OPINÓN: ¿Cuál sería un buen final para el movimiento 'Ocupa Wall Street'?

Nota del Editor: Sally Kohn es una estratega y comentadora política. Es fundadora y directora de educación del Movement Vision Lab, un think tank de base progresista que promueve las ideas de las comunidades locales para solucionar problemas nacionales, y contribuye con la revista American Prospect
El director y actor Orson Welles alguna vez dijo: “Si quieres un final feliz, eso depende, por supuesto, de dónde detengas la historia”.
La historia del movimiento Ocupa Wall Street en Estados Unidos apenas empieza a escribirse. Pero quienes la ven desarrollarse, especialmente los que simpatizamos con la protesta, estamos ansiosos por saber cómo acabará.
¿Empezarán los políticos a prestar más atención a las personas en lugar de a las ganancias? ¿Convencerá el “99%” al “1% de ser más piadosos? ¿Generarán las protestas una nueva generación de ciudadanos comprometidos, el flower power del siglo 21? Si las autoridades no terminan por la fuerza con las ocupaciones, ¿cómo permanecerán visibles en nuestra sociedad, que se distrae con tanta facilidad? ¿Y cómo se mantendrán secos y calientes los manifestantes?
Cuando le pregunté al organizador de Ocupa Wall Street, Jesse Myerson, sobre el posible final del movimiento, respondió: “Esa es una pregunta tonta. El movimiento no tiene ni tres semanas de viejo”.
Y tiene mucha razón. Como cultura, tenemos un lapso de atención corto, tendemos demasiado a ver todo como una comedia y queremos llegar rápidamente hasta el final. Myerson fue un tanto evasivo, algo que tiene sentido.
Los críticos de Ocupa Wall Street pueden exigir conocer la agenda —el final— del movimiento, pero tal vez su actual victoria es que su historia apenas se cuenta.
Los estadounidenses se han vuelto terriblemente displicentes frente a la indignante desigualdad e injusticia; parecería que defendieran los derechos especiales de los “creadores de empleos” propietarios de yates. Mientras, se tragan la idea de que millones de nuestros conciudadanos pueden ser tanto trabajadores como pobres.
En un cartel en Ocupa Wall Street se leía: “La luz al final del túnel se ha apagado”. Que ahora tengamos un debate público sobre la desigualdad y el horrible camino a ninguna parte por el que muchos trabajadores estadounidenses viajan indica que sin importar la agenda de Ocupa, el proceso de construcción del movimiento —el hecho de su existencia— es su punto esencial.
Los movimientos sociales surgen no para conseguir limitadas metas políticas sino para un cambio hacia un debate público más amplio, para llevar la voluntad pública hacia el cambio.
Las encuestas muestran que el mensaje de este movimiento en contra de la avaricia empresarial no sólo tiene un apoyo más amplio que el existente para cualquiera de los partidos políticos en Washington, sino un apoyo más amplio que el existente para el Partido del Té.
Las protestas Ocupa surgen en los lugares más insospechados, desde Idaho a Indiana, y atraen a manifestantes poco comunes, como mamás acomodadas, dueños de pequeños negocios y, sí… integrantes del Partido del Té. El hecho de que incluso leas esta columna es evidencia de que las protestas dejan huella.
Incluso, si el movimiento del 99% —como empieza a ser conocido en algunos lugares— se apaga en los próximos meses, desde el punto de vista histórico puede ser la chispa que encienda otra flama que a la larga lleve a una transformación. Así como los intereses en una cuenta bancaria se multiplican y crecen con el tiempo, también lo hacen la indignación y la resistencia.
Como cualquier buena historia, esta protesta está destinada a tener un momento de suspenso, aunque es demasiado pronto para predecir cuándo y qué será. Yo espero que se presente como un reclamo importante que, de alcanzarse, transformaría de manera espectacular nuestra política y la economía para bien.
Con base en mis conversaciones con los participantes de Ocupa Wall Street, mi sensación es que la exigencia final podría ser una reforma radical para sacar al dinero de la política.
Esto sería afectaría al financiamiento público de las elecciones, nuevas restricciones sobre las contribuciones de los grupos de presión.
Incluso, podría haber una enmienda constitucional que establezca que la ley no debe tratar a las empresas como personas, anulando de hecho el fallo del caso Citizens United de la Suprema Corte que permite a las corporaciones y acaudalados donantes gastar de forma más libre en las campañas.
A propósito, el pueblo estadounidense apoya ampliamente esta clase de restricciones al financiamiento de campañas, pero tanto demócratas como republicanos están repetidamente indispuestos a renunciar a la mina de oro que representan las corporaciones y a aceptar la reforma. Crear una gran presión pública para sacar al dinero viciado de la política sería un final muy feliz para los manifestantes y para nuestra democracia
Pero aunque el único efecto sea que los estadounidenses despierten ante las injusticias de la desigualdad, si empiezan a luchar, entonces no importará dónde acaba la historia.
De cara a las tribulaciones económicas —con 16 millones de niños estadounidenses que viven en la pobreza y con una tasa de desempleo para los afroamericanos de más del doble de la ya alarmante tasa existente para los blancos— el 99% por fin está unido y llevando a cabo acciones. Esto presagia un futuro mucho más brillante para todos nosotros.
“El cambio significativo que no sucede durante la noche”, me dijo la organizadora de Ocupa Wall Street, Beka Economopoulos. “No hablamos de finalizar ahora el juego. Acabamos de empezar.”
Pero los organizadores parecen notar que lo importante no es cómo finaliza la historia, sino cuánto tiempo pueden mantenerla en marcha, contribuyendo a la conciencia pública y construyendo presión para el cambio.
“En este momento”, comentó Economopoulos, “solo estamos interesados en exigencias imposibles”.