OPINIÓN: Está bien llorar por la muerte de Houston y de los soldados
Nota del editor: Josh Levs cubre una amplia variedad de noticias principales en todas las plataformas de CNN. Cuenta su propia historia en TEDx Talk, Breaking th System to Achieve the Immposible.
La violenta reacción empezó los días posteriores al anuncio de la muerte de Whitney Houston. Fue evidente en conversaciones, comentarios en blogs y, probablemente más que en cualquier otro lugar, en las redes sociales.
El reclamo: la muerte de una celebridad no debe recibir mayor atención que la de otras personas, sobre todo de los soldados, quienes arriesgan su vida en el frente cada día.
Algunas personas se involucraron en acalorados debates en Facebook (Que conste, las peleas con gente desconocida en las redes sociales casi siempre son inútiles).
El término "cultura obsesionada por la celebridad" fue emitido por un bando, mientras que el otro respondió que está bien llorar por quien se quiera, de cualquier forma.
Después de haber cubierto la muerte de nuestros soldados, así como también la de Houston, me pareció que el debate era surreal. Y no porque las personas que cuestionan esto no tengan una razón importante; la tienen.
Es porque el reclamo confunde realidades diferentes. Compara distintos mundos de luto, cada uno con tanto valor como el otro.
Quizá de forma irónica, nadie conoce mejor eso que las celebridades.
Cuando perdemos a un icono problemático, la confluencia de emociones nos impacta de manera poderosa: dolor y tristeza por la pérdida. La culpa por cualquier sonrisa burlona que colectivamente pudiéramos haber hecho acerca de los problemas de esa celebridad, el miedo que proviene del recuerdo de la muerte, de lo efímero que es todo.
Sin embargo, dejando de lado a los fanáticos más furibundos, permanecemos plenamente conscientes de que en realidad no conocíamos a la persona.
No conoces a alguien con quien nunca has estado. Conoces una imagen, un talento, un cuerpo de trabajo, una verdad emocional que se desprende; no a la persona. Claro, muchos de los mejores iconos nos hacen olvidar esto.
Cuando perdemos a una celebridad resulta doloroso y trágico. Sin embargo, ciertamente no es lo mismo que el verdadero duelo en nuestras vidas, el de la pérdida de quienes están cerca de nosotros.
Los famosos saben lo que es tener a multitudes entre aplausos gritando sus nombres; conocen qué significa tener a extraños deteniéndolos para pedirles autógrafos y a gente gritándoles en las calles “te amo”, minutos antes de sentarse solos en un cuarto de hotel, mientras extrañan a sus seres queridos.
Quienes cuentan con algún sentido de la perspectiva saben lo que es “real”, lo que más importa.
Así, mientras millones de personas “están de luto” por las celebridades, sus seres queridos les lloran, al igual que nosotros. Eso es parte de lo que me llamó la atención en el momento en que Bobby Brown, exesposo de Houston, le lloró en la noche de su muerte, mientras actuaba en un concierto.
Fue el choque de dos realidades: un hombre, aparentemente en dolor por la mujer a la que conocía y amaba, ante una multitud de miles de personas que solo conocían al icono.
También por eso, como padre, me sentí incómodo en un momento del masivo y televisado funeral de Michael Jackson, cuando su hija, Paris, entonces de 11 años, tomó el micrófono.
Mientras que a muchos les ayudó a humanizarlo (y respeto a quienes les gustó ese momento) para mí violó una frontera invisible que debería separar las dos realidades.
Ese acontecimiento no fue el funeral privado para llorar la muerte de Jackson, el hombre real. Fue un adiós mundial para el icono.
Los adultos pueden hacer las dos cosas a la vez: llorar por alguien que conocieron en un funeral que también sirve a millones para decirle adiós a una estrella. Pero preferiría ver a los niños mantenerse a salvo, en el mundo de la persona real que amaban.
Después hay otra clase de duelo, el que hay para las personas a las que nunca se conoció, ni de las que se sabía algo como individuos.
Es igual de importante pensar en nuestros soldados caídos y en las familias a las que dejaron; CNN.com ha dedicado toda una sección interactiva en la que destaca las miles de pérdidas en Iraq y Afganistán. Muchas veces la he mostrado al aire y con frecuencia la visito.
Es bastante difícil y de mucha importancia el reflexionar sobre las vidas y los sacrificios de estos héroes. Lo sientes en tu corazón, en tu mente y en tus entrañas. Se queda contigo. Te puede cambiar la vida.
Es distinto al repentino golpe emocional que provoca la desaparición de un icono. Es otro tipo de dolor.
Los sacrificios de nuestros soldados deberían recibir más atención, al igual que los retos diarios del personal militar y de sus familias que aún están con nosotros. Sería maravilloso si parte de la energía gastada en llorar la muerte de una celebridad fuera empleada en tomar medidas prácticas para aliviar esas penas y dedicarse a otras tareas valiosas.
Pero cuando se trata una pena profunda, no existe competencia entre uno y otro tipo
Al final, los seres queridos de las tropas lloran su muerte al igual que el resto de nosotros; al igual que con Houston y con Jackson. No hay nada bueno o malo en tener entristecerse masivamente por la muerte de una celebridad; es parte de la trayectoria del éxito.
La vida y la muerte de un icono sucede ante los reflectores. Pero en última instancia, aquellos de nosotros que tenemos la suerte de contar con seres queridos seremos extrañados de igual forma.
Cuando se trata de ese tipo de pena, existen dos maneras de verla: o no hay celebridad o todos somos una.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Josh Levs.