OPINIÓN: Los bebés son mucho más inteligentes de lo que crees
Nota del editor: Alison Gopnik es profesora de psicología y filosofía en la Universidad de California Berkley. Sus libros incluyen The Philosophical Baby (El bebé filosófico) y The Scientist in the Crib (El científico en la cuna).
(CNN) — En los últimos 30 años aprendimos que los bebés y los niños pequeños saben más y aprenden más de lo que jamás hubiéramos creído posible.
Los filósofos y los psicólogos, incluso el gran teórico suizo del desarrollo infantil, Jean Piaget, pensaban que los bebés y los niños pequeños eran irracionales, solipsistas (que todo gira alrededor de ellos), ilógicos y amorales (incapaces de entender la perspectiva de los demás o la relación entre causa y efecto).
Pero con las nuevas técnicas científicas aprendimos que incluso los niños más pequeños ya saben mucho sobre los objetos, la gente y el lenguaje, e incluso aprenden más. De hecho, tienen métodos de aprendizaje implícitos que son tan poderosos e inteligentes como los de los científicos.
Los bebés pueden hacer análisis estadísticos complicados de forma inconsciente y su juego diario se puede convertir , de forma notable, en algo parecido a una serie de experimentos científicos. Y creo que pueden experimentar el mundo de una forma más vívida que nosotros.
A continuación un ejemplo de este nuevo estudio:
Uno de los problemas más difíciles para los adultos es saber lo que las otras personas quieren, piensan y sienten. Es especialmente difícil cuando quieren cosas diferentes a lo que queremos nosotros. Tradicionalmente, los psicólogos pensaban que los niños no podían tener la perspectiva de otras personas hasta que cumplieran 8 años más o menos.
Pero mi estudiante, Betty Repacholi, y yo, comprobamos lo contrario al darle a bebés de 15 y 18 meses dos platos de comida, uno con brócoli crudo y el otro con galletas en forma de peces.
A los niños les gustaron las galletas y no les gustó el brócoli. Otros niños observaron esto. Betty probó un poco de comida de cada plato e hizo una cara de disgusto con un plato y una cara feliz con otro. Entonces, nuevamente les dio el plato a los niños, extendió su mano y dijo: “¿Me pueden dar un poco?”. Los bebés de 18 meses que apenas hablaban y caminaban, le dieron galletas si ella actuaba como que le gustaban las galletas, y le dieron brócoli si ella actuaba como si le gustara el brócoli.
Estos niños pequeños tuvieron la misma comprensión profunda de que alguien más (en esta caso Betty) podría tener un punto de vista diferente del mundo, o por lo menos con el brócoli, y le ayudaron a conseguir lo que quería.
Por otro lado, los niños de 15 meses sólo le dieron galletas. Esto sugiere algo incluso más notable: los bebés de alguna forma aprendieron este hecho sobre la naturaleza humana entre los 15 y los 18 meses. En otros estudios se mostró que este tipo de aprendizaje es el resultado de análisis estadístico y la experimentación diaria a la que llamamos juego .
Este trabajo se inspiró únicamente en cuestionamientos científicos e incluso filosóficos. ¿Cómo podemos los seres humanos aprender tanto a partir de unos cuantos fotones que llegan a nuestras retinas y de las perturbaciones del aire que golpean a nuestros tímpanos? ¿Cómo es que estos pocos genes que nos separan de los chimpancés pueden conducir a diferencias tan grandes en la forma en que pensamos y vivimos? ¿Cómo podemos saber lo que otra persona piensa o siente?
Resulta que en los estudios con bebés y niños pequeños se pueden obtener respuestas a esas preguntas. De hecho, desde una perspectiva evolutiva, parece que nuestra prolongada infancia puede desempeñar un papel crucial en muchas de las habilidades que nos distinguen como humanos.
Pero esta ciencia básica también pueden tener implicaciones en lo que hacemos. La ciencia ya demostró lo crucialmente importante que son los primeros años. Sin embargo, todavía más del 20% de los niños estadounidenses crecen en la pobreza, en Latinoamérica existen más de 81 millones de menores en estas condiciones y México cuenta con 15.8 millones de niños que sufre de alguna carencia debido a la pobreza, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Los programas que tenemos para ayudar a apoyar y a fomentar el aprendizaje en la primera infancia también enfrentan recortes de presupuesto, a pesar de que en los estudios se muestra que a largo plazo pueden tener mejores resultados que cualquier inversión pública. El trabajo científico de la forma en que los bebés aprenden demuestra que negarle educación a nuestros niños más pequeños es una forma de autodestrucción.
Jugar es la mejor forma de aprender
Por el otro lado, cuando los padres, o incluso los legisladores escuchan cómo los bebés aprenden, a menudo concluyen que lo que necesitamos hacer es enseñarles más. Los padres gastan literalmente millones de dólares en juguetes educativos, videos y programas , con los que esperan darles a sus hijos una ventaja.
Los padres y los legisladores presionan a los maestros para que el preescolar sea cada vez más académico, con más ejercicios de lectura y menos tiempo para jugar y fantasear. Sin embargo la ciencia sugiere que esto está mal. Los niños pequeños aprenden mejor de la gente y de las cosas, con su experiencia diaria al explorar el mundo a través de un juego, en un entorno seguro con personas que los aman y que los cuidan.
Estos entornos se pueden fabricar masivamente y tampoco se pueden dar de una forma barata, y el aprendizaje al que conducen simplemente no se puede medir en exámenes estandarizados.
La ciencia de la primera infancia constantemente sorprendente. ¿Quién podría saber que los niños de dos años pueden utilizar la estadística para probar hipótesis? Pero en realidad las implicaciones de estas políticas se ajustan a lo que la mayoría de los maestros de preescolar saben de forma intuitiva: los niños prosperan cuando son amados, y aprenden al explorar. El verdadero misterio es por qué no podemos lograr que los políticos lo vean también.
Las opiniones expresadas son únicamente de Alison Gopnik