OPINIÓN: Actuar ya, para no heredar males como el tráfico sexual
Nota del editor: Desde hace una década Mimi Chakarova, fotógrafa y directora de cine, ha examinado el conflicto, la corrupción y el comercio sexual. Su filme El precio del sexo (The Price of Sex), un documental hecho hace siete años sobre tráfico de personas y corrupción, fue galardonado en el 2011. Le otorgaron el Nestor Almendros Award por el valor para hacer largometrajes en el Festival de Cine sobre Derechos Humanos en Nueva York.
(CNN) — Vestía una falda de bolitas y sus sandalias rosas favoritas cuando salió de su pueblo en Albania. Su mamá gritó su nombre antes de que se subiera a la camioneta Mitsubishi roja de su novio. Ni siquiera le dijo adiós con la mano, tenía 12 años y estaba enojada.
Su padrastro la había violado desde siempre y no podía decirle a su mamá, sabía que la enviarían lejos y que le echarían la culpa. Dicen que las niñas se lo buscan al tentar a los hombres y aparte dirían que lo movía su alcoholismo.
Ya que llegaron a Italia, su novio cambió, le dijo que trabajaría para él como prostituta. Ella pensó que estaba jugando una broma tonta. Había abandonado su casa para estar con él, para que un día se casaran. Él es mayor y ella estaba enamorada.
Pero él la hizo volver a su realidad de golpe, le dijo todo lo que le había costado el camino en lancha rápida, sus documentos falsos, la ropa y el maquillaje que le había comprado para ponerla bonita y que se viera de 18 años.
Ella lloró y él le hizo una herida profunda en su rodilla con su cuchillo para que dejara de llorar. Por los próximos siete años esa cicatriz le recuerda que, aunque le pega y le teme, solo lo tiene a él.
Años después grabé su historia en un refugio secreto para mujeres y vi los documentos de la corte que corroboraban todo lo que me dijo. Levantó cargos contra su captor, pero dijo que el juez era el tío de este hombre y que lo dejó libre bajo fianza. Su proxeneta salió de Albania hasta que las cosas se calmaran. Él sigue libre y hasta compró una casa de tres pisos en su pueblo natal.
Mientras tanto, su familia se enteró de que su hija era "una prostituta que ni siquiera llegó con dinero, solo con un aborto y enfermedades venéreas". La desheredaron. Su madre todavía no sabe que su esposo fue el primero que abusó de ella.
Esta es la historia de una muchacha de Albania que conocí mientras filmaba El precio del sexo (The Price of Sex), un hombre que fingía ser su novio la obligó a venderse por sexo en Italia y en Bélgica.
La primera mujer que fotografié había sido mandada a trabajar a Turquía. Regresó a Moldavia, uno de los países más pobres el este de Europa, usando los mismos pants, blusa y zapatos con los que se fue.
Confiando en los contactos en el pueblo al que la vendieron, seguí su viaje hasta Turquía y conocí a uno de sus proxenetas, un hombre conocido porque abusaba de forma sádica de las mujeres a las que poseía.
Como no podía tomar fotografías, fingí ser una mujer a la venta y platiqué con Tania, una muchacha de Ucrania que fue traficada cuando tenía 23 años, y con Yusuf, quien la compró como esclava.
Empujó mi cámara por debajo de la mesa de plástico blanca y me recargó hacia atrás para parecer más relajada. El sol se había puesto hacía cuatro horas y el café al aire libre en donde estaba sentada se encontraba frente a los botes pesqueros anclados en la bahía.
Hasta ese momento el miedo comenzaba a invadirme, cuando me di cuenta que un hombre de mediana edad con una playera blanca de algodón y pantalones beige se acercaba a la mesa.
La joven a su lado miraba hacia adelante y su ropa parecía ser una talla más pequeña a propósito. Se sentaron uno frente al otro y me presentaron en ruso.
Él me pondría precio. Se acomodaba sus lentes de armazón de oro, encendió un cigarro y puso su celular en la mesa.
La joven, Tatiana, también conocida como Tania, era de complexión promedio, pequeña, se veía cansada y parecía ser mayor a 25 años.
Empezamos a hablar, estaba nerviosa. "Vengo de Estanbul para trabajar".
"¿Entonces sabes de qué se trata esto?" preguntó ella lentamente como si hablara en clave y tras dar otra bocanada de humo.
