamente, la discusión en torno al uso de este lenguaje terminó politizándose y hay actores que tienden a secuestrar palabras como ésta, históricamente cargadas, y les dan un uso lamentable. Por ello, sugiero por ahora mantener aparte la discusión en torno al lenguaje y concentrémonos en la manifestación.

No se trata solo de homicidios u homicidios dolosos y premeditados. Estamos hablando de un fenómeno bastante más complejo. Hay un acto violento. Pero no solo se mata a las personas en cuestión. Se les tortura, se les mutila y luego se coloca sus cuerpos a la vista de todos, particularmente a la vista de los medios de comunicación. El mensaje textual y sub-textual es de este modo reproducido y retransmitido de manera masiva. En este caso, el recado estaba dirigido a los usuarios de Internet y redes sociales. Se pretende así, provocar un pánico generalizado que altere las conductas de quienes lo reciben, ocasionando que cualquiera que tiene contacto con el hecho o con su narrativa se auto-perciba como víctima potencial de un acto similar. El miedo fluye y se contagia.

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No son, entonces, dos personas más que debemos agregar a la cuenta de asesinatos, y con ello sumar la parte correspondiente a la cifra de homicidios x 100,000 habitantes. Se trata de dos personas que son brutalmente asesinadas, cuyos cuerpos son colocados a la vista de quizás decenas o cientos de personas, quienes de manera directa son sujetos de posible estrés agudo inmediato y más adelante incluso estrés post-traumático. Adicionalmente, los medios al reproducir estas imágenes y la narrativa del acontecimiento se transforman en el canal a través del que estos mismos síntomas de estrés llegan a gente que habita muy lejos de la zona del acto violento. Esto se encuentra muy estudiado y científicamente demostrado.

Como resultado, lo que percibimos no es tan crudo y llano como la muerte de dos personas, dos números más que agregar a la cuenta. Lo que nuestra mente procesa es que hay peligro en el país, que el gobierno no está siendo eficaz y que ante estas circunstancias es mejor permanecer pasivos y recluidos en casa y salir solo si es indispensable. En este caso particular, la recepción del mensaje incluye como consecuencia quizás dejar de usar redes sociales o blogs, o dejar de hablar de este tipo de temas en esos medios. Nuestras sensaciones no se explican exclusivamente por factores cuantitativos, sino cualitativos.

Ello convierte a la violencia de esta clase, y este es el verdadero peligro, en un instrumento completamente racional por parte de quienes la usan. Cuando hablo de racionalidad en este sentido, no me refiero a salud o patología mental, sino a la selección de herramientas eficaces en cuanto a la promoción de determinados intereses. El ejercer este tipo de actos consigue sus fines de manera altamente probable. Es también probable, por estadística, que estos actos permanezcan en la impunidad. Por consiguiente, el costo de los recursos para ubicar y asesinar a dos personas, luego colocarlas en los puentes y conseguir publicitar el acto y el mensaje, es relativamente bajo. Otras organizaciones siguen de cerca estos acontecimientos, y toman nota de su eficiencia. Por lo tanto, las probabilidades de que actos similares sigan siendo utilizados son bastante elevadas por simple racionalidad.

Si a esta serie de manifestaciones las decidimos nombrar como actos terroristas, cuasi-terroristas, o de cualquier otro modo, ello no cambia el hecho central. La guerra psicológica en México se encuentra a pleno. Y este tipo de guerras no tienen victoria posible en los campos de batalla, sino en el mundo de la mente colectiva. Lo primero es entenderlo. Lo que sigue es actuar en consecuencia.

Las opiniones expresadas en este texto únicamente corresponden a su autor y no a CNNMéxico.

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