OPINIÓN: ¿Por qué las amas de casa alcohólicas pueden beber libremente?
Nota del editor: Brenda Wilhelmson es una periodista que ha escrito para el Chicago Tribune, Chicago Reader, Creativity y The Huffington Post. Su primer libro es Diary of an Alcoholic Housewife (Diario de un ama de casa alcohólica)
(CNN) — Si cuidas bien a tus hijos, duermes con tu esposo, preparas la comida y tu casa está limpia, tus amigos y tu cónyuge seguramente no creerían que eres alcohólica.
Mientras yo mantuviera mi hogar en orden, las personas a mi alrededor no tenían idea, y a mi esposo no le molestaba que yo bebiera un par de botellas de vino cada noche para acallar la preocupación de que mi vida no iba a parte y de que yo no era nada.
Yo tenía grandes planes. Había estudiado periodismo y me imaginaba dando noticias desde regiones devastadas por la guerra.
En vez de eso, doblaba montañas de ropa, limpiaba traseros sucios y escribía sobre anuncios de televisión. Ni siquiera había intentado llegar a mi meta.
Cuando salí de la universidad, empecé a trabajar como articulista en un diario de artes y entretenimiento suburbano; me convertí en una redactora publicitaria, me casé y quedé embarazada. Estaba locamente enamorada de mis hijos, pero sentí como si les hubiera dado mi brazo derecho. Y eso era una mentira.
Mis hijos fueron el chivo expiatorio de mi falta de logros; mis temores de ser incompetente ahogaron mis sueños.
Bebía para alejarme de la nube de la mediocridad. Bebía para alejarme de mis planes de escribir un libro porque probablemente no sería publicado. Bebía para alejarme de mi esposo, quien con el ceño fruncido paseaba por la casa arrojando vibraciones tóxicas. Bebía para olvidarme del hombre que se me cerró en la autopista.
La mejor parte acerca de la bebida era la sensación de que nada importaba.
Un verano vi a dos mujeres morir: mi abuela, por la vejez, y mi suegra, por un cáncer de pulmón.
Se secaron hasta ser esqueletos impotentes y murieron con una semana y media de distancia entre sí. Me emborrachaba. Las extrañaba, y la certeza de mi propio fallecimiento me golpeó duro.
Poco después, en algún momento, entre mi primer martini de las cinco de la tarde y mi último vaso de vino, a las 11, noté que estaba ebria o padecía resaca todo el tiempo; que orinaba mi vida, en sentido figurado y literal.
Ya había intentado dejar de beber antes pues sabía que era poco saludable a nivel físico. Esta vez, disgustada con mi vida de zombi y golpeada por un fin de semana de fiesta más pesado que de costumbre, fui a una reunión de recuperación.
No pasé tiempo en el manicomio, ni me sedujeron las sustancias alucinógenas, ni contraje VIH por acostarme con alguien que no fuera mi esposo, como otras personas en la reunión. No tomaba todo el día ni tampoco ocultaba mis botellas en el tanque de los inodoros.
Yo no creía que pudiera llegar a ser como esas personas y no quería tener nada que ver con ellos. Pero no podía dejar de beber por mi cuenta, así que seguí yendo a las reuniones.
Día tras día me convencí y reconvencí a de que asistir a las juntas y permanecer sobria era lo correcto.
Me sentía desconectada de mis compañeras alcohólicas. Fui a una librería para comprar un libro de memorias con el que pudiera sentirme identificada, pero no encontré ninguno.
Imaginé que debía haber miles de personas luchando como yo, así que empecé a escribir un diario y comencé un blog. La gente comenzó a escribirme, y el Diario de un ama de casa alcohólica se convirtió en un libro.
Uno de mis lectores escribió: "Yo no podía creer que mi esposo me viera meter a los niños en el auto y conducir a la práctica de hockey noche tras noche... Todavía no entiendo cómo me observaba hacer eso, pero eso suena como que él tenía la culpa por dejarme ser un idiota, y me encantaba culparlo a él mientras me tambaleaba por el camino".
Otra escribió: "Quiero dejar de tomar. Quiero sentirme normal... Al mismo tiempo, tengo miedo. Tengo miedo de no poder dormir, querer una bebida y no obtenerla, de cómo me podría sentir si no bebo, y tengo miedo de lo que mi familia y la de mi esposo piensen si se enteran".
"Trabajaba tiempo completo y soy madre de dos hijas", escribió otra. "Yo sólo bebía los fines de semana porque trabajaba durante la semana. Así que si no bebía todos los días, no tenía un problema, ¿verdad? Supongo que estaba tratando de escapar de mi vida y mis fines de semana se convirtieron en mi fuga".
"¡Qué alivio es encontrar finalmente a alguien con quien me identifico!", escribió alguien más.
También para mí fue un alivio.
Durante los ocho años que llevo sobria, es más fácil relacionarme con otros alcohólicos, independientemente de la forma en que tocaron fondo .
Tengo un círculo grande y diverso de amigos, soy auténtica, y la vida es un paseo lindo e interesante. ¡Estoy viviendo!