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OPINIÓN: ¿Es Siria el nuevo Iraq?

La violencia que padece Siria es cada vez más parecida a la guerra que sufrió su vecino y no se vislumbra un inminente cese al fuego
vie 01 junio 2012 12:02 PM
AFP
Violencia-Siria-AFP AFP

Nota del Editor: Shashank Joshi es un especialista investigador en el tanque de pensamiento de Londres del Instituto Real de Servicios Unidos y un estudiante de doctorado de relaciones internacionales en el Departamento del Gobierno de la Universidad de Harvard. Se especializa en seguridad internacional en Asia del Sur y en el Medio Este.

(CNN) — Por cuatro décadas, generaciones consecutivas de la familia Asad —Bachar al Asad sucedió a su padre como presidente sirio en el 2000—, han interferido en Líbano al oeste, y a Iraq al este. Agentes sirios asesinaron a sus rivales y realizaron bombardeos.

Ahora, la ironía es que con cada semana que pasa, Siria se parece cada vez más a sus vecinos afectados por la guerra. El gobierno lanza dinero a manos llenas, Damasco está asustado con los bombardeos suicidas, y las hostilidades sectarias están peor que nunca. Siria está mejor que Líbano en 1975 o Iraq en el 2007, pero puede ser que no siga así.

Lo que hace que Siria sea particularmente volátil es su sectarismo complejo y su composición étnica. Los musulmanes suníes comprenden tres cuartas partes de los 22 millones de personas de Siria. Los cristianos son otro décimo, y los drusos un porcentaje más bajo. Pero es la secta alauíe de la familia Asad, una ramificación sincrética del islamismo chiita, que, a pesar de ser solo el 12 por ciento de la población, ha dominado el estado desde la década de 1960.

Se reportó que el 70% de los soldados de tiempo completo de Siria, el 80% de los oficiales y unidades completas de élite, son alauíes. El Shabiha (que quiere decir “fantasmas” en árabe), ejércitos alauíes reclutados localmente, también fueron cruciales el año pasado. El shabiha de los pueblos vecinos, supuestamente con slogans chiitas en sus frentes, fueron los posibles responsables por la masacre de Houla la semana pasada.

Existe una semejanza con la guerra civil que sufrió Iraq después de la invasión encabezada por Estados Unidos en el 2003. Ahí, el final del gobierno de la minoría chiita de Saddam Hussein pavimentó el camino al gobierno de la mayoría chiita. En algunas partes de Bagdad, eso significó la limpieza étnica de vecindades chiitas enteras. Naturalmente, las minorías y los alauíes en particular le temen a las repercusiones con las que se podrían enfrentar en un gobierno posterior a Asad.

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Estos temores no son irreales. Un hombre chiita en Houla, agitado en la masacre, le dijo al periodista: “Mataremos a sus hombres, mujeres y niños como ellos mataron a nuestros hombres, mujeres y nuestros niños”. 

El gobierno ha buscado explotar estos temores al presentarse a sí mismo como el que garantice los derechos de las minorías.

Los poderes árabes de mayoría chiita, como Arabia Saudita y Qatar, se han pronunciado fuertemente en contra del régimen de al Asad por razones estratégicas e ideológicas.

Para los árabes, el régimen de Asad se ve como una herramienta de Irán en el mundo árabe y sus medios para apoyar al grupo militante libanés chiita de Hezbolá. Un alto comandante de las guardias revolucionarias en Irán admitió esta semana que las fuerzas iraníes estaban ayudando a la caída de Siria. Hezbolá, quien tiene lazos duraderos con Damasco, también ha apoyado a Asad.

En cambio, Arabia Saudita y Qatar, parece que están mandando armas y ayuda a los rebeldes sirios. Esta guerra de poder entre los poderes suníes y chiitas empeora las tensiones sectarias.

Como en Iraq, el conflicto sirio está creciendo. Los refugiados apuntan hacia Turquía. Batallas armadas ocurren en las calles de Beirut entre lo que se percibe como chiitas anti-Asad, y las fracciones pro-Asad. Las tierras de la frontera al norte de Líbano se están convirtiendo en rutas de contrabando para los rebeldes sirios. Si los estados árabes usan a Jordania como un conducto para ayuda, eso podría tener un efecto desestabilizador también en el sur.

Siria no está deslizándose hacia una guerra civil, está a la mitad de una. Hay poco apetito internacional para una intervención militar, aunque esto podría cambiar si, por ejemplo, las armas químicas de Siria desaparecieran o, peor aún, se usaran. A mediano plazo, habrá más masacres y más bombardeos suicidas. Eso agudizará los agravios de la gran oposición chiita, fortalecerá a los extremistas, y ampliará los miedos de los alauíes y cristianos temerosos de un cambio de régimen. Como en Iraq y en Líbano, dicha trayectoria dejaría a la sociedad de Siria y a su política con cicatrices permanentes.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Shashank Joshi.

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