OPINIÓN: La lente de tu cámara te impide hacer verdaderos recuerdos
Nota del editor: Las opiniones expresadas en este comentario son únicamente las de James Durston. Consulta más historias de Asia y el mundo en CNNGo.
(CNNGo) — Hay una adicción que ha pasado desapercibida en el corazón mismo de la sociedad moderna y que amenaza con atrapar la mente de quienes lean este artículo, y muchos más.
Está trepando insidiosamente sobre los miembros de un hasta ahora razonable mundo civilizado, convirtiéndonos a todos en idiotas radiantes y sonrientes, con nuestros rostros atrapados en muecas de payaso y el cerebro distraído al mínimo clic.
La plaga de la vida del siglo XXI es la cámara del teléfono celular , un producto de tal destreza tecnológica y conveniencia inmediata que nadie lo culpará por "sólo intentarlo".
Pero un clic nos lleva a otro, y si no te gusta la primera foto, la eliminas y vuelves a intentarlo.
Cuando te das cuenta, ya tienes 300 fotos en tu teléfono que incluyen a tontos sonriendo, platos de comida y gatos haciendo caras graciosas. Sucumbiste. Te dejastre arrastrar y tu vida está definida por las imágenes en un teléfono, y pasa lo mismo con todos sus amigos.
Dejarlo ahora sería demasiado difícil.
Una amenaza para la memoria
Las verdaderas víctimas de esta amenaza, de este feliz clic, son los viajeros.
No sólo los viajeros que esperan ver una espectacular catarata en Chile sólo para ser bloqueados por cientos de radiantes y sonrientes adictos, sino también los adictos a los teléfonos con cámara que son, asimismo, viajeros.
Porque al igual que el desgraciado que bebe para ser feliz, los que disparan están engañados: ellos piensan que con sus fotos crean recuerdos, cuando en realidad están saboteándolos.
Yo fui uno de ellos.
Mi chatarra era de lo más padre. Una cosa Clase A, la cocaína del mundo de la fotografía: la réflex digital.
Con este dispositivo de gran tamaño me sentí seguro. Me sentí viril. Me hizo sentir superior a los radiantes aficionados de risas torpes con sus patéticos y flácidos teléfonos de apunta y dispara.
Me tomó una epifanía dejar el hábito.
Un día estaba buceando en Tailandia cuando un tiburón ballena emergió de la penumbra. Le disparé a la bestia con mi aparato a prueba de agua durante los pocos minutos de aire que me quedaban, y luego regresé a la parte superior a celebrar esta potencial experiencia única vez en la vida.
A medida que observaba las 100 fotos y pico que saqué, me di cuenta de algo: era todo lo que tenía.
Mis recuerdos están enmarcados por una borrosa pantalla 2x2 pulgadas de la cámara. Ni una vez miré hacia arriba para ver al pez con mis propios ojos.
Conforme el tiburón ballena pasaba, el único punto de vista que conseguí fue a través de mi cámara.
Atrapado por la tecnología
El problema es mucho más profundo que una adicción a una muy pequeña cámara. La era tecnológica nos ha atrapado dentro de jaulas de lana de algodón.
Hace poco más de una década no había un Google que te dijera dónde está el café más cercano. Ninguna tecnología satelital que te conectara, vía telefónica, a una computadora o a un cajero automático del hotel más cercano.
Cuando la gente viajaba, se bajaba del avión y exploraba. Preguntaba a la gente, a gente real, a dónde ir para disfrutar de una gran noche, no a una niña-robot tipo Stephen Hawking dentro del teléfono. Lo siento, Siri, no eres mi tipo. Gran diversión para profundas preguntas filosóficas , pero cuando se trata de lugares para conseguir un buen dim sum (platillo chino), la respuesta "25 alternativas a media milla" es una locura.
La tecnología trata a los viajes como si fueran un rompecabezas que hay que resolver. En realidad el mundo se parece menos al cubo de Rubik y más a la Bola Mágica 8. Con demasiada frecuencia, la búsqueda en internet es el primer recurso en lugar del último, un acceso directo que, al menos para los viajeros, nos lleva hasta el final sin pasar por los medios. Es el destino, sin el viaje.
Así que aquí hay un reto: piérdete. En serio. La próxima vez que estés en una ciudad nueva, deshazte del teléfono. Desactiva el GPS . Cierra los ojos, punto, y luego ábrelos y camina. Si necesitas encontrar un lugar, pregúntale a alguien.
Si el lugar recomendado por un ser humano real te hace contraer una lombriz intestinal y terminas perseguido a lo largo de un callejón oscuro por un chef empuñando un rodillo sucio, por lo menos tendrás una buena historia.
Por lo menos viajaste, exploraste y descubriste por ti mismo.
El lugar recomendado por el ser humano real es mucho menos probable que termine en un desastre en comparación con el sugerido por un logaritmo.
Perderse es algo para ser aceptado, no temido.
Ahí es donde descubres el café con la extraña sopa alucinógena servida por gatos con sombreros de hongo que ni Lonely Planet conoce.
Mucho más satisfactorio, creo, que la noche perfectamente eficiente del hotel-restaurante-hotel, cortesía de Google Maps .