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OPINIÓN: La televisión, éxito y decadencia de los Juegos Olímpicos

Con la entrada de los atletas profesionales a las competencias y el auge de la TV, el torneo se transformó
dom 22 julio 2012 03:47 PM

Nota del editor: Bob Greene, colaborador de CNN, es un autor de best-sellers. Entre sus 25 libros están Chevrolet Summers, Dairy Queen Nights y Hang Time: Days and Dreams with Michael Jordan. 

(CNN) — Por cada porra, clamor y ovación que ha resonado en los estadios olímpicos a lo largo de estos años, quizá el sonido más significativo en el último cuarto de siglo haya sido un bostezo.  

Porque, de manera simbólica, el público recibió con un bostezo lo que pareció ser el cambio de reglas más controversial impuesto por el Comité Olímpico Internacional (COI). 

La ley absoluta de los Juegos Olímpicos era que solo los atletas amateur podían competir; los deportistas profesionales no. 

Eso constituía lo Olímpico de los Juegos Olímpicos. Hasta que un día cambió.

Y a los aficionados, lejos de protestar indignados por el cambio, no les importó. De hecho, parecía que les gustaba mucho.

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En la época de los Olímpicos antes de la televisión y para los ojos del COI, los atletas que recibían dinero por su actuación bien podrían haber sido leprosos. Si descubrían que te pagaban por jugar o que aceptabas patrocinios, eras rechazado, desterrado y echado a los vientos fríos.  

Quizá el ejemplo más famoso de la inflexibilidad de los organizadores de los Juegos Olímpicos es el caso de Jim Thorpe, probablemente el mejor atleta estadounidense de todos los tiempos: fue despojado de sus medallas de oro de decatlón y pentatlón en las competencias de 1912, mientras que sus triunfos fueron nulificados luego de que aceptó pequeñas cantidades de dinero por jugar beisbol semiprofesional durante sus veranos en la universidad.

Esto le rompió el corazón.

Sus medallas fueron reivindicadas en 1983, 30 años después de su muerte, 30 años después de que ese momento le pudiera dar cualquier satisfacción.

Puede que esto sea difícil de imaginar para los espectadores jóvenes de los Juegos, pero hasta hace poco, todos los patrocinios, la publicidad y la mercadotecnia a gran escala propios de las competencias eran un insulto al espíritu olímpico.

Supuestamente, los Juegos Olímpicos eran sobre todo amor al deporte, no amor por el dinero.

Luego llegó la Televisión.

Durante los años del crecimiento espectacular de la televisión, el presidente del Comité Olímpico Internacional era el estadounidense Avery Brundage. El principio rector de su reinado (1952-1972) era el denominado “código amateur”.

Brundage era inflexible sobre el tema. En un discurso de 1955 dijo:

“Solo podemos contar con el apoyo de quienes creen en los principios del juego limpio y el espíritu deportivo encarnado en el código amateur, en nuestro intento de prevenir que los juegos sean utilizados por personas, organizaciones o naciones para motivos ocultos”.

Pero ya sin Brundage, se abrieron las compuertas.

Después de su régimen, el COI notó que los intereses comerciales podrían convertir a los Juegos Olímpicos en una mina de oro ilimitada. Y estaba seguro de que los atletas más famosos del mundo eran un señuelo efectivo para atraer a televidentes. La mayoría eran profesionales.

“Los profesionales están ahí por una razón”, me dijo una noche el apreciado periodista deportivo Ron Rapoport, quien ha cubierto seis Juegos Olímpicos. “La gente encenderá la televisión para ver a los atletas que conoce. Los atletas profesionales están prevendidos a la gente, lo cual significa una mayor audiencia”.

Lo que facilitó la venta fue la sospecha de que los atletas de ciertas naciones del bloque del este eran profesionales de facto, de cualquier forma. Contaban con el apoyo de sus gobiernos para entrenar y competir a tiempo completo.

Así, a finales de la década de 1980, el giro hacia la profesionalización de los Juegos Olímpicos había ganado ímpetu.

Eso parecía ir bien con los aficionados. Si a los mejores atletas se les pagaba por sus habilidades o por promover algo, ¿por qué no?

El concepto de “venderse” —alguna vez un peyorativo— se convirtió en algo casi sin sentido. Hacer mucho dinero por ser bueno en un deporte era una insignia de honor.

Cuando el Dream Team formado por los jugadores de la NBA de Estados Unidos fue a los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, la transformación se completó. Si pasabas tiempo con los miembros del Dream Team antes de los Olímpicos, era inevitable notar que no estaban nerviosos. Ellos ganarían… y lo sabían.

Michael Jordan pasó gran parte de su tiempo en Barcelona jugando cartas toda la noche o haciendo 36 hoyos de golf al día. Los Juegos Olímpicos fueron un viaje de negocios muy exitoso para los intereses del basquetbol estadounidense; el verdadero sueñoera el concretado por David Stern, comisionado de la NBA.

Los Juegos Olímpicos de 1992 fueron la mejor herramienta de mercadotecnia mundial que ha tenido la NBA.

(Muchas personas señalan que el promedio de casi 44 puntos entre los triunfos del Dream Team fue la estadística más destacada de esos Juegos Olímpicos. Yo siempre he pensado que hubo otra aún más extraordinaria: El Dream Team era tan bueno que su entrenador, Chuck Daly, no pidió tiempo fuera en ningún momento del torneo)

Por supuesto, el problema con el Dream Team y sus sucesores para representar a EU en el basquetbol olímpico es que automáticamente son favoritos. A todos los no estadounidenses les encantaría verlos perder. Es el “Gánenle a los Yankees”, a escala planetaria.

El equipo amateur estadounidense de hockey sobre hielo en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1980 (el de “¿crees en los milagros?”), en Lake Placid, fue ovacionado porque ganó pese a que —se decía— no tenía posibilidad. Ningún equipo olímpico profesional de basquetbol de Estados Unidos conocerá esa sensación. Esa emoción tipo “¿crees en los milagros?” se reservará para los equipos que intentan ganarles.

El tamaño, el alcance y la riqueza de los Juegos Olímpicos del siglo 21 están muy lejos de sus inicios y no hay vuelta atrás. Al parecer pocas personas quieren. El espectáculo es hipnótico.

Habría una forma segura de restaurar exitosamente lo que fue visto como la pureza y el amor a y por el bien de la competencia propios de los primeros Olímpicos, una forma de alejar a los vendedores, mercadólogos y patrocinadores para que los juegos sean solo juegos otra vez. Todo lo que el Comité Olímpico Internacional tendría que hacer es agregar una pequeña frase a la Carta Olímpica:

“Los Juegos Olímpicos no serán televisados”

Eso lo conseguiría.

Mientras tanto, en el mundo real, la ceremonia de inauguración se llevará a cabo el próximo viernes en Londres.

Hay rumores de que será televisada.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen a su autor y no a CNNMéxico

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