"Sí".
"Entonces hablemos", dijo tras sonreír a Yusuf, quien veía fijamente mis pechos sin intención de ser discreto. "Vivirás con él. Hay mucho trabajo. A veces 30 al día", dijo.
Me dijo que los clientes son guapos y negó que Yusuf le pegara, aunque yo conocía la verdad.
"Le gustas a Yusuf", me dijo ella. "Puedes empezar mañana".
Mi mano temblaba mientras trataba de escribir los números del celular de Tania.
"¿Es tu primera vez eh?", decía Tania entre risas. "Yo era igual, nunca había hecho esto antes. Pero después de un par de días te olvidarás de todo", dijo antes de hacer una pausa y sacar otro cigarro.
"Tu casa, amigos, recuerdos…", dijo volteando hacia abajo y mientras inhalaba el humo. "Nada importará".
Tania veía hacia la distancia. Seguramente, su próximo cliente la esperaba en uno de esos botes que se veían a lo lejos. "Piénsalo", dijo antes de levantarse. "Regresaremos en un momento".
Entonces se fue caminando, con Yusuf muy cerca de ella, como si fuera su padre o un tío mayor.
Trabajar para exponer esta miseria hace que no quieras irte nunca de tu hogar. Pero no te puedes esconder. Le has prometido a mucha gente que seguirás adelante. Haz unido los puntos por una década y al final todo lo puedes reducir a dos elementos básicos: oferta y demanda.
La oferta es continua, mujeres y niños pobres necesitan una salida. Se van en busca de trabajos. Los engañan, los venden, los usan y los deportan de regreso de donde vinieron. Sin un centavo, avergonzados y con miedo.
¿Y la demanda? Es algo a lo que muy pocos están dispuestos a encarar. No solo son pescadores, trabajadores de construcción y soldados los que frecuentan los burdeles de Turquía, Rusia, Kosovo, los Emiratos Árabes Unidos, el Reino Unido, Israel, Grecia, Italia y muchos otros países en donde las mujeres también son traficadas. También van policías, políticos, legisladores, trabajadores de la ONU. Hombres que prefieren quedar en el anonimato.
Después de todo, este fenómeno de tráfico de personas no es una tendencia criminal nueva. Ha existido desde que se empezó a documentar la historia. Pero lo que me asombra es que hasta ahora estamos de acuerdo en aceptar que la esclavitud sexual debe de ser castigada por la ley.
Piénsalo. La Oficina de la Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés) definió el Protocolo de Palermo en el año 2000 y lo implementó en el 2003. ¡Fue hace apenas nueve años! Y el Acta de Protección de las Víctimas del Tráfico y la Violencia fue aprobada en el 2000 por el Departamento del Estado de Estados Unidos.
Hacer conciencia importa. La gente debe de enterarse. Tenemos que cambiar las percepciones.
Pero no nos engañemos. Mientras siga existiendo una gran brecha entre los países pobres y los ricos; en tanto el acceso a la justicia no esté al alcance de todos o esté corrompido; si continúan las limitantes para que la mujer se exprese, y mientras los que hacen cumplir las leyes sigan aceptando sobornos o utilicen a las mujeres como fichas de apuesta, podremos seguir haciendo películas, ir a las escuelas y hablar hasta que nos quedemos afónicos y aún así, solo abriremos una herida lamentable.
La primer pregunta que debemos de contestar es ¿por qué reditúa el tráfico de personas solo un poco menos que el narcotráfico?
Después pensemos en las palabras de Henry Ford: "Enséñame quién se beneficia de la guerra y te enseñaré como pararla".
Aplica esto al tráfico de personas. Si nosotros, como comunidad internacional, aceptamos que el tráfico y la venta de personas es inaceptable y hemos tenido nueve años para lograr que las cifras disminuyan, ¿entonces qué es lo que nos impide obtener mayores resultados? ¿importa las vidas de las mujeres pobres?
Lanzo estas preguntas porque hasta que no las contestemos honestamente, todo mi trabajo y el esfuerzo persistente y la dedicación de otros en este campo no será suficiente en esta vida.
Y no creo que sea justo que la próxima generación herede los peores abusos de los derechos humanos conocidos por el hombre. Ahora es el tiempo.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Mimi Chakarova.