El nuevo filme de Burton y Depp, una 'sombra' de las expectativas
"Bailes. Así es como una familia demuestra su poder", declara Johnny Depp como Barnabas Collins, en Dark Shadows, ante los descendientes perplejos reunidos en la mesa para cenar.
En su época —1700— hacer una fiesta era un acto político. Pero 200 años después, en 1972 para ser exactos, los bailes están fuera de moda; la liberación de la mujer está en el aire y su película está llena de mujeres independientes y poderosas. Los hippies están desapareciendo y los vampiros son un anacronismo.
Mejor admito desde un principio que nunca vi la telenovela escalofriante Dark Shadows, de Dan Curtis, una curiosidad que salió al aire de 1966 a 1971. La edición tardía llega cortesía de Tim Burton, protagonizada por Depp y escrita por el guionista de Pride and Prejudice and Zombies, Seth Grahame-Smith.
La mayoría del fruto de sus trabajos es extrañamente divertido (cuando no es solo desconcertante) pero difícilmente es la parodia loca que el avance sugiere. Y está muy lejos de la sátira.
Las bromas ahí están, pero también la telenovela. Siempre con una atmósfera gótica, Burton dedica tiempo injustificado a las fortunas de Collins en el negocio de conservas de pescado (no bromeo).
Y se burla del romance tortuoso más o menos directamente... o tan directamente como un triángulo amoroso entre una bruja enojada, un vampiro enamorado y un cadáver puede ser; y mete de contrabando por lo menos una pizca de bagaje emocional a la dinámica disfuncional y espectacular del clan de Collins.
Como ya sabemos, en las películas de Burton ser un inadaptado es una señal distintiva. Y si el Barnabas de Depp es por su propia confesión un monstruo maldito con baldes de sangre en sus manos, es más o menos absuelto de culpa moral, redimido por su lealtad, integridad y compromiso a la familia.
Y encima de todo, Depp es divertido.
Es una visión en blanco y negro, con tez pálida, capa negra y cabello negro. Sus largos dedos se mueven como si tejieran delicadas telarañas en el aire, y se abalanza sobre cada sílaba como parte de una retórica del siglo XVIII. Pero si rasgas la superficie, esto resulta ser otro giro hueco y malicioso de un actor que parece tratar sus papeles como numeritos de fiesta, husmeando por una excusa para colgar las consecuencias.
Su Barnabas es el alma de la fiesta, que no se puede tomar en serio como un alma torturada. A pesar de sus protestas, hay un calor precioso entre él y su amada, Victoria (una intrigante Bella Hearhcote).
Si no te puedes unir a él, véncelo: ese parece ser el juego de Eva Green, quien actúa como la desdeñada amante de Barnabas y su némesis, frágil y hechicera, Angelique.
También buscando atención pero dándole menos con qué jugar está Michelle Pfeiffer (quien debió de haber pensado que estaba en Eastwick) como Elizabeth Collins Stoddard, la jefa de la familia; Helena Bonham Carter Burton, como ladoctora Julia Hoffman, y Chloe Grace Moretz, como la hija adolescente de Elizabeth, Caroline. Y después está Alice Cooper... como Alice Cooper.
Todos son miembros de compañías teatrales, pero si te detienes un momento, puedes sentirte un poco mareado por una imagen que hace caso omiso de múltiples asesinatos y desprecia a una empleada doméstica abusada que se rebela contra las antiguas jerarquías sociales europeas.
Desafortunadamente, Burton y la ironía de Depp invitan a este tipo de reflexión libre. La arquitectura se ve grandiosa, pero las bases son tambaleantes.